I

72 6 11
                                    

Hirving Rodrigo Lozano Bahena, ¿existía alguien más jodidamente perfecto en este mundo?

El tan sólo escuchar su nombre hace que sus piernas tiemblen. Y pensar que justo ahora está frente a él, sería un pecado desviar la mirada de su bien formado cuerpo.

Todo de aquél hombre va más allá de sus deseos más sucios. Si pudiera, ya se habría lanzado a besarlo, pero eso no era todo, no cuando su indiscreto amiguito rebota dentro del short deportivo con cada salto que da.

Mierda.

Mierda, mierda, mierda. Debía concentrarse, en serio debía. El partido del domingo es mucho más importante que sus pensamientos calientes.

—¡Piensa rápido!

El grito de Henry hizo que sus pensamientos no tan inocentes desaparecieran por un momento. Aunque el maldito balón encontró divertido chocar contra su rostro cuando intentó voltear a ver a su compañero.

Excelente, ahora estaba tirado en el pasto sintético con un chipote que no se le bajaría tan fácilmente. A pesar de que el balonazo no le dolió en lo absoluto.

—Ay, perdón, wey.— La manera en la que Henry cubría su boca para evitar soltar una carcajada lo delataba por completo.

—Pero, ¿pues en qué mundo andabas? Tenías una cara de pendejo que ni el Uriel trae.

El mayor se acercó y le tendió la mano para ayudarlo a levantarse, por lo que la ayuda ofrecida fue bien recibida. Sin embargo, Kevin no pudo evitar ponerse tan rojo como un tomate ante la cuestión del contrario.

Era tonto pensarlo, pero por un momento sintió que su piel se erizaba ante la posibilidad de que Henry fuera un ser de otro mundo que pudiera leer sus fantasías sucias sobre Hirving.

—¡Kevin, ve a la banca a descansar un rato!— esa era la voz del Jimmy Lozano.— ¡Henry, a entrenar!

La orden de su director técnico llegó hasta sus oídos y no tuvo otra opción más que acatarla debidamente. Arrastró sus pies con lentitud hasta llegar a las bancas y se dejó caer en una de ellas sin más rodeos.

Tampoco es que el balonazo le haya causado un daño grave en la cabeza, así que supuso que el color rojizo de sus mejillas los hizo pensar que iba a desmayarse o incluso algo peor.

Por lo menos agradecía que el balonazo lo haya hecho pensar en algo más que en chocar su cuerpo contra el de su compañero de equipo.

Aunque, pensándolo bien, estando en la banca tenía una mejor vista de aquel acalorado cuerpo que tanto deseaba.

Sus grandes músculos resaltaban más cuando trotaba. Deseaba con todas sus fuerzas ser acorralado por sus fuertes manos, sentir ese gran bulto contra sus nalgas, escucharlo jadear.
Y, puta madre, lo que daría por clavar sus uñas en esa espalda.

No.

Tenía que dejar de pensar en eso si no quería tener una erección en pleno entrenamiento de la selección. Había trabajado tanto para ganarse un lugar como titular y no iba a perderlo por sus fantasias inmaduras. Respiraría hondo y la calentura se iría tan pronto como llegó.

Ups. Un poco tarde.

¿Es en serio? ¿Como podía ponerse tan duro con sólo su imaginación?
Peor aún, estando en pleno entrenamiento de selección. Estaba entrando en pánico y eso no sería nada bueno con el maldito bulto entre sus piernas.

Con desesperación en su rostro buscó a su alrededor a toda prisa. Y para sorpresa de nadie, no encontró nada más que las mochilas deportivas de sus compañeros.

Deseo sexual II Kerving Donde viven las historias. Descúbrelo ahora