Capítulo 4: Luciérnagas En La Noche

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Ese día al llegar a casa, tiré todos los folletos sobre la mesa, preparé algo sencillo para comer y me dispuse a leerlos uno por uno. La oferta educativa era realmente variada y rica, suficiente para visualizarme en cualquiera de ellas:

Criminología: podría convertirme en un detective, acercarme a la escena del crimen, fumar una pipa y vestir una larga gabardina para protegerme de la frialdad humana, hallar al culpable con la ayuda de un leal compañero. Pero pronto recordé que soy una persona sensible y que probablemente no soportaría algo tan cruel y doloroso como para no vincularme emocionalmente, y así como a la medicina descarté la idea.

Psicología: podría ser como mis cuidadores y ayudar a pacientes con problemas emocionales, traumas o rehabilitación de enfermedades mentales. Tal vez terminaría trabajando para el mismo laboratorio que me cuidó. Pero luego caí en cuenta de que no se me da muy bien hablar con las personas, me trabo al hablar y probablemente haría más mal que bien para su recuperación, así que igualmente lo descarté.

Al final, entre el sin cesar de barajar una y otra vez las opciones, hubo especialmente uno que llamó mi atención:

¿Qué tal mecatrónica? Es un buffet de ciencias que adoro, como la matemática, la mecánica, electrónica y programación. Definitivamente no sé nada de programación, pero es algo que puedo aprender e igualmente ya tenía interés en eso.

Entonces, con la carrera decidida, me dispuse a terminar mi sándwich y guardé todo lo demás.

A la tarde siguiente, fui decidido a la universidad a inscribirme en la carrera de mecatrónica. Esta vez no llegué tan pronto porque no tomé el primer tren, pero igualmente llegué temprano. Por segunda ocasión, me encontré a Elliot sentado y con una sonrisa lo saludé.

— Elliot, soy yo, Dorian. ¿Me recuerdas?

Elliot cambió su impaciente gesto por una sorprendida sonrisa:

— Hola, Dorian. ¿Otra vez aquí?

— Me pregunto lo mismo —respondí—.

— Oh... —respondió apenado Elliot—. Ayer olvidé mis documentos, pero esta vez tengo todo lo necesario —dijo levantando una carpeta con su nombre—. ¿Y tú?

— Yo aún no me había decidido qué carrera estudiar —respondí—.

— Te entiendo, amigo —respondió Elliot—, también para mí fue difícil. Originalmente iba a estudiar ingeniería química junto con mi amiga Luna, pero eso de las ciencias no se me da como a ella.

— ¿Cuál escogiste al final? —pregunté—.

— Fisioterapia y ciencias del deporte —respondió orgullosamente Elliot—. ¿Y tú cuál escogiste?

— Creo que me gusta más la mecatrónica —respondí con timidez—.

— ¿Mecatrónica? —dijo extrañado Elliot—. Cool, supongo —comentó entre pequeñas risas—. Tal vez tú y Luna se lleven bien, ambos parecen un par de cerebritos —continuó Elliot—.

— Puede ser —respondí—.

— Ella vendrá más tarde y saldremos por helados después del partido. ¿Te gustaría acompañarnos? —me invitó amablemente—.

Con una sonrisa nerviosa y apenas conteniendo la emoción, asentí:

— ¡Claro, me encantaría ir con ustedes!

— Genial, nos la pasaremos genial, novato —continuó Elliot—. Puedes venir al partido también, me vendría bien un poco de apoyo en las gradas.

Entonces la misma voz me llamó a pasar de nuevo. Me despedí de Elliot y entré a ver a la mujer del día anterior.

— Buenas tardes, Rectora —dije cordialmente al cruzar la puerta—.

— ¿Meditaste sobre tu futuro, Dorian? —dijo la mujer, apoyando los lentes en su rostro mientras extendía el folleto de la carrera que había escogido—.

— Me gustaría estudiar esta carrera, si usted me lo permite, Rectora —respondí—.

— Ah, mecatrónica —respondió ella, apenas vislumbrando lo que decía el folleto—. Veo que eres visionario, me agrada eso.

Me pavoneé orgullosamente con sus comentarios hacia mi decisión, porque me hacían sentir que estaba tomando la decisión correcta.

— Sin embargo —continuó la mujer—, las ingenierías no son carreras fáciles. Deberás hacer tu examen de aptitud la semana que viene y determinaremos entre muchos otros jóvenes visionarios si tienes lo que se requiere para esta carrera.

Mi gesto cambió de entusiasmo a duda apenas pronunció esas palabras. Ahora debía demostrar que podía ser apto, entre incontables chicos, probablemente contra verdaderos genios, gente con facilidad y talento para la programación o calculadoras humanas.

La mujer me dio un papel más para que pusiera mi firma y otro en el que se encontraba la fecha para el examen de admisión.

— ¡Me esforzaré, Rectora! —dije con determinación y me retiré de la habitación—.

— Yo sé que lo harás, Dorian —dijo para sí misma la mujer—. Sabemos que sí...

Al salir, Elliot había dejado sus papeles sobre la mesa y estaba esperándome para poder irnos. Entonces, una chica de cabello corto y lacio color gris y con una gran sonrisa saltó sobre la espalda de Elliot riendo como una niña.

— ¡Elly, date prisa, se hará tarde! —exclamó sobre la espalda de Elliot—.

— ¡Luna, para! —exclamó Elliot—. No quiero lesionarme antes del partido.

Luna bajó de su espalda y entre risas acordó la paz con Elliot. Entonces ella volvió su mirada risueña y extendió su mano adornada hacia mí.

— ¡Hola, soy Luna, vieja amiga de Elly!

— Yo soy Dorian —respondí, dándole la mano—.

— ¿Dorian? —respondió con una sonrisa extrañada—. Qué nombre tan peculiar —dijo riendo—.

— ¿Vendrás con nosotros al partido? —preguntó Luna—.

— Claro que sí, tonta —respondió Elliot—. Ya lo invité y ahora somos amigos.

— Genial, entonces dense prisa, mi papá nos espera en el coche —dijo Luna, señalando una camioneta pick—up naranja al final de la calle—.

— ¡Vamos! —exclamó Elliot—. Vamos, Dorian, te va a encantar.

Con alegría los acompañé y nos dirigimos a la camioneta para pasar el primer día con amigos que había tenido y, a decir verdad, fue fabuloso.

Qué cálida bienvenida me estaba dando el mundo exterior contrastaba con la penumbra de mi soledad, y mis amigos eran ahora un faro para esa oscuridad.

Ahora jamás estaría solo otra vez, espero ansioso lo que el día de mañana tenga para sorprenderme

P.M.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora