¿Cómo te explico que te amo?

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Era una tarde de primavera, el sol iluminaba toda la ciudad, las pocas nubes embellecían el paisaje, el viento rozándoles los cuerpos y la carretera despejada, dejando así el camino libre para la motocicleta de Sebastián. Iban los dos de camino al campo en las afueras de Santiago, el piloto y su hermosa acompañante; Victoria. Una mujer de claros ojos, el pelo de color castaño hermosamente ondulado, pecas cubriendo su nariz y una sonrisa impecable.

Victoria iba abrazada fuertemente de Sebastián, apoyando su ligera cabeza sobre la espalda de él, haciendo notar su desacelerada respiración. Sebastián en polera manga corta, sintiendo, encima de la moto, el cariño que le hacía el viento. Ellos iban a pasar una tranquila tarde en las praderas, alejándose un rato de la turbada ciudad. Preparados con un termo lleno de café, frutas, sándwiches y un gran mantel para albergar sus cuerpos en el suave pasto.

Al llegar a su destino, Sebastián paró la moto y bajó primero, para así estrechar la mano a su igual, ayudándola a bajar del vehículo. Escoger el lugar fue bastante fácil, debido que era todo un pastizal, cubierto de las hermosas flores brotadas para dar bienvenida a la recién llegada estación. Ya, al colocar el mantel, Victoria dejó toda la comida en el centro de este, para dar lugar a una agradable conversación. Siendo esta bastante banal, Sebastián no tuvo más remedio que contemplar a su queridísima compañera, esos particulares ojos que le acariciaban el cuerpo, su sutil sonrisa y la simple belleza que albergaba su rostro. No les importaba la conversación, ya que esto no era lo importante, ellos vinieron para hacerse compañía en esta agradable tarde de sábado. Victoria se veía espectacular bajo la tenue luz ofrecida por el sol, su cabello se meneaba al ritmo de la brisa, siguiendo a la orquesta de la naturaleza, compuesta por los pájaros, insectos, viento y las palabras proporcionadas por ambos.

Sebastián no podía dejar de mirarla, quitar sus ojos sobre los suyos para poder contemplar el paisaje, porque la única vista que él quiere ver es a su amada, Victoria. Ella seguía platicando, contando su día y otras cosas que Sebastián estaba demasiado hechizado para escuchar. Él decidió apartar la vista y compartir con ella la belleza de la naturaleza y su esencia, cesaron las palabras y se adentraron en lo que les faltaba: el silencio. Despedir, aunque sea por una tarde, el bullicio de la ciudad y escuchar como la hierba se meneaba sobre ellos, los pájaros cantando canciones y las copas de los árboles chocando entre sí. Esta preciosa pausa se acabó con el celular de Victoria sonando y ella entonando un hola amor, ¿Qué pasó?

Su cabeza se desenfocó y su sonrisa se apagó. Dejó de escuchar el silencio y esperó que Victoria se desocupara. Cuando ella cortó, sus miradas se cruzaron y sus pupilas se encajaron de manera perfecta, alineados alma con alma. Ahí fue, cuando Sebastián, de golpe, comprendió que el corazón de Victoria no le pertenecía, sino que él era dueño de una simple amistad. Ahí fue, cuando Sebastián supo que esos ojos le entregaban miradas amistosas y no las ojeadas repletas de amor, color rojo vivo, que él le regalaba a su amiga. Ahí fue, cuando Sebastián tuvo que por fin aceptar que él se quedaría con el lado amargo del amor de Victoria, ya que lo dulce lo poseía otro.

Raimundo Leal

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