Capítulo 6. Error de cálculo

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Nunca supe si Iker estuvo conmigo esa noche en algún momento. Después de quedarnos despiertos hablando de besos, estrellas y sueños, el cansancio ganó la batalla y me fui a dormir. En su carpa.

Al despertar, seguía sola, así que lo más lógico es que Iker pasó la noche en algún otro lugar, de lo contrario, lo hubiese oído.

Me levanté, arropándome con una sudadera por encima de mi pijama y salí al aire frío con el cabello revuelto y aun sin lavarme la cara.

Cerré los ojos para disfrutar de un momento de la tranquilidad del amanecer, con el viento acariciándome la piel y el cantar de los pájaros como ruido de fondo.

El sonido de un chapoteo en el río, me hizo abrir los ojos y buscar de donde provenía. A unos metros de las carpas, Iker se encontraba en la orilla, con una chaqueta ligera y un pantalón deportivo corto. Llevaba su gorra con la visera hacia atrás y miraba algo en su mano, muy concentrado. Después de unos minutos, dejó caer unas piedras y con un movimiento de su brazo, lanzó una al río.

Pasé por la improvisada cocina que armamos el día anterior y calenté un poco de agua antes de hacer dos cafés instantáneos en unas tazas metálicas.

Me acerqué despacio, mirando como repetía la acción, seleccionando piedras, evaluándolas y lanzándolas al río.

—¿Eres un vampiro? —pregunté, llamando su atención.

Miró sobre mi hombro, saludándome con una sonrisa que lo hizo entornar los ojos.

—Me descubriste —bromeó, volviendo a su tarea—. Ahora tendré que convertirte en una de nosotros para que no vayas por ahí contando nuestro secreto.

—¿El secreto de como haces para no brillar a la luz del sol?

Volvió a mirarme, esta vez con una mueca de desagrado. Estaba un poco más adelantado, con los pies sumergidos en el agua. Yo no haría algo así a esta hora ni aunque me pagaran.

—No soy de esa especie —continuó la broma, recogiendo más piedras—. Soy de los que arden. Ya sabes, los de la vieja escuela.

—Yo te veo muy bien. ¿Lograron al fin convivir con los seres humanos? ¿Cómo lo hicieron?

Lanza una última piedra, que no rebotó sobre la superficie como las anteriores, producto de la risa que se le escapó antes de lanzar. Sacudió sus manos en los pantalones y se giró para caminar hacia mí.

—Bloqueador solar —respondió, dándome un pequeño golpe en la nariz, antes de aceptar la taza que le ofrecía.

Nos sentamos en la orilla mirando hacia el río, disfrutando de un agradable silencio. Ya me estaba acostumbrando a esta dualidad en la personalidad de Iker. Podría hablar con todo el mundo y hacer amigos con facilidad, pero no tenía problemas en convivir consigo mismo.

—¿Ya estás lista para irte? —preguntó después de un rato.

—¿Irnos? Pero llegamos ayer.

—¿Tienes algo más que hacer aquí? —quiso saber.

Me encogí de hombros. En realidad, solo me dejé llevar y lo había seguido hasta este lugar, porque él lo propuso.

—Vamos entonces.

Se puso de pie y ofreció su mano para ayudarme.

Mientras yo me daba un baño rápido en las duchas compartidas, Iker se dedicó a desarmar todo, ordenar nuestras cosas y hablar con el grupo con del día anterior. Después de despedirnos con abrazos efusivos, nos pusimos en marcha dejando atrás a todos los demás.

Donde el sol se escondeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora