capítulo 5: Destinos entrelazados, parte I.

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El arte de la guerra:
Eran los débiles y cálidos rayos del sol que, traspasaban la espesura de la niebla invernal, y conforme la calidez llegaba en el transcurso del día, daba la impresión de que poco a poco menguaba, y su presencia apaciguaba a los vientos y calmaba la gélida ira de la noche.
Y era durante esa particularmente apacible y silenciosa mañana de invierno en que ni siquiera los vientos soplaban y el cielo por ratos parecía despejarse. La primavera estaba próxima; no faltaban más que algunas pocas semanas.
Pero sin este día, aunque claro era el cielo y resplandeciente el fulgor bajo la mirada de Vása, y blancas fuesen las colinas, tal y como lo era la más bella de los Ar-Äthar, no había calidez ni piedad alguna en ellos. Pocas eran las personas que podían tener el privilegio del descanso, pues el frío y el hambre eran algo que prevalecía. Y en tan cruda época del año la comida escaseaba y la enfermedad era abundante.
Desgraciados eran los que no tenían alimento y estúpidos los no habían guardado reservas, o los que se lo hubiesen gastado sin haber considerado que el letargo de la tierra se prolongaría, pues se verían forzados a salir al campo, ya fuese por leña o por caza que no siempre resultaba provechosa, desesperados por hallar aunque fuese una planta o una semilla que se pudiese comer;
Se dice que Juanho era de Thaall, pueblo situado un poco al sur de la frontera con Annuvin, pero más al norte de Nortfolk, al oeste de Tricasses, cercanos la cordillera de Hienem, hijo de Cassey que a su vez había sido hijo de Adaneedhel.
Tenía puesta ya flecha sobre su arco y los sentidos en alerta, preparado en todo momento para disparar y al percatarse de la presencia de extrañas plumas, durante su partida de caza se había alejado del grupo, con la esperanza de conseguir esta vez algo más que un pichón para brindar a su casa o intercambiarlo por algo de leña con algún amigo suyo, siempre y cuando alcanzase lo suficiente para las dos familias. No temía perderse, pues conocía esos parajes mejor que nadie y pocos habían sido los peligros que ese bosque albergaba, aunque nunca se había alejado tanto de su hogar. Oculto se hallaba entre la espesura de la nieve y los misteriosos senderos de los bosques aledaños al poblado; la sombra de los pinos le sirvió de refugio. De vez en cuando se inclinaba, tratando a toda costa de evitar ser golpeado por las ramas o salpicado de la nieve que en éstas había. Eran sus cortos y espolvoreados cabellos los que enmarcaban su aún bello rostro, apenas a la altura de los hombros, por encima de la piel de la que estaba hecha su capa. Y a pesar de su fuerte complexión, no era invulnerable ante el hambre ni invencible a las adversidades del invierno. Con cautela se movía silencioso, al asecho de su presa, sin darse cuenta que la presa era él...
Ignorante en todo momento de la presencia del demonio que sobre su cabeza yacía oculta entre las hojas, y vacilante andaba entre las ramas. Asmos le seguía e inquieta le observaba, y una singular sonrisa adornaba sus afilados rasgos ante la ironía que se le presentaba: el cazador cazado...
Le encantaba aquella sensación que para ella resultaba embriagante, disfrutaba del acecho y de los maquiavélicos y siniestros e ilusorios juegos con sus desprevenidas presas. Pues hasta ahora eso era lo que había estado haciendo, jugando con él, tal y como un felino.
Apenas poco más de siete días habían transcurrido desde aquél ferviente encuentro en contra de su perseguidor; y a pesar de su victoria, debido a su delicado estado y la pérdida de sangre sus fuerzas menguaron, y poco le faltó para hallar su final entre la inmensidad de los bosques y la espesura del manto nocturno. Pero allí seguía, retando a los dioses, desafiando a la muerte.
Gélido era su abrazo y misteriosos los designios de la reina del invierno. Con desesperación se había arrastró y dejó un rastro carmesí sobre la nueve.
Y era el dolor, así como el crujir de sus huesos y el raspar de su piel. Pues, aunque la nieve había adormecido sus músculos en un intento por mitigar el dolor causado por tan graves heridas, éstas eran nuevamente abiertas. Era el entumecimiento que le dificultaba moverse. Continuó así hasta el alba, entre fieros quejidos y desgarradores alaridos de dolor, a causa del enrojecimiento de sus ya secos párpados, un tanto por el polvo de nieve, otra por sus llantos; de vez en cuando caía exhausta.
