22 | Magenta amor

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El barrio de Jules se asimilaba a uno que Bianca había visto alguna vez en una película

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El barrio de Jules se asimilaba a uno que Bianca había visto alguna vez en una película. Dos hileras de casas antiguas, de ladrillos pintados de blanco y marrón claro, le dieron la bienvenida cuando divisó el nombre de la calle que le había enviado por mensaje. La ausencia de áreas verdes en la zona le daba una apariencia fría, el único rastro de vida lo sumaban los niños que jugaban con una pelota en el centro del pasaje.

Se detuvo en el número indicado, le envió un mensaje a Alban para informar que había llegado y tocó el timbre. Jules abrió la puerta bordó unos segundos después, y entre grititos de entusiasmo los niños de acercaron con prisa a la casa.

—¡Jules! ¿Saldrás a trabajar hoy? —preguntó uno de ellos y se despejó la frente sudorosa del pelo que le caía encima mientras le regalaba una sonrisa amplia.

Jules rio y se hizo a un lado para permitirle la entrada a Bianca.

—No, pero mañana quizás sí.

—¿Ella es tu novia? —preguntó otro niño.

—No seas chismoso —le dijo la única niña—. Ignóralo, Jules. Nos vemos mañana. —Tiró de su amigo y miró a Jules por encima del hombro—. Recuerda traer tu maquillaje.

—Lo sé, diviértanse. —Agitó la mano y cerró la puerta. Apoyó la espalda en ella con una sonrisa—. Mis pequeños vecinos deben de ser las personas más felices de que sea mimo.

Bianca rio.

—¿Crees que les entusiasma más la idea de maquillarse o de comunicar con palabras?

—Al primer niño le encanta maquillarse como mimo —respondió dirigiéndose hacia la escalera y con la mano le hizo una seña para que le siguiera—. A sus padres no les gustaba porque luego se manchaba la ropa. Pero él siguió haciéndolo hasta que entendieron que la diversión es más importante que una prenda que pueden lavar al día siguiente. Los demás lo hacen por la segunda opción. A la niña le entretiene desafiar a sus amigos y hacerles la vida difícil. Digamos que se toma los juegos bastante en serio.

—La entiendo. Yo juego como si fuera a ganar el mayor premio.

Jules le dio una mirada rápida y sonrió, esperándola en el pasillo.

—Yo como si se tratara de la vida, por eso no soy como ella —dijo y señaló con el pulgar hacia el final del pasillo, donde había una puerta al costado de la ventana que lo iluminaba—. Podemos trabajar en mi habitación o en el ático. —Con la cabeza indicó las escaleras que se encontraban en dirección contraria—. Tengo escritorio en ambos lugares.

—¿El ático tiene ventanas?

—Sí, y un tragaluz que te encantará.

—Ático, entonces.

El único hogar ajeno que había visitado durante el último tiempo era el de Alban y Maelstrom, por lo que no sabía cómo lucían aquellos en los que vivía una familia consanguínea, pero el de Jules parecía tenerlo como único habitante. Ni el primer piso ni en el pasillo del segundo encontró fotografías familiares ni una sola muestra de que había más personas ahí. El aire se sentía denso pese a su frialdad y el resonar de sus pisadas en el suelo de madera evidenciaba el silencio.

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