Cap 1 Contusión

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La atmósfera estaba impregnada¹ de un frío penetrante; las ráfagas heladas del viento nevado azotaban su rostro, sacudiéndolo bruscamente de su letargo². Abrió los ojos con dificultad, encontrándose en medio de una pesadilla hecha realidad. A su alrededor, los escombros retorcidos de un autobús escolar yacían como un monumento a la tragedia, mientras los cuerpos inertes de otros niños y jóvenes, algunos con aspecto de bestias, yacían dispersos, testigos mudos de un destino cruel.

Él, con su apariencia de lobo, estaba atrapado entre la vida y la muerte en aquel escenario dantesco³. La confusión lo envolvía como un velo oscuro que nublaba su mente. No recordaba quién era, ni cómo había llegado allí. Solo el dolor agudo en sus extremidades le recordaba que aún estaba vivo.

Con un esfuerzo fatigante, arrastró su cuerpo maltrecho fuera del amasijo⁴ de metal retorcido, mientras el autobús comenzaba a consumirse en llamas, enviando columnas de humo negro al cielo gélido. Cada movimiento era un tormento, cada paso una agonía, pero algo dentro de él se aferraba a la esperanza, aunque fuera apenas un destello débil en la oscuridad.

A medida que se alejaba tambaleándose, una contusión en la cabeza latía con doloroso pulso, como un eco sordo de la catástrofe que lo rodeaba. La nieve crujía bajo sus pasos, un eco macabro de la fragilidad de su existencia. Finalmente, exhausto y herido, su cuerpo cedió, desplomándose en la blancura inmaculada⁵ del paisaje helado, un pequeño niño lobo entre las sombras de la desolación, cerrando sus párpados.

Las horas transcurrieron y el niño lobo quedó cubierto por una fina capa de nieve que se acumuló durante su desvanecimiento. Sin embargo, momentos después, fue encontrado por un chico humano. Este último, al verlo, inicialmente lo ignoró mientras recogía las pertenencias de los demás y buscaba objetos de valor entre los escombros.

Al terminar su búsqueda, el chico se acercó al niño lobo, no con la intención de ayudar, sino más bien buscando algo de valor entre sus pertenencias. Sin embargo, notó que el niño lobo aún tenía un débil pulso. Confundido, decidió cargarlo a su espalda y llevarlo consigo hacia su refugio.

El refugio del joven estaba ubicado en los límites de una gran ciudad, entre los restos de un departamento destruido. Subieron hasta el último piso, donde el joven atendió las heridas del niño lobo con los pocos medicamentos que tenía a su disposición. Luego, encendió una pequeña chimenea casera para proporcionar algo de calor y confort⁶ en medio de la desolación⁷ que los rodeaba.

El chico humano observó al niño lobo con una mezcla de curiosidad y cautela, preguntándose quién sería y cómo había terminado en esa situación. A pesar de sus propios temores y preocupaciones, decidió cuidarlo lo mejor que pudo.

Mientras la calidez del fuego comenzaba a penetrar en la habitación, el niño lobo comenzó a recobrar un poco de consciencia. Entre murmullos y gemidos, sus ojos se abrieron lentamente, encontrando la figura del chico humano observándolo, con el cabello de color café oscuro, unos ojos de color similar y una nariz respingada.

-¿Dónde estoy? -murmuró el niño lobo, su voz apenas un susurro ronco.

-Estás a salvo por ahora -respondió el chico humano con voz tranquila-. Te encontré en medio de los escombros y te traje aquí. ¿Cómo te sientes?

El niño lobo intentó sentarse, pero un dolor punzante lo obligó a recostarse nuevamente.

-Dolorido -admitió el niño lobo-. ¿Quién eres tú?

El chico humano le sonrió, pero sus ojos mantenían una frialdad distante.

-Me llamo Frank. Vivo aquí, en este refugio. ¿Tienes algún nombre?

El niño lobo frunció el ceño, luchando por recordar. -No lo sé. No recuerdo nada.

Frank asintió comprensivamente. -Bueno, por ahora descansa. Mañana veremos qué podemos hacer por ti.

-¿Podemos? ¿Hay alguien más? -preguntó el niño lobo.

-Sí, mis padres están fuera, fueron a intercambiar algunos objetos de valor en la capital. Tardarán un par de días en volver, así que por mientras te voy a cuidar yo -respondió Frank con una leve sonrisa, una rareza en su expresión normalmente dura.

-Me duele todo el cuerpo y la cabeza. Voy a dormir. Gracias por ayudarme, Frank -suspiró el niño lobo.

-No me agradezcas, niño. No soy de esos que dejan de lado a una persona herida. Eso me enseñó mi padre -exclamó Frank, con un destello de orgullo en su voz-. Ahora, duérmete. Tienes que recuperarte, pequeño.

El niño lobo cerró los ojos, permitiendo que el agotamiento y el dolor lo sumieran en el sueño. Mientras tanto, Frank se quedó junto a la chimenea, velando por su inesperado huésped.

-<<Espero que lo que he hecho esté bien, padre>> -pensó Frank mientras se acomodaba al lado de la chimenea y se disponía a dormir.

Horas después, el niño se despertó, sobresaltado por una pesadilla sobre una mujer y un arma siendo disparada. El niño lobo se quedó mirando el techo agujereado, mientras trataba de recordar quién era, cómo se llamaba, y si tenía padres que estuvieran preocupados por él al igual que Frank. Todo era confuso, pero al cabo de un rato no le dio más importancia y se durmió nuevamente, a la espera de que mañana le trajera algún recuerdo.


impregnada¹: La atmósfera estaba impregnada de un frío penetrante, significa que el ambienté estaba imbuido o bañada por el frío.

letargo²: es un estado de somnolencia o falta de energía en el que una persona o animal muestra una reducción significativa en su actividad y capacidad de respuesta.

dantesco³: se refiere a algo que es extremadamente sombrío, cruel, como eventos trágicos, horribles o apocalípticos.

amasijo⁴ : es un sustantivo que se refiere a una masa de cosas, especialmente cuando están desordenadas o confusas, como una mezcla o aglomeración de objetos, materiales o incluso ideas.

inmaculada⁵: es un adjetivo que se refiere a algo que está libre de mancha, defecto o impureza.

confort⁶: se refiere a una sensación de comodidad, bienestar y seguridad. Puede ser físico, emocional o incluso espiritual.

desolación⁷: se refiere a un estado de abandono, desamparo o tristeza profunda.

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