Se tendió así sobre los suelos; su mirada por instantes se extraviaba entre la hermosura del firmamento, siendo testigo del ascenso de Helios y del fulgor de su presencia que poco a poco se colaba entre las ramas.
Y no fue hasta cuando su vista fue nublada y sus miembros desfallecían, cuando entre el silencio les escuchó, y un lúgubre grito emitió;
Reconoció entonces las voces que entre su caminar de prisa resonaban por el paraje.
Y era el frío, que había calado sus heridas, así como el resto de su cuerpo. Puede que las plumas hubiesen ayudado a regular su temperatura: sin embargo, éstas se hallaban impregnadas de polvo de nieve, y no hallaba fuerzas para levantarse. Su cuerpo flaqueaba y sus heridas eran muchas, y a pesar de la facultad de regenerarse, el proceso no era inmediato ni tan rápido como ella lo desease.
Sus lastimeros clamores hicieron eco entre el letargo de tan silenciosos senderos, llamando la atención de una pareja de aldeanos que no tardó demasiado en descubrir la procedencia de los gritos; de palidecidos rostros y lenguas titubeantes, fueron entonces testigos del horror.
Una malherida y moribunda doncella yacía tendida, agonizante entre la maleza, y era el brotar de sus lágrimas, así como la sangre que empava su magullado cuerpo. Estaba más muerta que viva, y sin embargo sobre las rocas se arrastraba, con las pocas fuerzas que a su cuerpo le quedaban, resistiéndose a su destino.
Y era su espanto, así como la pena que por un momento turbó sus corazones ante aquella desgarradora escena, pues era hermosa;
Suplicante era su rostro y rubios sus cabellos. Asmos había adoptado previamente forma humana, al tiempo en que los había escuchado aproximarse.
Sin pensarlo corrieron en su auxilio, y un manto cubrió su desnudez. Intentaron en vano sostenerla para ayudarla a levantarse, pues una flecha había atravesado su pierna derecha, como también le habían estocado la cadera y herido en sus partes más bellas. Tampoco les había sido viable cargarla, pues era más alta y pesada, acordaron entonces quién se quedaría junto a ella mientras el otro iría a la aldea por ayuda. El aldeano corrió así por los montes, adentrándose entre la neblina y la hierba en dirección a la aldea.
Al poco tiempo volvió, acompañado por tres individuos, quienes podrían asistirles en tan precaria situación; había llamado al herrero y a un leñador, ambos hermanos, y que a pesar de la dureza de los tiempos, aún eran hombres fuertes, entre ambos se habían turnado para llevar a la infortunada joven sobre sus hombros, cuya conciencia desvanecía entre inaudibles susurros.
Habían intentado hablar con el líder de la aldea, sin embargo, fue su hijo quien pidió acompañarles, pues su padre era ya muy anciano, quien de vez en cuando se aseguraba si ella aún vivía o no.
Fue llevada tan rápido como pudo al hogar de la curandera, para que esta fuera atendida.
Necesitaba descanso y tranquilidad, ruegos que le fueron ignorados, debido a la intromisión insistente de los pobladores, algunos simples curiosos por conocer de su estado, otros que de vez en cuando permanecían en su guarda, mientras la curadora saliese o tuviese otros asuntos que atender.
Y era el horror, así como la repulsión de sus palidecidos rostros cuando ella por fin contó las atrocidades cometidas por su perseguidor, a quien Asmos llamó Loh-hark, nombre que en lenguas demoniacas significa "el salvaje", y no fue más que entre la ira y el espanto le nombraron como torrwr.
A pesar de los desalentadores pronósticos de la anciana, al examinar detenidamente sus heridas, se esperaba que no sobreviviera al caer la noche, pero no fue así...
Y por más fiera que fuese su naturaleza o vigorosa su condición; eran las huellas, así como la fresca memoria de tan crudo encuentro que pesaba sobre su cuerpo y turbó su corazón.
Y fueron los rezos, así como sus malditos cantares que entre susurros profesaba sumergida entre nítidas visiones, inentendibles para los hombres, que se al unísono resonaban ante el fuego.
El suplicio se prolongó por otros tres días y tres noches. De no haber sido de otra manera, hubiese bastado para recuperarse, si no fuese por la acumulación de heridas, así como la pérdida de sangre y la debilidad que sentía por la falta de alimento, pues requería más que media pieza de pan o una aguada sopa de habas, que más que sopa era agua hervida con unas pocas semillas o trozos de raíz cuidadosamente racionadas, en flote sobre el caldo.
