Capitulo 9

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Lali interrumpió la reparación de la malla protectora de un árbol joven que el ganado había destrozado para ver cómo estaba quedando. Frunció el cejo; debía dejar de soñar despierta si quería terminar aquella tarea algún día.

No había completado una jornada de trabajo desde que Peter Lanzani había intentado ayudarla a saltar aquella valla. Durante dos semanas enteras, había pensado en poco más que en el caballero que había surgido de la nada para apoderarse de sus pensamientos y de su corazón. De tal forma acaparaba su mente, que no había sido capaz de concentrarse lo suficiente para terminar una tarea y no paraba de olvidar lo que tenía que hacer. Incluso entonces, de rodillas en medio de la maraña de alambre, imaginaba una cena íntima con él, a la luz de las velas. Vestido con un traje negro de etiqueta parecido a los que le había visto alguna vez a Máximo, la miraba con sus cálidos ojos verdes. Y, claro, ella estaba estupenda, con un magnífico vestido de satén azul, rematado de aljófares a juego con la corona de perlas que llevaba en la cabeza. Como era lógico, él la piropeaba profusamente.

Riendo, meneó la cabeza y enroscó el alambre alrededor de un palo grueso que sobresalía del suelo. La cena íntima era sólo una de sus múltiples ensoñaciones. También soñaba que él trabajaba con ella en el campo, el sudor le cubría los antebrazos musculosos mientras él la proclamaba la más sabia de las mujeres por haber creado su negocio. Y que él jugaba con los niños en el césped verde, frondoso y muy bien cuidado de delante de la casa. También soñaba que montaba a Júpiter a su espalda, abrazada con fuerza a su torso, fuerte como una roca, mientras cabalgaban por hermosos prados.

Se sentó sobre los talones y levantó la vista al cielo, sonriente. Luego estaba su ensoñación favorita, en la que él la tomaba en sus brazos, atravesándole el alma con sus ojos verdes, le dedicaba una sonrisa seductora y bajaba la cabeza insoportablemente despacio, separando un poco los labios...

—¿Lali?

Ella hizo un aspaviento y se volvió bruscamente hacia el lugar del que provenía la voz de Peter. Allí estaba, apoyado en un árbol, con las manos en los bolsillos, sin duda procedente del campo de calabazas. Las mejillas se le encendieron de inmediato: Dios, esperaba que no la hubiera sorprendido pensando en el beso.

—Me has asustado. —Rió nerviosa, y se pasó el dorso de la mano por las mejillas en un vano intento de borrar de ellas las manchas de vergüenza.

—Júpiter está abajo, en el campo de calabazas, espero que no te importe.

—¡En absoluto! —Por ella, como si lo había dejado pastando en el gabinete. Sonriente, se puso de pie y se sacudió la tierra de la capa—. ¡Me alegro de que hayas venido! Los niños hablan tanto de ti que mi hermano insiste en conocer al pirata del trineo. Empieza a pensar que eres fruto de nuestra imaginación —añadió.

—Quizá en otro momento —se limitó a decir él.

Su propia respuesta le pareció incomprensiblemente distante. Acaso no le sorprendía que quisiera presentárselo a su familia. No le quedaban muchas opciones; Gastón sabía que había visto al señor Lanzani en unas cuantas ocasiones ya y había exigido que se lo presentara. Al principio, Lali le había contestado con evasivas, diciéndole que Peter era un caballero que estaba de visita y con el que coincidía de cuando en cuando. Pero, después de lo del trineo, su hermano la había interrogado con recelo. ¿Qué clase de hombre, le había preguntado, invitaba a los niños a montar en trineo sin conocer primero a su familia? Ella le había quitado hierro al asunto, pero, entonces, se había encontrado a Peter, de casualidad, una tarde delante de la panadería de la señora Pennypeck y habían paseado juntos por Pemberheath. A Gastón se lo había contado el señor Goldthwaite, que se había puesto tan colorado al verlos juntos que temía que le estallara el corazón. Entonces, Gastón había exigido que le presentara al misterioso caballero.

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