"¡Señor! ¡Señor mío! ¡Quítame esta pena!"
Este joven ha caído en el vicio, en el maldito vicio.
"¡Prometo adorarte todas las noches!"
Que desafortunado varón, ni siquiera cree en alguna deidad sin embargo su angustia lo carcome.
El muchacho con la última pizca de voz vuelve a suplicar; aunque no puede deshacer tal dolencia, porque no ha caído en cualquier desgracia.
¡Maldito vicio!
A su alrededor se escuchan murmullos, la gente no tiene piedad, despotrican como si fuera una competencia.
¿Cómo no hacerlo? El pobre desgraciado viene cada noche a la capilla del pueblo y se retira al amanecer hacia la cantina.
Las madres tapan los ojos de los niños, los maestros lo miran con desprecio, incluso una que otra ramera se siente más honrada que aquel.
Algunas veces cambia su trayecto, de la cantina hasta el burdel para luego asistir con un volteador por una mísera bolsa de polvo.
Después de danzar en la desdicha, corre angustiado hacia el altar, con golpes de pecho y lágrimas amargas.
El sacerdote lo mira con pesadumbre.
Cree fervientemente en el que el Señor lo ayudará.¡Oh pobre miserable!
¡El Señor te ha dado oportunidades!El joven no puede cambiar ya su funesto destino.
¡Porque alguien con vicio es considerado muerto!
"Juro no volver a hacerlo"
Un cascarón vacío no puede jurar.
"¡Quiero sentir amor!"
¿Lo puede hacer cargando con tal penuria?
¡No puede sentir ni amor por sí mismo el infeliz! ¡Si lo hiciera...! ¡Si tan solo lo hiciera...!
¡No sería un enviciado!
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