—No prendas ninguna vela, mantente en la cocina cuando dejes cocinando algo, cierra la puerta con llave antes de irte a dormir —dijo Ian, colgándose la mochila en el hombro—. Ah, y también el balcón, con seguro. Y...
—Ian, ya —dijo Bianca, empujándolo hacia la puerta con las manos en la espalda—. Ve tranquilo. Estaré bien.
Su hermano se giró y le recorrió el rostro con la mirada grisácea cargada de inseguridad, como si buscara en ella alguna razón para quedarse. Estaba actuando como si fuera a dejarla para siempre, cuando en realidad solo se iría de viaje por el fin de semana con Camille.
Era la primera vez que Ian dormiría fuera de casa. Bianca lo había escuchado varias veces rechazando las propuestas de su novia para pasar la noche en la suya, con la excusa de que no podía dejarla sola. Y pese a que Bianca le había asegurado que estaría bien y le había insistido en que disfrutara su vida fuera del hogar, Ian podía llegar a ser tan terco como ella.
—Llámame si me necesitas. No dudaré en regresar, lo sabes.
Y él sabía que a Bianca le jodía de sobremanera sentirse como una molestia y que no lo haría a menos que corriera peligro.
—Lo haré —dijo para darle tranquilidad—. Vete si no quieres quedar soltero. Camille es demasiado genial para que la pierdas.
Ian dejó caer los hombros con un resoplido. Siguió mirándola durante unos segundos y, como si se tratara de un impulso, le rodeó los hombros y la apretó contra su cuerpo con la cabeza apoyada en la suya. No habían estado tan separados desde la época de hospitalización, cuando él, aunque quería, no podía dejar de trabajar para acompañarla durante las veinticuatro horas en aquella fría habitación.
—Estaré bien —repitió Bianca.
Asintió y la dejó ir para abrir la puerta. Cuando salió del apartamento, Bianca se recargó en la madera y el pecho se le oprimió. Reafirmó lo mal que estaba aquello, que su hogar se sintiera desolado sin él, que la ausencia del rock que escuchaba y los cánticos exagerados que soltaba por todo el apartamento dejaran un silencio mucho más ruidoso.
El vacío la consumía poco a poco por dentro y más rápido con cada minuto que pasaba sin Ian. Habían transitado momentos terribles y aun así, la tristeza nunca había formado parte de estos desde su perspectiva. Lo hacía la rabia y la frustración, pero no ese desconsuelo del que hablaba tanta gente. Ahora no sabía si eso que la acompañaba entraba en aquella emoción, sin embargo, no era ninguna que ya conocía.
Se alejó de la puerta y fue a la cocina para prepararse desayuno. Fruta, granola, yogurt, sirope, mermelada, mantequilla de maní. Agregó al plato todo lo que encontró a su paso y que tuviera potencial de saber bien al ser mezclado, y se sentó en el sofá con la manta azul cubriéndole las piernas.
Lo peor era que no tenía nada más que hacer hasta que llegara la hora de la reunión del club.
En casa había pruebas de los hobbies que alguna vez había tenido, pero ya no los sentía suyos. En su habitación había un teclado que solo tocaba cuando lo limpiaba. En el armario había una caja con cuadernos vacíos y lienzos sellados en plástico, y ningún rastro de que algún día habían sido usados. Aunque quizás se debía a la falta de proyección.
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Purplish
RomanceEl primer pensamiento que ocupó la mente de Bianca cuando despertó fue que moriría. Una certeza que iba más allá del conocimiento de que todo lo que nacía, algún día debía marchitarse. Los objetivos con los que escapó de su caótico hogar junto a su...