Y era el hambre, así como el desespero que por cada día acrecentaba y sus instintos despertaba.
Fue al caer la noche, entre el aullido de los lobos y el canto de los grillos que decidió actuar; de pasos vacilantes y lengua al paladar, con sigilo se acercó hacia el lecho de su protectora, quien descansaba no muy lejos de donde Asmos estaba, junto a su hijo. Había tomado previamente un cuchillo, que ocultó bajo su fornida figura, fingiendo desde horas previas sumergirse en un profundo letargo, de cuerpo inerte y sentidos despiertos, esperó pacientemente a que se durmieran.
Aún arrastraba una pierna, mientras que la otra apenas y cauterizaba, a su vez que con la diestra se apoyaba en las paredes. Y, sin embargo se desplomó, tendida de rodillas sobre el humedecido heno, y un ahogado quejido por un momento estremeció, mas no los despertó.
Se arrastró así, y por un momento cierto enternecimiento la invadió, mas su deseo no apaciguó, un deseo ferviente... desesperado e instintivo. Y sin tocar su piel, posaba el filo sobre sus cuellos, midiendo, calculando el punto, el momento perfecto. Cuando sintió seguridad en su mano y ya no tuvo titubeo alguno, un tanto por el frío y la carencia de energías, sus pieles rasgó...
El brotar de la sangre, que junto con enrojecidas lágrimas resbalaban de sus mejillas, entre sus convulsionantes cuerpos, y gritos silenciosos corrieron por la fisura de sus gargantas, mas fue la calma que en sus pupilas resplandeció y que a los pocos segundos extinguió.
Permaneció unos minutos en decoroso silencio, a su vez que procedía a despojarlos de sus vestidos y ornamentos, que se aseguró de dejar intactos y arrojó a un lado. Y sus manos por un instante acariciaron con especial delicadeza, apartando a un lado sus cabellos.
Y con fiera vehemencia se abalanzó sobre sus presas, satisfaciendo así su voraz apetito. Aunque la carne humana nunca había sido de mucho agrado para su exigente paladar, todo lo contrario, se le hacía repugnante, insípida y apenas superior a la de una rata, o tal vez de una ardilla, y más si estaba cruda. Pero no tenía tampoco muchas opciones y el hambre le era abrumadora, tuvo que tomar medidas desesperadas para obtener fuente de alimento, pues las raciones de un demonio eran tal vez el doble, o hasta casi el triple que las de un humano, y más en tan lamentable estado, no sólo le era necesario el reposo, sino también la mayor cantidad de alimento que su cuerpo exigiese para regenerarse más rápido.
Y mientas engullía cada trozo de carne, era el apaciguo de su hambre, así como la tirria de su ser, hacia nadie más que así misma. Había tenido tiempo de sobra para detenerse a meditar, y sus pesares le invadieron, en forma de los más gloriosos recuerdos. Honrada de honores y adornada con la tiara, una de los más fieros guerreros al servicio de una de las más temidas legiones demoniacas, antigua alférez... temida criatura, como también admirada y despreciada.
Una temible, como bella arpía, "El demonio blanco", como entre su tropa le decían, por sus similitudes físicas a las de como solían retratar a los hijos de Māhnaweenuz... ahora reducida a cenizas, ni siquiera la pluma de una paloma. Ni en las más crueles batallas había comido tal asquerosidad. Aun en el submundo, siempre podría comer otras cosas, pero esto no. Y con las ropas de sus víctimas, que luego rasgó y corto, hizo nudos con algunos retazos para cambiarse los vendajes, así como cubrirse el busto. Sobre su pecho colocó el abrigo y encima de éste la capa del hijo, sin antes haberse atado con una cuerda a la cintura las faldas que había cortado del vestido de la madre. Tembloroso su cuerpo y palpitante su corazón; soberbia, sin embargo, era la expresión de su rostro, pues aún en sus ahogados quejidos, el dolor era una muestra de que seguía con vida.
Silenciosa, huía, entre el aullido de los lobos y el manto de tinieblas. Una vara le servía de apoyo a su tambaleante caminar, y bolso de sus hombros colgaba.
Se había valido de su frágil figura y aquellos sanguinolentos harapos, que despertaban la pena y compasión por los pueblos que pasaba, ya sea de granjeros, o tal vez guerreros para conseguir vestidos o alimento. Narró desgarradores relatos, así como de las abominables pasiones de su perseguidor, a quien mil veces había maldecido en sus adentros.
Era entre la vastedad de los bosques, ya fuese bajo la luz del día o el silencio de la noche y el velo de las sombras que a su vez asaltaba a los desprevenidos viajeros o atraía a su trampa a los incautos.
