Capítulo 7. Impulsos en Ámsterdam

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Cuando bajé a la sala común, Iker hablaba con un grupo de viajeros, mientas miraban fotos de sus respectivos móviles. Todos sonreían y parecían estar disfrutando y por un momento deseé ser más como él. Mi problema no era solo la dificultad en el idioma, porque aunque pudiese comunicarme, no sabía hacerlo sin que le agradara a la gente.

Después de presentarme a sus nuevos conocidos, nos despedimos y nos dirigimos hacia la estación.

Nos bajamos en la plaza Dam, donde se concentraban la mayoría de los bares nocturnos de Ámsterdam, en el que se podían encontrar cafés, cervecerías, pub y discotecas.

—¿Qué harías si estuvieras solo?

—¿Cómo dices?

—Dijiste que Ámsterdam era uno de tus destinos. ¿Qué harías si hubieses llegado aquí solo?

Iker se lo pensó un momento, antes de responder:

—¿Por qué siento que es una pregunta capciosa?

—Es solo una pregunta. Responde.

—Pues..., de haber llegado aquí solo, entraría a un bar, me tomaría unos tragos y luego bailaría hasta encontrar a alguien con quien pasar un buen rato.

—Pasar un buen rato —repetí, con un poco de ironía—. Entonces tu objetivo es encontrar a alguien con quien liarte.

—No. Dije: pasar un buen rato. Hay infinidad de cosas que se pueden hacer.

—Pero solo esperas una, ¿no? —insistí con una sonrisa cómplice.

—¿Por qué piensas eso de mí?

—No lo pienso de ti. Es que eso es lo que se supone que suele pasar cuando estás soltero y sales a una discoteca.

—¿A qué te refieres con que lo supones? ¿Nunca te has liado con un desconocido en una discoteca?

—En realidad... —Me detuve en medio de nuestra caminata, lo que hizo que se detuviera unos pasos más delante de mí—. Nunca he estado en una.

—¿Nunca has ido a una fiesta?

—¡Claro que sí! Pero no de este tipo.

Se puso frente a mí, observándome con curiosidad. Su silencio me hizo sentir incómoda, como si estuviera juzgándome en su mente.

—¡Deja de mirarme! ¡No es raro que nunca haya ido!

—Sí, es raro —se burló, pero con una sonrisa tierna.

—¿Por qué?

—¡Porque tienes 27 años! ¿Cómo es posible que nunca hayas ido a un pub en algún momento? ¿Ni siquiera en la universidad?

—No.

—¿Con alguna amiga?

Negué con un ruidito.

—¿Qué me dices de tu ex? Debió llevarte a algún lugar para conquistarte.

—No a sitios como este.

La respuesta lo desconcertó, pero no ahondó en más preguntas. Me rodeó los hombros con su brazo y continuamos nuestra caminata.

—Ay, colibrí. Esta noche aprenderás a volar.

Mientras él divagaba sobre todo lo que me había perdido de la vida por no entrar nunca a una discoteca, yo caminaba junto a él, aun sintiendo el peso de su brazo sobre mis hombros.

—¿Sabes lo bueno de viajar al extranjero solo? Puedes inventarte toda una vida. Ser quien tú quieras y nunca nadie lo sabrá, porque no los volverás a ver.

Donde el sol se escondeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora