DEL PASADO

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03:00 a. m. 


—Y le digo que le dé las croquetas al perro, y no lo hace. Nunca me presta atención cuando le hablo; pretende hacer todo lo que ella quiere sin mi permiso. No sé qué modelo le estoy dando como padre, ¿acaso la crié tan mal?


—No lo creo, Robert. Puedes intentar todo lo que te sea posible, pero aun así, eso no te garantiza nada; así son los adolescentes.


—Muchas veces creo que es por su madre.


—Meredith no tiene la culpa, y es importante que entiendas que tú tampoco. Hay momentos en los que, sin importar cuánto nos esforcemos, las cosas simplemente se escapan de nuestro control. No es justo ni productivo cargar con el peso de la culpa. A veces, lo único que podemos hacer es tomar aire, dar un paso atrás y observar la situación desde una perspectiva más amplia. Al hacerlo, podríamos darnos cuenta de que lo que estamos experimentando es, en realidad, normal. 


Robert, cuya linterna temblaba en su mano, apenas lograba desgarrar la oscuridad que se cernía sobre el inmenso bosque. La noche era una manta espesa, y su luz, un débil hilo que intentaba coser un camino a través del misterio que los árboles guardaban celosamente. No pronunció palabra alguna, su mente estaba tan turbia como el uniforme de guardabosques que llevaba pegado al cuerpo por la humedad. El emblema de los guardabosques locales se destacaba en su pecho, justo encima de una placa desgastada: Róbert Petróvich, 1999.


A su lado, Maxim Volkov, cuya linterna era una hermana gemela de la de Robert, caminaba con una estatura menos imponente. Sin embargo, la seguridad de sus pasos era la de un hombre que conocía cada susurro del viento entre las hojas, cada secreto que el suelo del bosque podía esconder bajo su manto de hojarasca. Maxim Volkov, 2004, rezaba su propia insignia, un eco del tiempo que también había dedicado a estos parajes.


—No te sientas mal, Robert, todo se solucionara pronto —dijo Maxim.


—Si... Creo que debería estar mas preocupado por lo que esta pasando en las esquinas.


—Jamás había hecho tantos sondeos, ahora con tanta gente desaparecida siento que no voy a parar de buscar por estos bosques. Bernard me dijo que temía que algo le pudiese pasar a sus hijas.


—Hay que procurar que no salgan solas. El hace mucho por ellas, seria horrible... Mejor no pienso en eso. Pobre el chico de esta mañana, es de los pocos que se ofrecieron para hacer las búsquedas.


—Se siente horrible, Robert. Era su hermana, debió ser duro para él.


—Si lo creo. 


 —Yo si tengo un hijo le compraría ese auto a control remoto que compró Bernard para las suyas.


—No seria mala idea, claro, si tienes hijos algún día.


Avanzaron, y con cada paso, las luces de sus linternas parecían encogerse, como si el bosque las absorbiera, ansioso por devorar cualquier chispa de claridad. Sus voces, antes claras, ahora se perdían en un murmullo que el follaje se apresuraba a silenciar.

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