Fue así como transcurrieron los días siguientes, vagando entre solitarias veredas en dirección al noroeste, y a pesar de que su destino estuviese un poco más al este, cercano a las fronteras colindantes con los dominios de Medusa, lugar donde con engaños condujo a una joven doncella, cuyo cadáver fue arrojado sin el menor de los cuidados a orillas de los caminos en dirección al nacimiento del gran Sír-Esgal, Dúb, para los habitantes del valle de Nortfolk, situado al norte, justo en los límites divisorios con Iscëloth, tierras pertenecientes a los hijos de Ëllwen.
Se había asegurado de no tomar nada más que su vida, y dejar al igual su rostro intacto, todo con la finalidad de confundirle y hacerle ir en dirección contraria a la suya, pues era probable que su enemigo aún pudiese seguirle la pista. Y su camino continuó un poco más al noreste, no por mucho se alejó.
Huanho se paseaba entre la niebla, y poco a poco se adentraba, perdido entre la belleza e inmensidad que el bosque podía ofrecerle. Desvió su mirada y súbitamente se detuvo, y era el soplido de los vientos, así como el crujir de las ramas y la nieve que desde las copas caía, obligándolo a frenar, y sin embargo con ligereza se inclinó, al notar un objeto que con suavidad y que antes había revoloteado sobre la brisa del invierno; se trataba de la blanca pluma de un ave.
Levantó con sobresalto la mirada, no pudo hallarla, pues blanca era la nieve y densa aún era la niebla, y, sin embargo, era el erizar de sus poros y el calar de sus huesos ante aquello que desconocía. Sabía que no se hallaba muy lejos, le escuchaba moverse, presentía su pausada respiración.
Y allí estaba Asmos; desde lo alto se asomaba, observante en todo momento a la distancia, y ágil era su danza y peligroso su raudo, oculta entre el grosor de los troncos y frondosos enramados, jugando al subterfugio;
Era el hervor de su sangre, así como el destello de sus ojos al posarse con premeditación sobre su objetivo, de vez en cuando daba peculiares silbidos que imitaban el zureo de las aves, para luego escabullirse. Apartó por un instante la mirada, su seño fruncía y leves quejidos su lengua reprimía, se había arrancado otra pluma más, que con intención había dejado caer;
Y era la inquietud presente en aquél extasiado arquero que yacía embriagado entre los ecos de su canto, el resonar de su entrecortado arrullo, volteaba a todas direcciones, apuntaba a la nada, y por un momento pudo haber jurado vislumbrar su figura por el rabillo del ojo, para luego verle desaparecer entre la blancura de la nieve;
Fue conducido así cuesta abajo, atraído en su persecución por el rastro de las plumas y engañosos silbidos, que mientras se acercaba, éstos se hacían más fuertes. Por un instante resbaló por la barranca a causa de la nieve, sin perder el equilibrio porque pudo apoyarse de algunas ramas y la naciente maleza.
Y fue al contemplar el frente de tan delicado cauce que puso freno a su paso y su arrebato apaciguó, ante el flujo de sus aguas, así como los gruesos troncos, cuyas raíces aún firmes se fundían y emergían desde los suelos. Le parecía haber visitado ese lugar antes, en momentos más tranquilos del verano, pero, aunque el frio cubría todo, no podía ocultar su belleza.
Y por aquellos instantes que reinó el silencio; de pasos lentos y entrecortada respiración se aproximó para recoger una última pluma que despacio descendía desde lo alto de las copas, y por un momento la melancolía lo invadió. Blanca era la nieve, como dicen que es blanco el color de la muerte.
Sin embargo, fue un casi inaudible susurro, unas risillas que se movían alrededor de él, envolviéndolo. Tres plumas más cayeron ante sus pies; dio vuelta para ver donde se encontraba tan esquiva presa. Alzo su mirada para encontrarse con la bestia que sobre su cabeza le observaba. Entonces cuando por fin lo comprendió... Y no hubo más que el retumbo de sus prolongados gritos en el quebranto de su garganta, audibles desde las entrañas del bosque. Y no fue más que el murmullo de su nombre en respuesta a tan lastimeros clamores, alertando al resto de su ubicación que no tardaron demasiado en acudir en su ayuda, guiados hasta la procedencia del sonido. Y el apresuro de sus pasos, así como afligidas las voces que escuchó entonces llamarle a la distancia;
―¡Juanjo! - sin embargo, fue el repentino silencio de sus labios, así la inmensa pesadumbre presente en su mirar al observar al muchacho que yacía tiritando a orillas del barranco, rasgadas estaban sus ropas, y era la sangre que tenía sus castaños cabellos. Y en el transcurso de su metamorfosis, Asmos les había escuchado acercarse, había hurtado algunas de sus ropas para su propio uso. Luego de haber cometido tan atroz acto y haber despedazado el cuerpo, se dispuso a deshacerse del cadáver lo más rápido que le fuese posible, ocultando parte de este entre la maleza, enterrándolo bajo la nieve, y su cabeza fue arrojada sin más a la corriente del río.
