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No sé cuántas veces había comprobado ya que llevaba todo en el bolso. ¿Portátil? Listo, ¿Cascos por si fueran necesarios? Listos, ¿Una libreta en la que apuntar cualquier cosa necesaria y que me parecía esencial para el trabajo que iba a hacer? Listo. Mierda, otra vez que me olvidaba el móvil encima de la cama después de que lo hubiese tirado en algún momento entre la desesperación y los nervios sin saber ya qué canción decirle a Alexa que me pusiera para que pudiera tranquilizar mi desasosiego.

Hoy era mi primer día de trabajo en una de las empresas más importantes de periodismo de mi país. A ver, no es que fuera a desempeñar un gran trabajo porque lo único que había conseguido era un contrato como becaria gracias a la novia de mi amiga Amelia que llevaba trabajando allí desde hacía un par de años. No era nada del otro mundo, pero sí lo necesario para comenzar en este mundo en el que a veces se hacen demasiado cuesta arriba los inicios.

Luisita había quedado conmigo quince minutos antes de aquel primer día en una cafetería que hacía esquina con el inmenso edificio donde se encontraba la redacción. Me había dicho que me invitaba a un café y así me presentaba ya a algunos de los compañeros del lugar, pero yo creo que lo que realmente necesitaba en ese momento era medio litro de tila para poder sobrellevar todas las emociones que estaban recorriendo mi cuerpo en aquel momento.

Me aseguré una vez más de que no me faltaba nada en el bolso, cogí las llaves de casa, porque tampoco sería la primera vez que me las dejaba y tenía que llamar a mi compañera de piso o, en el peor de los casos a un cerrajero, y salí hacia la boca del metro que me quedaba a unos cinco minutos de allí.

El trayecto en metro no era demasiado largo, el edificio estaba situado en mitad del paseo de la Castellana y ya solo con eso se hablaba un poco del poder que tenía aquel medio. Me puse los cascos para que se me hiciera más ameno, pero no dio sus frutos y los movimientos de mis piernas demostraban una vez más que el corazón iba a terminar saliéndoseme por la boca.

La megafonía anunció la parada, agarré bien mi bolso y, en cuanto subí, un tumulto de gente yendo de un lado para otro me llevo igual que la corriente lleva a las olas en el mar.

– ¡Fina! – Luisita me saludó con su sonrisa característica y me dio un abrazo en cuanto llegué a su lado – ¿Cómo estás? Ya me contó ayer Amelia que llevas varias noches en las que apenas puedes dormir.

– Estoy demasiado nerviosa, la verdad. Pienso que hoy no voy a dar ni una.

– No digas eso, mujer – intentó tranquilizarme – Además, aquí todos te van a tratar muy bien, ya verás. La única un poco estirada es la jefa, ya te lo dije, pero estoy segura de que pronto te ganarás su cariño. Solo hay que tener algo de paciencia.

– No sé yo – respondí dudosa.

Luisita me llevó hasta la cafetería y me presentó a varios de los que serían mis futuros compañeros. No pude quedarme con el nombre de todos, mi cabeza no estaba demasiado centrada en ese momento, tan solo me quedé con Claudia y Carmen que estuvieron un rato hablando conmigo y tranquilizándome. La primera había llegado a la redacción hacía unos meses y hablaba maravillas del grupo de gente que había allí y del trabajo que realizaban a diario, a pesar de que muchas veces le tocaba salir a la calle para cubrir algunas de las noticias que el resto de sus compañeros no querían y la segunda era ya una de las redactoras principales, encargada de las noticias más importantes que solían salir en el periódico.

– Bueno, ¿estás preparada? – me preguntó Luisita poniéndose de nuevo a mi lado.

– No, pero tampoco me queda otra.

Carmen y Claudia se echaron a reír y las cuatro fuimos juntas hasta la entrada del edificio. Mis dos nuevas compañeras me desearon suerte y Luisita me acompañó hasta la puerta, me enseñó cómo tenía que hacer cada mañana para entrar y me hizo un pequeño tour por la redacción hasta llegar a la mesa en la que iba a pasar muchas de las horas del día en los próximos meses.

Líneas rojasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora