𝐋𝐀 𝐃𝐈𝐅𝐈𝐂𝐔𝐋𝐓𝐀𝐃 𝐃𝐄 𝐏𝐄𝐑𝐓𝐄𝐍𝐄𝐂𝐄𝐑
El aire en el Coliseo del Olimpo estaba cargado de una mezcla de anticipación y pesadez. El eco de las conversaciones de los dioses y semidioses reunidos en las gradas se mezclaba con el crujido de las armaduras y el murmullo de los heridos que se alineaban frente al trono de Artemisa. Mi corazón latía con fuerza, aunque intentaba mantener la compostura. A mi lado, Daewenys y Lino compartían mi incomodidad, aunque la ocultaban mejor que yo.
Apenas un día atrás, había vencido en la arena, una victoria que me había ganado un lugar en las filas de Artemisa. Sin embargo, ahora que estaba aquí, rodeada de aquellos que habían luchado contra mí, sentía una punzada de culpa al observar los cuerpos maltrechos de los nuevos y los rechazados. Las heridas eran evidentes: cortes profundos, contusiones, quemaduras. A pesar de que todos los competidores sabían en qué se estaban metiendo, no podía evitar sentirme responsable por su dolor.
Mis ojos se posaron sobre un joven con una venda manchada de sangre alrededor del brazo. Recordé haberlo desarmado con un solo golpe en el combate, y ahora se tambaleaba entre la multitud, su rostro pálido de cansancio y dolor. Aparté la mirada rápidamente, incapaz de soportar la visión por más tiempo. El peso de lo que había hecho, de lo que todos habíamos hecho, me sofocaba. Estas personas se convertirían en mis compañeros, y algunos ya no podrían continuar por las cicatrices que les había dejado.
—¡Atención! —La voz de Artemisa rompió mis pensamientos como un rayo, su tono firme y autoritario resonando en todo el Coliseo. Su trono, a pocos pasos de mí, parecía más imponente que nunca.
Miré hacia ella, sus ojos brillaban con una intensidad salvaje mientras se dirigía a los presentes.
—Felicito a aquellos que han demostrado ser dignos de unirse a nuestras filas —dijo, mientras inclinaba levemente la cabeza hacia los victoriosos que se mantenían con dificultad pero con orgullo—. Su valentía no será olvidada.
Hubo un murmullo de aprobación entre los presentes, especialmente entre los admiradores de Artemisa, quienes observaban con respeto. Luego, el rostro de Artemisa se endureció.
—Y a los que han fallado... —Su mirada recorrió las filas de los derrotados, los 13 que habían sido rechazados, con una frialdad cortante—. Agradezco su mediocre esfuerzo. Quizá en otra vida o en otro tiempo podrán probar que merecen mi respeto.
Un escalofrío recorrió la multitud. Incluso Apolo, quien hasta ese momento había permanecido en silencio, dejó escapar una risa suave.
—Siempre tan gentil, hermana —comentó con una sonrisa burlona, inclinándose en su trono. Luego, se volvió hacia los rechazados—. No se desanimen demasiado. Tal vez aún tengan la oportunidad de hacer algo memorable... algún día.
Observé cómo los 13 rechazados salían del Coliseo, cabizbajos, algunos con una expresión de dolor y otros de pura frustración. Mi estómago se revolvió al verlos. No podía sacudir la sensación de que todo esto estaba mal. Eran guerreros, habían luchado con todo lo que tenían, y aun así, ahora se marchaban, humillados.
Los tronos de piedra de Artemisa y Apolo comenzaron a descender lentamente con Daewenys y Lino a mi lado sobre el espacio alrededor del asiento. Sentí un ligero mareo cuando la plataforma bajó, pero me obligué a mantenerme firme, ignorando la sensación de vértigo que amenazaba con arrebatarme el equilibrio. Lino y Daewenys parecían igualmente incómodos, aunque ninguno de los dos mostró señal alguna de debilidad.
Una vez que la plataforma tocó el suelo, quedamos en medio de los 27 seleccionados. Sentía todas las miradas sobre nosotros, algunos con respeto, otros con envidia, y uno que otro con burla. Apolo se adelantó, su presencia radiante acallando cualquier murmullo.
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𝐄𝐍𝐓𝐑𝐄 𝐋𝐔𝐍𝐀𝐒 𝐘 𝐒𝐎𝐋𝐄𝐒 (BORRADOR)
Fantasy«𝐂uando el destino trenza los hilos del amor y la devoción, solo resta hacer una elección: ¿lealtad o pasión?» 𝐄n los bosques sagrados de 𝐃elfos, donde la luz de la luna acaricia cada hoja, 𝐋yra, una ninfa devota seguidora de la diosa 𝐀rtemisa...