"Uno nunca está completamente solo porque está con uno mismo"
MARGARITE YOUCENAR.Quién en este mundo le ha dado tanta importancia a los dientes de leche como yo le di a los míos? Pasaba horas encerrada en el baño, frente al espejo, obcecada con el dibujo de mis dientes de leche. Mamá, y porque son de leche? Se derriten, algún día se derretirán. Abuela no tiene, busco la solución, construyo en cartulina un molde de dentadura, lleno los agujeros con leche de vaca, los pongo a congelar. Abuela se ríe de mi, esta niña y sus cosas!
El espejo enseña los dientes. Mi madre me entalca el cuerpo sentándome sobre el lavado. Ha dicho "abre las piernas". Sacude con una mota rosada los polvos olorosos a lavanda, tupe la ranura. Arde. Y yo recuerdo que ardía. Huía en cueros por los pasillos, con una pasta grumosa salpicándome los muslos.
Vivíamos todos en el mismo salón, dormíamos en una misma cama. Cuando regresábamos de la playa nos duchabamos y nos untábamos en vinagre. Mamá se acostaba muy pegada a mi, asustándome con su piel tan caliente y agria. Soy una niña que descubre a su madre durmiendo. Que piedad sofocante da el destino!
Todos me besaban en la boca, encontraron mis labios cómicos, no se resistieron y me mordieron. Reírme era tentarlos, besarlos era aventurarme y hacerlos felices. Cuando buscaba la boca de mi padre en la playa, él me entregaba buches de agua salada que yo le devolvía al rostro en una regadera de gotas tibias. Él lamia mi barbilla hallando cada vez un sabor diferente: a un dulce desconocido, a un helado exuberante que había prometido en otra ocasión, a un vino añejado que traía recuerdos de su vida en París.
En aquella época mi existencia era muy sencilla: comer, dormir, jugar. Jugar me entristecía, jugar siempre me hizo sentir mas solitaria. Las muñecas parecían cadáveres de niñas extranguladas, me disgustaban sus ojos plásticos, y mas de una vez me encontraron descuartizandolas para averiguar qué tenían dentro; quería curarles su frialdad, me empecinaba en conocer si también se horrorisaban ellas conmigo como yo con sus estériles ademanes. En vano, la muñeca es el juguete mas inexpresivo que haya inventado la humanidad.
A mi padre eso le daba mucha gracia, entonces compró una suiza, para cuando fuera mas grande, mientras tanto él la brincaba de todos los sentidos, intentando convencerme de lo entretenido que podía resultar saltar por encima de un trozo de soga, con riesgo incluso de perder los dientes. No quedó mas remedio que echarme a llorar en sus narices, porque se veía insoportablemente ridículo despeinado por el roce de la cuerda sobre su cabeza y en ocasiones hasta se golpeaba la frente y se levantaba gruesos verdugones, o caía estruendosamente de nalgas.
Mi padre entendió la torpeza de imponer juegos a los hijos, y nunca más propuso otro divertimiento, salvo el mar.
Tampoco yo comía nada. El puré de zanahoria sabía a excrementos, la carne a periódicos viejos. Los otros se repartían mi plato intacto, y en el peor de los casos mis sobras. Mis padres se enfurecían, la leche me la empujaban a cucharadas apretandome la nariz; sin embargo, me fascinaba dibujar con el tenedor en la comida, separaba el puré a un lado del plato y la carne al otro, dibujaba pájaros, amasijaba iglesias. Me embadurnaba el rostro, sembraba perejil en mis orejas, imaginaba un bosque donde solamente yo podía escuchar a mis queridos seres de otro mundo. Abuela me aterrorizaba amenazandome con que si seguía sin comer iba a morir muy rápido y que la muerte era una pelota de gusanos negros y babosos, entonces yo me disculpaba con los duendes y tragaba la mitad del bosque haciendo un sinnúmero de muecas, y obligaba a mis padres a doblarse de risa. La otra mitad del bosque la devoraban los grandes.Dormir. El bombillo cegándome. La sábana sobre mis ojos. El mundo coagulándose en mi retina. Un sabor a fósforo. Los ronquidos espesos de mi padre. La respiración arrítmica de mi madre. Sus ropas de noche embarradas en semen. Abuela sentada en el sillón. Abanicándose. Palpandome el pecho para verificar si yo dormía como en los cuentos. Pero yo jamás dormí como en los cuentos. Yo jamás soñé con hadas. Yo soñaba con el dolor del silencio. La sayuela de abuela flotaba. De los pellejos de mi madre brotaba sudor espumoso. Mi padre tenía los huecos de la nariz amarillentos por la nicotina. Dormir era estremecerme individualmente, emocionarme dentro de un universo en el cual yo era la reina absoluta.