No tuvo tiempo para esconderse o huír, pues aquellos avanzaban rápido y no tardarían demasiado en encontrarle; no le fue posible escapar.
No tuvo más opción que ir hacia ellos, cambiando su apariencia. Muy a su pesar, y también por las prisas, con gran tristeza se vio obligado a renunciar a su larga melena, pero no fue capaz de tajarla toda, ya que había preferido dejársela hasta debajo de los hombros, tan grande podía ser su crueldad, no más que su vanidad. Y al verle emerger de entre los arbustos, tambalearon sus piernas; con esfuerzo se apoyaba de un tronco para mantenerse en pie, y sin pensarlo de inmediato corrieron en su ayuda; entre dos le ayudaron a reincorporarse;
―¡Juanjo, por favor, aguanta!- dijo el hombre que tenía a su izquierda.
Y al erguir por un instante su postura, fueron visibles algunas de las heridas que se hallaban ocultas bajo su manto, siendo destacable la más grande y profunda de estas, aún se hallaba abierta, y aunque su tamaño hubiese disminuido, era la sangre ajena la que daba la impresión de seguir fresca.
― ¡Por los dioses! - fue lo que preguntó la fémina que rápidamente se había colocado bajo su hombro derecho para servirle de apoyo ― ¿Qué os ha pasado?
Y sin embargo de labios del demonio no fue pronunciada palabra alguna, sino que su cuerpo había soltado y su espalda encorvado, disimulando debilidad.
―Los lobos...-respondió por fin, y aunque su voz se hubiese entrecortado y su mirada fijaba por los suelos, una leve y escurridiza sonrisa se dibujó con brevedad en su bello rostro, oculto entre los humedecidos mechones que se colaban bajo el gorro de su capa ―Ellos me persiguieron y entre todos me atacaron...-hizo entonces una pausa ―Yo corrí, pero me alcanzaron... - y mientras Asmos proseguía con su relato, el cuarto del grupo se alejó un poco, curioso de lo que por un momento le pareció atisbar de reojo, entre la maleza al fondo del barranco.
Sin embargo, su mirada volvió hacia los prolongados quejidos emitidos de la garganta del demonio, que en sobreactuada flaqueza y dolor, dio una violenta y errática contorsión ante el abrazo de quienes suponía aliados, no tan fuerte para arrojarlos o lastimarles, pero sí para apartarles un poco, había avanzado despacio tan sólo un par de pasos para luego vacilar, y a punto estuvo de tocar el suelo, si no fuese porque entre los tres le habían logrado sostener.
Una infalible estrategia para desviar la atención del guerrero, quien había corrido en su ayuda, pues aquello no había escapado ni un instante de la vista del demonio, cuyo rostro había alzado con ligereza y disimulo. No le era conveniente enfrentarlos o matarlos, pues temía que hubiese más como ellos en la zona. Tales temores fueron ciertos con el pasar de un rato, al emerger de entre los olmos y las tilias a dos jinetes más, quienes al reconocérseles los condujeron por silenciosos caminos.
A pasos lentos y con sumo cuidado fue llevado en dirección al poblado, entre esporádicos quejidos y bruscos movimientos que de vez en cuando le eran acompañados, despertando consigo cierto y singular asombro en los ojos de los cazadores, pues aunque herido estaba y flaqueantes eran sus pasos, parecía aún ser fuerte. No obstante, ambos caminos tuvieron que separarse a la entrada del pueblo.
Y para el medio día, dos jinetes deambulaban por las calles de Thaal en búsqueda de algún curador que pudiese tratar las heridas de su amigo, que, para suerte o infortunio, éste no se encontraba en su hogar, sino que había salido por un momento para atender otros asuntos; al principio fueron pacientes y esperaron, sin embargo, su ausencia prolongó...
Habían acordado antes volver a encontrarse más tarde en la taberna, lugar al cual los otros cuatro se habían adelantado; era más aceptable soportar los alaridos de un hombre, cuando este estaba borracho.
