Meses atrás.
Amaya.
Vi la hora en mi celular. 22:30 p.m.
En otras circunstancias me habría alarmado, pero justo en ese momento me sentía lo suficientemente miserable como para preocuparme por eso. No me interesaba si se habían dado cuenta de mi ausencia o no, aunque preferiría que no. Lo último que quería era tener a mamá esperando por mí, afligida y molesta. La conocía bien, no me soltaría hasta sacarme la verdad. Y no estaba lista para hablar de eso con ella... con nadie.
O al menos, nadie a parte de Dios.
En varias ocasiones quise hacerlo, pero siempre terminaba echándome para atrás. Tal vez por cobardía, tal vez por inseguridad. O tal vez porque comprendí que nadie, excepto Jesús, entendía a la perfección como me sentía. Él era la única persona con la que podía hablar veinte veces del mismo tema y las veinte veces me escucharía. Y no es que mamá hubiera hecho de menos mis sentimientos, pero sabía que no sería igual. Porque como dijo Averly Morillo, hay sentimientos tan profundos que solo los entiende Dios.
Y los míos estaban lo suficientemente profundos para hacer arder mi corazón con una intensidad desquiciante. La sensación era casi insoportable, era como si tuviera un nudo atorado en la garganta, el cual se apretaba con cada pensamiento de ellos dos juntos. Yo sabía que eso podría pasar tarde o temprano, pero no llegué a creer que podría doler así. ¡Ni siquiera habíamos sido más que amigos! ¿Cómo era posible que el dolor fuera así de matador? Nunca antes me había pasado; había sufrido desilusiones, sí, pero ninguna de ellas me había costado tanto superar.
¿Pero en ese tiempo?
Suspiro.
En ese tiempo no había noche de domingo en que no terminara llorando contra la almohada. No había momento del día en que pueda dejar de pensar en ellos y en las mentiras endulzadas que Asher me hizo sin ningún tipo de compasión antes de que ella apareciera. Porque existió un momento donde llegué a creer que yo también le gustaba. Estuve dispuesta, incluso, a esperar lo necesario hasta que se atreviera a confesar sus sentimientos... pero nunca pasó.
Mientras que con ella, solo bastó con que la viera una sola vez para que fuera completamente suyo.
Tonto Asher.
Lo detestaba en la misma medida con la que aún lo quería. Y eso no hacía más que enfadarme conmigo misma.
Con las yemas de los dedos, me sequé las lágrimas de nuevo. Podía sentir mis ojos hinchados y la nariz congestionada por el llanto. El dolor aún no había disminuido pero decidí que era hora de volver, el frío se estaba volviendo insoportable. Me puse de pie despacio y tras sacudir el polvo de mis pantalones, me dispuse por irme.
Sin embargo; al llegar al porche de mi casa, noté un pequeño detalle que me alarmó: mi bolso ya no está. Cerré los ojos porque sabía muy bien que significaba. Resignada, entré de igual modo a la casa, la cual se encontraba sumida en silencio y oscuridad. O al menos eso pensé, hasta que, a medio camino, la voz de mi hermano me interrumpió.
- ¿Se puede saber dónde andabas a estas horas de la noche, jovencita?
- ¿Jovencita? Sólo eres tres años mayor que yo.
- No intentes cambiar de tema- suspiré cuando lo ví levantarse del sofá con mi bolso en su mano-. ¿Por qué no entraste a casa cuando Asher te trajo?
- No quiero hablar de eso- él alejó el bolso cuando intenté tomarlo-. Elian, no estoy de humor.
- ¿Y crees que yo si? Mi hermanita desaparece de la nada, dejando su bolso y celular en el porche de la casa. ¿Qué crees que pensé? Agradece que mamá y papá no se dieron cuenta.
ESTÁS LEYENDO
No mires atrás
Kısa Hikaye«la realidad puede ser dura, pero de ilusiones tampoco se vive»