No es que yo recuerde mucho, pero cuando cumplí los tres años me llevaron a un parque mágico donde los tigres dormitaban junto a los humanos. De los árboles colgaban zapatos habitados por insectos gigantescos. Unos dedos anillados en raíces emergían de la tierra y hacían señales para que me les acercara. Yo iba vestida de tul celeste, el vestido me quedaba un poco grande y me lo ciñeron con un enorme lazo a la cintura, en los hombros habían prendido con dos broches dorados un par de aleteantes mariposas, el dobladillo lo aromatizaron con diversas flores que mareaban al menor movimiento. Fue la primera vez que me sentí ridícula, me fotografiaron y aparezco seria, arrugando las puntas del traje de gala con mis manos de niña crispada.
Mis tíos me regalaron una tarta de limón con mi nombre bordado en merengue y tres velas incrustadas en el centro, las cuales tuve que soplar después de una agrupada cancioncita entonada a coro.
Me abrazaron y me besaron uno por uno, y yo les respondí fingiendo que estaba en el colmo de la felicidad con toda aquella parafernalia. Mi padre no estaba contento porque suponía que yo no lo estaba. Los demás se dedicaron a jactar y el me libró del vestido y de los zapatos. Echó a correr para ver si yo era capaz de alcanzarlo. Mi madre refunfuño porque consideró absurdo pedirle a una niña de apenas tres años que emprendiera una carrera a pies desnudos por tan pedregoso terreno. Como que no me gustaba verlos enfadados me dejé caer de rodillas y puse cara de persona mayor. Todos se volvieron hacia mí: Sus ojos amarillos. Los ojos plásticos. Pajarito! Y me eché a volar.
Por fin me atraparon y me acomodaron sobre el pecho de mi padre, los pelos le olían a paneleta. Jugué con el hueso que le abultaba la piel del cuello; me contó que cuando pequeño se había tragado una pelota; pero mi tío lo interrumpió con agresividad recalcando de mal humor que de esa manera no se le hablaba a un niño porque después podría intentar hacer lo mismo. El tío flaco de la familia me explicó que aquel hueso se llamaba traquea y que los hombres lo poseen mas desproporcionadamente grande que las mujeres. Me aburrió. Me aburre que me expliquen. Tuve hambre y busque las tetillas de papá, la leche era lenta y se enredaba indescifrable en mi garganta. El sabor de la soledad que yo necesitaba para quedar dormida.
La voz de mi padre se coaguló en la intimidad del sueño, la fiebre canalizó en los primeros granos de la "china". Hasta la garganta se llenó de infectas ampollas que por causa de la humedad demoraron bastante en desaparecer. De cada cumpleaños siempre salí con una enfermedad distinta. Pasaba días inconsciente, hasta que la voz de mi padre volvía a fluir.
<< Esta era una vez una niña que descendía genealógicamente de los animales que vivieron en la prehistoria y que se llamaron Límulas. Eran unos crustáceos, que en lugar de tener sangre roja, la tenían como el quinto color del espectro solar: Azul. De un Azul que cantaba con una melodía que hasta hoy solo han podido imitar los celtas con el "zootivar", un instrumento musical que curiosamente se asemeja al crustáceo, y que posee la propiedad de dormirnos y robarnos mientras tanto en sonido de la sangre, para después convertirlo en fuga, en sonata, o en adagio. Las Límulas eran pues, de sangre azulmente musical, o musicalmente azul... La niña de mi cuento tenia cara de larva y siempre tenia miedo>>
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Sangre Azul
FantasyPrimero en Cuba y mas tarde en París, Attys, precoz adolescente, persigue la sombra de Gnossis, el pintor que le ha dado el amor para luego quitárselo. Imprevisiblemente y de una exigencia insaciable, Gnossis la inició en el secreto de una búsqueda...