Una vez ingresado al establecimiento, los sujetos condujeron a quien creían su camarada hacia la barra, dos de ellos le ayudaron a sentarse frente a la barra; para sorpresa de algunos ante la turbia imagen de quien reconocían como el segundo de los hijos del molinero, de reojo le observaron, aunque por prudencia ninguno se atrevió a pregunta y prefirieron ignorarle.
―Lo de siempre... - En cuando a la dama que los acompañaba, ella se recargaba sobre la barra, dando un cordial saludo al tabernero, mientras deslizaba sobre la mesa dos piezas de plata ―La primera ronda corre por mi cuenta... - comentó. Y cuatro tarros de hidromiel fueron uno a uno puestos frente a los respectivos guerreros. Asmos entonces cogió el suyo, con singular vehemencia se apresuró, impetuoso en beber de aquel tarro que le otorgaron, como si de simple agua se tratase.
―Con calma, Juanjo...- prevenía uno de los hombres ―Conozco de vuestras dolencias, pero si bebéis tan rápido os rasparéis la garganta también.
―Tengo sed - respondió Asmos. Hablaba con verdad, ya que no había ingerido nada durante todo el día, como tampoco le había sido posible satisfacer del todo su hambre durante aquella dura semana.
―¡Hasta el fondo, amigo..! -decía otro. Y por un segundo chocaron sus tarros, para luego volver a engullir, sin cuidado alguno de tan pesada bebida. El gesto llamó por un momento la atención del encubierto de demonio, quien con cierto detenimiento le observó; y eran, más que gotas, parte del mismo contenido del recipiente que sin cuidado resbalaba por la espesura de su barba, pasaba por su cuello y se colaba bajo sus ropas.
Un escalofrío entonces recorrió su espina dorsal, y fue cierta rabia, así como el asco que por un instante apreciable en su mirar. El ceño había fruncido ante los recuerdos que por aquellos momentos le invadieron, pues de alguna extraña manera le había recordado a él.
Asmos viró de inmediato hacia su izquierda, para encontrarse de frente con los penetrantes ojos azules de la mujer;
―¿Ocurre algo, Juanjo?.. - su nombre, por lo que había puesto atención al hablar, era Claudia, del mismo grupo de caza; de brazos fuertes y agraciadas facciones, pero mordaz la expresión de su rostro, tan brusca como de un hombre. Doncella o casada, le era más que irrelevante. ―¡Disfrutad cuanto podáis, Fregal! - exclamó ―¡Que será lo único que no os cobraré!
―Siendo sinceros, sólo esperamos a Kilian y Arlen - habló el tercero de los hombres, quien se había asomado tras los hombros de la dama;
―¡Se supone que quien debería beber es él, no vosotros! - dijo ella, y así era, uno de ellos había recomendado que sería mucho más viable emborracharlo antes, pues así sería mucho más sencillo controlarle o sujetarle, en caso que intentase de alguna manera oponer resistencia cuando el curandero hiciese su trabajo y revisase más a fondo sus heridas, además dicen que el dolor es mucho más soportable cuando se está ebrio, tal vez podría serle de ayuda para mitigarlo un poco.
―Nosotros también tenemos sed, además, habíais dicho que esta ronda la invitas vos. - respondió Esgal.
―No bebáis demasiado, no queremos llevar cargando a otro más...
Y fue así como, a excepción de Claudia, pidieron una segunda ronda para los tres;
El primer tarro había bastado para saciar gran parte de su sed, razón por la que el segundo prefirió beberlo un poco más despacio, sin embargo, apenas lo terminó, le era puesto justo en frente el tercero, y a pesar de que al principio se negó, fue presionado por las insistencias de los demás;
―No lo creo, mi buen amigo - negó aquél que llamado como Ëlwing, a su vez que deslizaba el tarro que Asmos había empujado. ―Si deseáis aliviar vuestras dolencias, debéis seguir bebiendo... - sentenció.
―¡Traedle otro tarro! -ordenó el otro.
Permaneció por un instante el completo silencio, y fue la sorpresa en sus ojos, así como cierta molestia en sus sensibles oídos, por un instante su mirada fue puesta en el hombre que yacía a su derecha.
Ni siquiera se había terminado el tercero, le fue puesto el cuarto.
Y hacía falta más que eso para emborrachar a un demonio, pero sin embargo era el raspor de su garganta, así como cierto dolor de cabeza que le empezaba a marear, no por embriaguez, sino por hartazgo, pues el sabor dulce le había abrumado.
