Narración: Sergio
A las seis cuarenta y cinco ya había guardado toda la ropa y estaba
esperando a Max junto a la puerta, tal como me había pedido. Si quieres
saber mi opinión, era ridículo que esperara que yo le aguardase plantado ante la puerta. Supongo que a Max le encantaría que le tomará la cartera, le ofreciera su jersey y le diera un beso en la mejilla antes de acompañarle a la sala de estar para que se sentara en su sillón preferido, donde le estarían esperando sus zapatillas y su cigarro. ¡Pero no iba
a hacerlo ni loco!El clic del pomo de la puerta me arrancó del mundo de fantásia y dejé de morderme las cutículas. Max tenía pinta de estar hecho polvo, pero al verme sonrió al instante.
-¡Hola, cielo! ¿Cómo te ha ido el día? -le dije con la sonrisa más
artificial y sarcástica que conseguí poner.Max soltó una carcajada y dejó la cartera sobre la mesa.
-Fatal -me respondió pasándose la mano por entre el pelo y ladeando
la cabeza para mirarme.-¡Ay, pobrecito mío! -exclamé burlon sacando el labio inferior en un mohín-. Estar sentado todo el santo día ante el escritorio en un cómodo despacho con aire acondicionado mientras tus empleados acatan tus órdenes en un parpadeo es agotador, ¿verdad?
-Ya sabes que tu boca me gusta más cuando le meto algo para que esté
calladita -me advirtió desabrochándose el cinturón-. Así que ¿por qué no vienes aquí y me consuelas un poco? -añadió dejando salir su descomunal miembro.Me quedé boquiabierto, y supuse que se me había quedado la misma cara
que había puesto Charles en el coche.-Sí, así, pero con mi polla dentro.
-¿Aquí? ¿En la entrada? Es que no estoy seguro de que la cocinera se
haya ido. ¿Y si alguien nos ve? -dije hablando atropelladamente.Yo tal vez estuviera aterrado, pero el Agente caliente ya estaba de rodillas rezando con las manos en alto, rogándome que le hiciera caso.
-Ahí está la gracia, ¿no te parece? -me respondió tirando de mí para
que me acercara.Noté los movimientos de su mano contra mi vientre mientras él se la
meneaba. Noté sus cálidos jadeos en mi cara, sus labios casi pegados a los
míos.-Me apuesto lo que quieras a que esto te pone cachondo, ¿verdad, Sergio? El que te puedan pillar de rodillas con mi polla en la boca.
Me deslizó la punta de la lengua por el labio inferior, acariciándome
apenas el superior, jugueteando conmigo para acaparar toda mi atención.-Te voy a enseñar a hacer unas cosas que ni siquiera te has podido
imaginar -me susurró-. Cosas prohibidas que te garantizo te encantarán.De pronto me acordé de que aún iba sin bragas y que él Agente caliente ya estaba babeando. Este tipo te embrujaba con sus palabras.
Atrapado en su trance, me arrodillé entre sus piernas y tomé su miembro en mis manos. Él gimió de gusto al lamerme yo los labios y chuparle
sensualmente la punta, apresando con la lengua la temprana gotita perlada que se había asomado al lubricársele el miembro. Me la tragué poniendo cara de libidinosa y ronroneando como si la saboreara. Esta escena me hizo ganar otro gemido suyo de placer.-¿Te gusta, Max? -le pregunté con voz profunda y lujuriosa.
Me acarició la mejilla con el dorso de la mano y luego me hundió los
dedos en mi cabello. Con un rápido movimiento, me empujó la cabeza
hacia él y me metió la polla hasta la campanilla.-¡Sí, joder, cómo me gusta!
Se la trabajé con rapidez, chupándosela, lamiéndosela y meneándosela en mi boca, tragándomela casi entera tal como me había dicho la primera noche que le gustaba. Agarrándolo por las caderas, hice que me la metiera y sacara a un ritmo cada vez más turbador. Él echó la cabeza atrás deshaciéndose de placer y cerró con fuerza las manos entre mis cabellos.
ESTÁS LEYENDO
Secretos inconfesables || Chestappen
RomansSergio Pérez tiene un secreto. Cuando un asunto de vida o muerte amenaza con acabar con su familia, Sergio decide hacer un sacrificio muy especial. Se ofrece en puja en el club erótico más exclusivo de Mónaco. Ahora, Checo es propiedad de Max Versta...