29.- Verdades

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Narración: Sergio

Sentía el cuerpo de Max pegado a mi espalda, rodeándome por la cintura bajo un cielo estrellado,susurrándome cosas dulces al oído mientras me estrechaba contra él.

-Lo siento mucho. No lo sabía -me musitó-. Pero ahora que estás aquí conmigo, ya no dejaré que te vayas nunca. Nunca, Sergio. Ahora eres
parte de mí. No permitiré que nos separemos nunca.

-No hay ningún otro lugar en el que más desee vivir, Max -repuse suspirando y me arrimé más a él-. Quiero estar siempre como estoy ahora contigo. Abrázame y no dejes que me vaya.

-No me separaré nunca de ti. Te quiero, Checo. Dime tú también... -
de pronto su voz ronca desapareció y la escena se volvió borrosa y se
esfumó.

Desesperado, intenté recuperarla con mi mente, pero era demasiado tarde. Me estaba despertando y el sueño había desaparecido.

-Dime que no te pasas el día durmiendo en la cama.

-¿Qué? -respondí incorporándome, viéndolo todo borroso por estar
todavía medio dormido. Me pasé las manos por entre la mata de pelo lo bastante como para acomodarlo y poder ver al castroso que me había sacado de mi profundo sueño.

-Lárgate, Charles-le solté enojado, y luego me volví a derrumbar
teatralmente sobre la cama-. Estoy durmiendo -añadí pegándome la
almohada de Max al pecho. Inhalé su aroma y suspiré con satisfacción. A
lo mejor conseguía seguir soñando con aquella escena si el se quedaba
calladito y se largaba.

-No, ya no estás durmiendo -repuso y luego lo oí cruzar la habitación
para hacer vete a saber el qué, pero te juro que si se le ocurría saltar sobre
mí, pensaba darle un buen manotazo en la frente y luego le metería mi dedo lleno de babas en la oreja. Charles estaba demasiado animado por las mañanas y probablemente se lo merecía solo por eso, y yo esperaba el momento propicio para saltarle encima cogiéndolo desprevenido.

-¿Qué quieres?-le dije medio quejándome cuando corrió las
cortinas para dejar que la intensa luz de la mañana invadiera mi cómodo
refugio. De pronto me vinieron a la cabeza imágenes de vampiros y estas a su vez me llevaron a pensar en el sexo vampírico que Max y yo habíamos tenido en la sala recreativa.

Tendremos que hacerlo otra vez.

El Chichi se asomó entusiasmado como si le hubieran inyectado diez mil miligramos de cafeína. Guarro. Supongo que estaba secundando mi idea.

-Bueno, para empezar me gustaría que hicieras algo con eso tan
horrible a lo que llamas pelo -me dijo Charles y noté que me levantaba
delicadamente una greña y luego me la volvía a soltar. Se frotó las manos
como si yo tuviera piojos o algo por el estilo.

-¿Con qué? -le pregunté con voz soñolienta con la almohada pegada a
la cara, y casi vomito al oler mi aliento matutino. Mi pelo podía esperar, lo que de verdad necesitaba era pasta dentífrica y un cepillo de dientes.

-Con eso. Y ahora mueve el culito si no quieres que vaya a buscar un jarrón de agua helada a la cocina y te la eche encima -me soltó dándome un azote en el trasero.

Me senté resoplando y lo miré a la cara frunciendo el ceño.

-¿Sabes que no te trago, Charles?

Después de ducharme y dándome dos veces un gustirrinín con la ayuda
del pequeño vibrador de Verstappen, me cepillé los dientes.

Luego volví al dormitorio, donde Charles había hecho ya la cama y había elegido la ropa que hoy me pondría. Me vestí, y bajé a la otra planta.

-¿Charles ? -lo llamé sin tener idea de dónde se había metido.

Secretos inconfesables || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora