Capitulo 1

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El dedo índice, casi autónomo en su danza macabra, descendía por las imágenes que, como fragmentos de una sociedad frívola y exhibicionista, se deslizaban por las plataformas sociales. Eran retratos de belleza física, en blanco y negro, siluetas que proclamaban una estética ajena y distante. Imágenes de dietas milagrosas, como pócimas modernas prometiendo la eterna juventud. Fotografías de unas vacaciones familiares en el Congo Belga, un exotismo superficial manchado por la presencia de gorilas domesticados, símbolos de una opulencia decadente.

Y así seguían desfilando: logros literarios, versos cargados de un pathos artificial, otras peripecias diseñadas para una plataforma hambrienta de aprobación instantánea y efímera. Todo ello, un grito desesperado en busca de reconocimiento, una confirmación de nuestra existencia, de nuestro saber, de nuestra habilidad para reconocer y ser reconocidos, buenos, creativos, rebosantes de sátira y humor negro. Era el sustento de un alma acongojada, afligida por la falta de interés en su propio ser.

Mientras mi dedo calloso seguía su descenso inexorable, me detuve ante la ilusión óptica de una joven, ofreciendo su cuerpo renovado a los socionautas. Había remodelado su busto, sus caderas, y el resultado era una obra maestra de la cirugía moderna. Su perfil estaba inundado de 'me gusta', mayormente de índices masculinos, reaccionando a sus constantes insinuaciones corporales en la red.

Con el tiempo, dejé de seguirla, solo para enterarme más tarde de que había sido invitada a salir y, luego, encontrada degollada en un motel de mala muerte. El lugar, un nido de secretos, prohibía cámaras de video y permitía la entrada incluyendo vehículos con cristales ahumados. A nadie le interesaba quien entraba y quien salía mientras pagaran. Así, el cuerpo bellamente reconstruido de Amarilis yacía, una víctima más de un desenfreno que trascendía la mera violencia física.

Yacía tendida, sin vida y sin alteraciones, en la cama rotatoria del motel. Antes de cualquier examen de lesiones, se confirmó que había sufrido violaciones, tanto vaginal como anal, según los análisis forenses de los fluidos. Había semen masculino por todos lados, incluyendo los jugos gástricos. En otras palabras, el asesino, cual depredador enmascarado en las sombras de la cotidianidad, había tejido una red de seducción en torno a Amarilis. A través de las mismas plataformas que ella usaba para exhibir su renovado cuerpo y su ansia de reconocimiento, él había encontrado la manera de acercarse a ella. La había utilizado, aprovechándose de su vulnerabilidad y de su deseo de ser vista, reconocida, deseada. En este acto, él no solo destruyó un cuerpo, sino que también aniquiló un sueño, una esperanza, una búsqueda de algo más en la vida.

En este retorcido escenario, los periodistas, voraces por una historia sensacionalista, no perdieron el tiempo para sacar provecho de la tragedia. El cadáver de Amarilis, yaciendo en un charco de su propia sangre, se convirtió en el centro de un morbo periodístico sin precedentes. Las imágenes de la escena, capturadas clandestinamente, inundaron las mismas redes sociales que, en vida, habían sido escenario de su búsqueda de reconocimiento.

La ironía era cruel. Las mismas plataformas que Amarilis había utilizado para compartir momentos de su vida, ahora servían para exhibir su final trágico. El motel, escenario del crimen, se transformó en una especie de teatro macabro. Los dueños, tras notificar a los inquilinos que su tiempo había expirado, se encontraron con el silencio como respuesta. La Ford Bronco negra, que había entrado con su ocupante y víctima, había desaparecido en la oscuridad de la noche.

Al forzar la puerta del cuarto, se toparon con una escena dantesca que nunca podrían olvidar. Las fotos tomadas apresuradamente comenzaron a circular, alimentando el voraz apetito del público por el escándalo. Un periodista en particular, conocido por su trabajo en la prensa amarillista, vio en estas imágenes una oportunidad de oro. Creyendo tener en sus manos material para un Pulitzer, comenzó a tejer su historia, explotando cada detalle morbosamente.

La muerte de Amarilis, por ende, se convierte en un símbolo poderoso de las relaciones contemporáneas, donde lo virtual y lo real se entremezclan a menudo, con consecuencias peligrosas. Su asesinato no es solo un acto de violencia física; es también un reflejo de una sociedad que valora a las personas como objetos, como imágenes en una pantalla, despojándolas de su humanidad.

El agente Ernesto Prieto, del precinto cinco, asumió la tarea de desentrañar el enigma que envolvía el cruel asesinato de Amarilis. Con la meticulosidad de un cazador experimentado, comenzó su investigación en el punto de partida más lógico en estos tiempos modernos: las redes sociales de Amarilis. Allí, en el laberinto digital, esperaba encontrar pistas sobre su vida antes de emprender el viaje al centro de la isla para entrevistar a su familia.

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⏰ Última actualización: Apr 22 ⏰

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