Era aquella constante sensación de náuseas lo que por un instante le hubiese hecho incluso vomitar, consecuencia atribuida a haber bebido tanto, pero no tenía otra opción. Daba así otro sorbo al tarro, cuando cierto hombre ingresó a la taberna, y su atención fue entonces desviada al reconocer su voz, al tiempo que este se acercaba, jadeante y sudoroso.
Trajo consigo desafortunadas noticias; y al ver que el curador se encontraba fuera de su hogar, insistieron a su mujer en preguntar por su paradero; esta dijo que había sido llamado a ver al alfarero.
―Me dijo que fue a ayudar al parto de vuestra hermana... - hablaba el joven, quien había recuperado nuevamente el aliento.
Asmos, arqueó una ceja; no parecía inmutarse en lo absoluto, sino que por el contrario permanecía callado; regresó entonces su atención a la imagen reflejada en su bebida.
―Parece que tendréis un sobrino - interrumpió uno de los hombres.
―Vuestra esposa estaba con ella, Huanjo - continuó ―dijo que vendría a veros pronto.
En cuanto al demonio, yacía en apariencia extraviado, con los codos recargados sobre la barra, poco faltó para escupir lo que tenía en su boca, pero recuperó la compostura;
―¿Qué? -súbitamente se giró y no más que el contraer de sus pupilas y el desconcierto en su mirar -¿Mí esposa? - inquirió, y tal extrañeza era sincera, casi un chiste de mal gusto, una comedia absurda.
―¡Oh, vaya! ¡En verdad ya estáis ebrio! - exclamó la fémina ―creo que mejor os llevemos a vuestra choza.
Había preferido valerse de la acusación de estar ebrio, todo fuese para retirarse con calma y dejar de ingerir la bebida que ahora le era más que repugnante.
Así fue conducido al hogar que entonces Huanjo había compartido con su señora, quien se encontraba aún ausente, y una vez que estuvo sólo, éste puso el agua al fuego y se desprendió de sus ropas.
Y al caer la tarde, poco antes de oscurecer, una voz femenina irrumpió entre el pesado silencio del lugar, tímida y a la vez era la rubia melena que cuidadosa se asomaba tras las puertas, y en parte ocultaba de la vista ajena sus ojos;
Era el olor a muérdago, que se entremezclaba con los leños, la paja y la humedad, lo que impregnaba el ambiente. Su vista se posó sobre el oxidado caldero que ardía junto a la chimenea.
Y conforme entraba al interior de su hogar, una densa bruma la invadió, y agitaba su respiración. Un escalofrío recorrió su espalda y no pudo comprender la extraña punzada en su corazón; apretó entonces con fuerza el mango de su espada.
Observó a la imponente figura que yacía de espaldas, con la mirada fija en las flamas era expuesto a su calor. Con suavidad pasaba un paño sobre su cuerpo; se había limpiado ya la mayoría de la sangre que aún le cubría, y eran las llamas las que proyectaban reflejos danzantes sobre su piel. Se inclinaba ligeramente, sumergiendo el trapo en las ya teñidas aguas, para de nuevo exprimirlo y repetir lo que estaba haciendo antes, quitándose tanto parte del líquido hemático como del frío que lo estremecía.
―¿Juanjo? - inquirió, tímida y con voz temblorosa.
―¿Sí, querida? - no era ignorante de su presencia, pues le había escuchado entrar.
―Alanna empezó con los dolores de parto aquí - relataba la mujer ― Me pidió que la llevase a la casa de su marido y que no me apartase de su lado...
―Ya veo...- respondió Asmos, sin intención alguna de interesarse de lo que pasaba o tomarse la molestia de fingir que le preocupaba.
―Su parto se complicó, Juanjo. -hizo entonces una pausa ―El niño está bien, pero ella perdió mucha sangre, está bastante débil.
―Naturalmente...
―Puede que... -su lengua tembló y sus labios dudaron ―Es mejor no pensar en ello - y por más que había intentado controlarse, era notoria su aflicción en su voz ― Quizás, podríais ir a verla mañana.
―Supongo que lo haría... - respondió estoicamente.
― ¿Cómo os atrevéis? - exclamó ella. ―¡Es vuestra hermana! - y no fue hasta cuando le alzó la voz que él entonces por fin se volvió, y era como si en sus ojos resplandecían las llamas del infierno.
―¡Si os escuché! -contestó el demonio, de igual modo que la dama; a diferencia de la suya, la voz de Asmos era un poco más grave y profunda; provocaba que la rubia retrocediera ante su reacción ―Por favor, perdonadme. - rápidamente se compuso.
