La psicología del color dice que los colores pueden influenciar las emociones de las personas provocando un efecto directo en su estado mental y a veces, incluso físico.
El hermano de Bianca no era psicólogo, pero ambos se empezaron a interesar en el tema cuando escaparon de casa y guardaban información en su memoria como si se tratara de implementos de primeros auxilios.
El amor le había bastado a Ian para acudir a la psicología del color.
Bianca recordaba cuando, hacía meses, después de una sesión con el psiquiatra, llegó al apartamento y se encontró con un festival de la gama de los amarillos. El sofá gris estaba acompañado por cojines con funda del color asociado a la felicidad; en las paredes colgaban dos nuevos cuadros abstractos; la mesa de centro tenía un ramo de girasoles en agua; e incluso su cama estaba cubierta por una manta que les hacía competencia a los soles dibujados por niños.
Amarillo: felicidad, positivismo, advertencia.
Desconocía la razón del cambio, pero no prestó mayor atención.
Tiempo después llegó el naranja. Bianca había mirado la sala con los ojos entornados, sin embargo, el entusiasmo, el éxito y el equilibro no se presentaron ante ella.
El verde, prometedor de salud y crecimiento, resultó ser un mentiroso.
El rojo fue el siguiente. Acaparador de atención, ruidoso, acelerado. Hacía una semana que lo empezaron a eliminar, y ninguno lo mencionó, pero Bianca suponía que habían decidido hacerlo porque había llegado a casa el mismo día que Ian debió ir por ella a la estación de metro. Era un color que manchaba y ella había potenciado aquel poder que repetía día y noche con soberbia «emoción, pasión, energía, acción, peligro». No le gustaba para nada.
Lo primero que cambiaron fue el perchero de las llaves por uno azul, el color que escogió ella solo porque en la tienda, un cojín con forma de ballena se había robado su atención y había sido incapaz de irse sin comprarlo para su cama. Ian lo llamó intuición, un color que «debía ser» si había sido ella quien lo había llevado a casa.
Bianca entendió sus palabras cuando entró, sacó la nueva manta de la bolsa y la dejó sobre el sofá. Era lo último que les quedaba por cambiar, y por primera vez en meses, aunque sonara ridículo, había un ápice de calma revoloteando en su interior como si jugara a las escondidas y la tentara a perseguirla.
Ian rio desde el balcón.
—A mí también me gusta.
Hasta ese momento no se había percatado de que estaba sonriendo. Bianca podía desaparecer en un segundo cualquier gesto de su rostro si notaba que llamaba la atención, pero nunca su sonrisa, menos si era Ian quien la impulsaba a crecer con la suya y esos hoyuelos que no tenían nada que envidiarles a las perforaciones que otros se hacían en las mejillas.
—Me parece una falta de respeto que se le asocie a la tristeza.
Cruzó la sala para salir al balcón y se apoyó a su lado. Llevaban meses viviendo ahí, pero no se cansaban de contemplar la Torre Eiffel. Cenaban tarde y al aire libre solo para no perderse el espectáculo de luces cálidas que brillaban a lo lejos. No era su belleza, que Bianca no podía negar, sino lo que representaba. Para Francia era un monumento histórico; para los gemelos, un recordatorio de que habían conseguido salir de Róterdam.
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Purplish
RomanceEl primer pensamiento que ocupó la mente de Bianca cuando despertó fue que moriría. Una certeza que iba más allá del conocimiento de que todo lo que nacía, algún día debía marchitarse. Los objetivos con los que escapó de su caótico hogar junto a su...