Silvana Da Costa dio inicio a su rutina como cada mañana. Debía comenzar el día tendiendo su cama, no era capaz de abandonar el cuarto hasta no ver las sábanas en su lugar. Luego se desnudó, como hacía calor esa noche había dormido solo con una bombacha blanca y una remera vieja. No se sentía cómoda usando pijama, ni siquiera en invierno.
Una ducha fresca la ayudó a despejar su mente, aún adormilada. Cuando procedió a lavarse los dientes insultó por lo bajo a Renzo, su novio, quien una vez más se había olvidado de tapar el dentífrico.
—Ahora está seco... claro, como este pelotudo no tiene que usarlo todos los días...
Le encanta que su novio se quede a dormir; pero le gustaría que fuera más considerado con esos detalles que para ella eran importantes.
Luchó con la punta reseca del dentífrico y al fin pudo sacar un poco de pasta utilizable. Se lavó los dientes con más rapidez de lo habitual porque sentía que había perdido preciosos segundos. Aún tenía que vestirse para ir a trabajar. Al desayuno lo consumiría en su oficina, de esa forma no perdería el tiempo preparándolo.
En cuatro años de trabajo aprendió a amigarse con la rutina, le brinda seguridad y estabilidad. La rutina es su amiga.
Su uniforme de oficina consiste en una sencilla camisa blanca, una pollera gris ceñida al cuerpo y tacos. No le gusta la forma en que los tacos le levantan la cola, piensa que la hace parecer vulgar y atrae demasiadas miradas, más de las que a ella le gusta recibir; pero es "política de la empresa" que las mujeres usen tacos en la oficina... quién sabe por qué. A Silvana le parece una medida arcaica... y un tanto sexista. Aunque por lo buena que es la paga, ninguna empleada se queja, ni siquiera ella.
Al salir del edificio tuvo que aguantar las miradas inquisitivas del portero, un tipo regordete y pelado que era consciente de la belleza de Silvana. Una mujer de tez morena "Tengo un bronceado natural —solía decir ella—. No necesito tomar sol"; de impactantes ojos verdes "Herencia de mi abuela Brigitte"; antes de bajar por el ascensor tuvo que pasar varios minutos secando su melena negra, la cual se niega a cortar, porque le gusta sentirse como una leona, piensa que eso intimida a los hombres; además cuenta con unas curvas sutiles, pero llamativas "A veces demasiado llamativas"; y esas piernas... el portero acompañó con la mirada cada paso que dio Silvana. Tenía puestas medias de nylon y ella ya podía sentir que el pelado se estaba imaginando cómo se vería ella sin esa pollera.
—¿Pasa algo que mira tanto, Osvaldo?
—Em... disculpe señorita Da Costa... —las mejillas del tipo se pusieron rojas—. Sus medias están rotas.
—¿Qué? —Miró su pantorrilla y efectivamente...—. La puta madre, se me corrieron las medias. La concha de mi hermana. Voy a llegar tarde.
Tuvo que subir otra vez por el ascensor, cambiarse las medias y someterse una vez más al escrutinio minucioso de Osvaldo.
Sí, el portero le molesta; pero incluso él es parte de su rutina. Prefiere verlo ahí cada mañana antes que no verlo. Por extraño que parezca, si Osvaldo no está allí, ella sale a la calle con la incómoda sensación de que algo malo va a pasar. Y aunque nunca ocurra algo malo, la sensación la acompaña durante el resto del día.
A pesar de los pequeños imprevistos con el dentífrico y las medias, Silvana consiguió llegar a tiempo a su trabajo. Eso le brindó un poco de tranquilidad. En la oficina no suele haber sorpresas, el trabajo es el mismo todos los días... y eso está bien.
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Luego de una larga y monótona jornada de trabajo, regresó a su casa. Con años de esfuerzo y el nuevo cargo en la oficina, Silvana había podido comprar un Fiat Cronos color gris, era uno de los modelos más económicos del mercado; pero ella estaba orgullosa de ese auto, porque había podido comprarlo cero kilómetro.
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Mi Vecino Superdotado
General FictionSilvana vive sola, tiene novio y ama la rutina. Tiene control sobre su vida hasta que el senegalés Malik se muda al depto contiguo. Ella descubrirá que la vida sexual de Malik es muy activa y los ruidos no la dejarán en paz.