Y conforme éste se volteaba, era el horror, así como el estupor dibujado en su palidecido rostro al apreciar de mejor forma tan tremendas heridas, que aunque ya no parecían sangrar, aún seguían abiertas.
―¿Pero qué ha sido lo que os ha pasado? - para este punto, ella había acortado la distancia entre ambos, sus manos con lentitud se deslizaron sobre su torso. Le habían desgarrado la mayor parte del pectoral derecho: siendo la marca que le dividía por el medio la más llamativa de todas, de la misma manera las marcas que este poseía a los costados, hombros y el brazo, pudo haber jurado que, más que zarpazos y mordidas de lobo, alguien le había apuñalado;
―¿Quién ha sido?
―Los lobos, querida - mintió. ―Las bestias de un maldito salvaje...- hizo entonces una pausa, y sin querer, dejó escapar un bufido de dolor, al tiempo que con cuidado la alejó, había preferido morderse la lengua. ―Pero conseguí escapar -continuó.
―Me habían dicho que os encontrabais herido, aunque nunca imaginé que os hubiera pasado esto - dijo. Se sentía en parte culpable de haber estado ausente y, esto tal vez no hubiese ocurrido si ella hubiese decidido acompañarle ese día a la caza, aunque tampoco pudo permitirse dejar a su cuñada sola― ¿Os duele mucho? -preguntó.
― Ya no tanto... - respondió, a la vez que acariciaba con delicadeza las mejillas de la rubia. Apartó a un lado sus lizos cabellos, descubriendo sus hermosos ojos ambarinos. ―Bueno, no creo que sea buen momento para hablar sobre ello... - con un rápido movimiento, éste desató el nudo de su capa, que cayó al suelo, resbalando por la delicada espalda de la joven. Dirigió vista al nacimiento de sus pechos, mismo que yacían ocultos bajo sus gruesos y holgados vestidos, y se asomaban por encima de la delgada camisola. Una tierna, y engañosa sonrisa adornó sus afiladas facciones; una manera que tenía de mofarse ―Ha sido un día duro para ambos, es buen momento para descansar un poco. ¿No creéis lo mismo, querida? - y conforme hablaba, acortaba la distancia entre ambos. Eran los largos y dorados cabellos los que el demonio enredaba en sus dedos.
Jadeante la respiración de la muchacha, de piernas flaqueantes y cuerpo tembloroso, con la mirada expuesta en los ojos del hombre que creía su esposo, mas no fue posible para ella hallarle... por un instante sintió temor. Súbitamente sus labios Asmos silenció, y entre las llamas y los muros, fueron proyectada sus sombras.




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Notas de autor:
Agradezco a todos por leer este capítulo fue un homenaje a Marcelyne de la película "Tres mujeres inmorales", y a Yoshikague Kira, villano del maga/novela gráfica de Diamond Is Unbreakable, parte de la saga de Jojos's Bizzare Adventure.
-"Reina del invierno" es el título con el que se le conoce a la Diosa celta Cailleach, encargada de darle forma a la tierra y con un cincél esculpió las montañas, usualmente es representada como una mujer de edad avanzada, con dentadura de oso y colmillos de jabalí.
-referencias poco sutiles a Ëlwe, líder y fundador de la rama de los Sindar (en plural. Singular "sinda"), término utilizado para denominar a la subespecie de los elfos del bosque (también denominados elfos grises).
-Dúb, es el nombre de un demonio de la mitología celta, hermano de Dother y Dain, hijos ambos de la diosa Cartman, antes mencionada, cuyo nombre significa "oscuridad".
-Hago sutiles referencias tanto en "malicia", como en éste capítulo a Lady Fiona, personaje de mencionado en los poemas de "La noche del lamento de las olas".
-Como he mencionado en una anterior ocasión, la creencia en la desigualdad de sexos no era algo que siempre fuese propio de los celtas, pues las mujeres se les permitía entrenar, luchar y acompañar a sus maridos en la caza, un dato interesante es que en la cultura celta hay mucho más relatos de mujeres guerreras que en otras culturas, por lo que es de suponer que una mujer guerra tampoco resultaba algo tan inusual de ver (al menos en esas culturas).
Aclaraciones;
Y las preguntas prevalecen;
¿Dónde carajos está Dark cuando la trama lo requiera? ¿Y qué diablos es? ¿Humano? ¿Demonio? ¿Una ninfa tal vez? ... ¿Un vampiro que brilla

Sangre y Acero; furia, corazón y pasión (Editado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora