CAPÍTULO 32 - CONCLUSIONES

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Andrew había sido el primero en llegar a la Sala de Reuniones esa mañana. No había pegado ojo en toda la noche sabiendo que aquel era el último día de clase. Aunque deseaba volver a casa con sus padres y contarles en persona todos sus logros del año, iba a echar de menos la sensación de aventura y descubrimiento. Había querido llegar el primero para poder echar un último vistazo a la torre secreta en soledad, permitiéndose disfrutar de cada detalle. Tanto él como sus compañeros habían estado demasiado ocupados con la aventura del medallón como para percatarse, pero la torre en general había sufrido ligeros cambios con el paso de los meses. Nada más cruzar el umbral del falso tapiz empezaban los ligeros cambios. Lo que había sido un almacén en torno a unas ruinosas escaleras de caracol ahora parecía más bien un rellano bien decorado. Siempre estaba bien iluminado por pequeños candelabros que trepaban por toda la extensión de la pared hasta llegar a la trampilla. Las escaleras estaban impecables, ni una mota de polvo se percibía en toda la subida, y cada escalón se veía como recién pulido. La verdadera magia comenzaba al abrir la trampilla, la Sala de Reuniones era todo un lujo a esas alturas. Un fuego cálido siempre encendido cuando era necesario, luz natural durante el día y velas cálidas cuando el sol se marchaba, su luz siempre apacible y nunca estridente. La sala siempre tenía un ligero aroma a té, un brebaje exquisito al que nunca habían echado en falta cada vez que lo habían necesitado. No le quedaba muy claro quién o qué mantenía la tetera preparada, pero quizá algún día lo descubriría.

—Andrew, qué madrugador. —dijo la soñolienta voz de Nicholas.

—Buenos días, Nicholas. ¿No duermes en el cuadro? —Andrew se percató de que Nicholas no había estado ahí al llegar por la mañana.

—Oh, no. Cuando diseñaron este hermoso fondo de despacho para mi cuadro no pensaron en que una rígida silla de madera iba a ser el equivalente para mí a una cama.

—¿Y dónde duermes, si no es mucho preguntar?

—Confieso que a veces tomo prestados los cuadros de otros aquí en Hogwarts para echar una cabezadita nocturna. Hay algunos pintores que diseñan sus fondos con más camas que integrantes vivos en la obra y a menudo acceden a dar cobijo a cuadros como yo. —Nicholas dudó un momento. —Anoche, no obstante, dormí en mi homólogo.

—¿Tu homólogo? —Andrew recordó las palabras de Nicholas el día que se habían conocido. —Es verdad, tienes otro cuadro.

—Así es, pero no está aquí en Hogwarts.

—¿Se puede saber dónde?

—El legado de Ravenclaw bombardeándome con su curiosidad a primera hora de la mañana. —Algo se curvó debajo de su poblada barba blanca, probablemente estaba sonriendo. —Nunca he sabido muy bien dónde se encuentra ese cuadro. La persona que cuida de los otros no suele ser demasiado abierta con las respuestas, aunque no duda en bombardearnos con preguntas.

—¿En todos estos años no has escuchado ninguna ubicación?

—En absoluto. Creo que se podría tratar de un museo, nuestra cuidadora se refirió una vez al lugar como "sala de cuadros". —Nicholas se dejó caer en su silla de madera y adoptó una pose meditabunda. —Sí...tal vez sea un museo, eso tendría sentido.

Andrew desvió la mirada de Nicholas y observó los otros cuadros presentes en las paredes. Había al menos otros seis cuadros vacíos, todos ellos habían sido un simple marco con un fondo genérico desde el día en que habían llegado a la sala. Sin embargo, algunos de ellos mostraban ahora un fondo similar al cuadro de Nicholas, despachos austeros con una silla de madera en el centro.

—Nicholas, ¿qué hay de los otros cuadros de esta sala? ¿Son todos tuyos?

—Esperaba que alguien me hiciera esa pregunta pronto. No, esos cuadros pertenecen a otras personas que, al igual que yo, han estado mucho tiempo fuera de casa.

Wizarding World: El Ataúd de WiggenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora