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Me llamo Junio, tengo diez años y voy a quinto de primaria. Me considero una persona introvertida, con mucha curiosidad por aprender, y excéntricamente perfeccionista; una de las carencias más grandes que cargo desde pequeña.
Soy altamente sensible, y ciertos comentarios me afectan más profundamente de lo que deberían. Además, odio las etiquetas. En realidad, sólo las odiamos todos aquellos, como yo, que nos las ponen incorrectamente y por si fuera poco, son negativas.

Porque para ellos, mis compañeros de clase, me llamo Junio, pienso como una persona de cuarenta años y debería ir a primero de la ESO.
Soy la más alta, la más lista, la que más estudia, la predilecta de los profesores, la más perfecta académicamente, la más correcta, la más aburrida.
Soy la típica chica que quiere escuchar a los profesores, la que les recuerda cuando hay deberes porque, cómo no, soy la única que les hace. Todo, absolutamente todo, lo hago perfecto.

En resumen, la buena niña, la chica de 10.

Y ahora decidme, ¿cómo no debo ser perfeccionista con toda esa presión indirecta? ¿Cómo no debo frustrarme para sacar menos de uno nuevo, si todo el mundo espera dieces?

En ocasiones, la violencia física no es la que deja más marcas. A veces, como en mi caso, un "¿Qué has sacado otro diez verdad? Como siempre.", un " ¿Un ocho y medio? ¿Qué te ha pasado? ¿Que te has caído?" o un "¡Seguro que eres superdotada, lo haces todo perfecto!" duelen más que un empujón. Muchas veces, que todo el mundo parezca molesto porque digo que creo que me ha ido mal un examen, es como un puñetazo en todo el estómago. ¿Acaso no puedo hacer hipótesis sobre mi nota? me pregunto a menudo.

Un comentario impertinente, las etiquetas constantes, una mirada celosa... todo suma, y ​​van poniendo leña al fuego.

Y llega un momento en el que, sin darte cuenta, te haces estas preguntas: ¿Y si tienen razón? ¿Y si sólo sirvo para estudiar? ¿Qué ocurre si saco menos de un nueve? ¿Qué soy si no saco buenas notas?
El problema comienza cuando te las respondes tú misma diciendo: sin buenas notas no soy nada, un siete convierte en un fracaso, se acaba el mundo, sólo sirvo para eso...y mil burradas más.

Pensar esto te destroza, puedo aseguraros, lo he vivido en carne y hueso muchos años, y estoy segura de que no soy la única.
Te comes la cabeza, por muy inteligente que seas, te lo crees. Aunque no sea verdad te lo crees.

¿Y cómo te perdonas a ti misma por decirte todo esto? Perdonar a los demás es más sencillo, eran niños pequeños, tenían envidia,...cualquier cosa. Pero, ¿y yo? ¿Cómo me perdono por haberme dicho inútil por sacar menos de un ocho en un simple examen, en una simple hoja de papel?

Y puedo parecer exagerada pero que, encima, tus compañeros se inventen cosas de ti duele. Aunque sean minúsculas duelen. Porque, ¿me gusta estudiar? No, en absoluto. ¿Me quedo todo el día encerrada en casa? Tampoco. ¿Soy superdotada? Definitivamente no. ¿Y perfecta? Nunca lo seré, es imposible serlo.

Pero, aunque lo repita mil veces, gritando hasta quedarme sin voz, no se lo creen. Aunque a mí me resultara tan fácil creerme los comentarios negativos, ellos no lo creen. Como solía decirse, no hay peor ciego que el que no quiere ver.

Y aunque intente de todas las formas humanamente posibles sacarme la etiqueta de "empollona", no puedo. Quizás es verdad que aunque la mona se vista de seda, mona se queda...

Actualmente, me llamo Junio, tengo catorce años y voy a tercero de la ESO. Me considero extrovertida, risueña y optimista.
Sigo siendo perfeccionista pero ya no es un defecto, he aprendido a verlo como virtud. He comprendido que no siempre puedo estar bien, que no siempre puedo sacar dieces.

Los comentarios me molestan hasta cierto punto, yo estoy bien con quien soy.

¿Crees que he sacado un diez, que soy perfecta? Vale, piensa lo que quieras, yo seguiré creyendo que no y tú te pondrás en la cabeza un objetivo que no podrás cumplir, ser perfecto.
Y mientras tanto, yo estoy contenta conmigo misma, me he perdonado finalmente. Y estoy segura de que tú también puedes.

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