[1] La familia es importante.

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Fotografiar modelos no era su actividad favorita. Metrosexuales de colmillos largos y narices verdes mal acomodadas le parecían un poco vil, más bien, de escaso espíritu artístico.
En el estudio rectangular habían luces anaranjadas y el parpadeo del flash inundaba la habitación, donde resonaba el ruido de la ciudad pero se ahogaba en música de rock. Mientras tanto, Bernardo miraba la pantalla que había sobre la mesita delante de él, las fotografías que adornarían seguramente una parada de autobús y luego de semanas serían el lienzo de algún talentoso artista callejero.

—Está bien, toma otras más y seguimos con el grupo dos, Ernesto —dijo rascándose la cabeza.
Aunque no podía quejarse, tan solo que su gran momento con la fotografía estaba muy cerca, pues hace un año y medio se encontraba en la empresa de una gran expedición, en busca de la fotografía perfecta; la que sería tan buena para ganar el premio estatal Víctor Cassasola de fotografía, de la Universidad de Artes Cassasola. Premiación que se celebraba con grandes honores en presencia del gobernador y en una ocasión, del mismo presidente. Se daba, además, un recurso económico y un preciado lugar entre los que empezaban a escucharse en el mundo de la fotografía. No obstante; la noticia de que esperaba un hijo con Julieta fue recibida por Bernardo con gran felicidad.

El plan ahora había cambiado y con la animosidad del padre primerizo su mente se ocupó de la idea, recortando su tiempo de fotógrafo aventurero, pronto comenzaría con el plan que le tenía esa tarde de octubre en aquel espacio rentado, la publicidad.
—Ahí viene el segundo grupo —dijo Ernesto.
—¿Más brujas? —bufó Bernardo.
—Es temporada de brujas...

Mientras Ernesto volvía su atención al grupo de jovencitas con sombrero posando frente a él, a Bernardo le pareció escuchar entre la música el ruido de su teléfono.
—¿Bueno?
—Mijo... soy tu tía —le respondió una voz ronca, de mujer.
—¿Qué tía? —preguntó Bernardo, yendo hasta la grabadora con el teléfono en la oreja, para cesar el ruido.
—¿Eres Bernardo Rivas Manzano? —Bernardo, de regreso al otro lado del estudio no respondió, pero siguió escuchando, mientras una rubia de sombrero puntiagudo se quejaba por la ausencia de música. «¡Eso, dame terror!», la motivaba el fotógrafo—. Soy tu tía, Casimira. Mijo, te ando avisando nomas, que tu nana Beatriz se nos acaba de fallecer...
Bernardo casi con esfuerzo recordó: ¿su abuela? Veinte años tenía sin ver a la familia de su padre. Un dolor en el estómago lo atacó de pronto. Flash, flash...
» ...fíjate, ya la veía yo en sus últimas, es cierto, Dios la tenga en su santa gloria. Te aviso, mijo, que la vamos a velar aquí en la casa, como a mi apá. El cura va a venir a dar la misa el domingo, para enterrarla ese mismo día.

No sabía qué decir, la música sonó de nuevo, la chica tomó la enorme escoba de palos y la montó para la cámara, Bernardo aclaró la garganta.
—Tía, lo siento mucho, eh...
—Ya ves cómo te quería —dijo la mujer con voz de lamento.
Todo lo que Bernardo deseaba en ese momento era terminar la llamada, sintió de repente una incomodidad y se propuso colgar.
—Voy a... avisarle a mamá —se apresuró a decir.
—Sí, sí, aquí los esperamos entonces mijito, para despedir a tu abuelita, que tanto te cuidó de chiquito, ¿te acuerdas mijo?
Casimira se sonaba la nariz y del otro lado del teléfono, Bernardo Rivas, quien años atrás había tomado la firme decisión de efectivamente no recordar, se despidió con prisa.

—Ay hijo, ni modo que no vayas, es tu abuela. Además, no, yo no puedo acompañarte porque a Manuel le dieron sus vacaciones y nos vamos a ir todo el fin de semana. No creas que voy a cambiar eso por una visita al pueblito de tu papá —, dijo, pero se detuvo un momento—. ¿Has ido a verlo?
—No voy a ir al funeral mamá, son cuatro horas y media de camino —respondió Bernardo.
—Lleva a Julieta, vayan y así te quitas el pendiente de volver a ir en otros veinte años. Mira tengo que colgar, te llamo el lunes y me cuentas cómo te ha ido en San Carlos Escondido, besos para ese bebé precioso, ¡adiós, adiós! —y se despidió, dejando a su hijo con un sentimiento de agria resignación.

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