23 | Magenta Baileys

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Un mes le había tomado a Ian y al grupo elaborar el plan para ayudar a Bianca

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Un mes le había tomado a Ian y al grupo elaborar el plan para ayudar a Bianca. La primera parte ya llevaba un tiempo en ejecución y el paso más difícil de esta había sucedido sin inconvenientes; era la segunda la que lo preocupaba más.

Hacía unas horas que le había entregado el nuevo frasco de pastillas. Su hermana lo había aceptado sin siquiera mostrar un ápice de curiosidad por el supuesto problema de distribución del laboratorio anterior ni por el medicamento, simplemente lo tomó y lo guardó en su habitación. Su silencio solo plantaba más dudas.

—¿Siquiera te las vas a tomar? —preguntó, haciendo su jugada en el dominó. No tenía idea de lo que hacía, y por la leve sonrisa que Bianca soltó, ella también lo notaba, pero ese juego no era más que una oportunidad de disfrute, poco le importaba perder.

—Al menos intenta ponerme el camino difícil, Ian —se quejó antes de agregar una pieza y se echó a reír. Ian deseaba con ansias acostumbrarse a aquel entusiasmo que volvía a desprender por banalidades—. Y, sí me las voy a tomar. He estado ordenando mi horario de sueño de nuevo, y tampoco quiero perder el dinero, así que sí.

Pese a tener los músculos apretados, se esforzó por regalarle una sonrisa sincera. Se preguntó qué tanto podía confiar en la suya.

—Alban te hace bien —dijo, atento a su reacción. Las comisuras de los labios de Bianca se elevaron enseguida e incluso pareció perder el foco del juego durante unos segundos.

Le había costado digerir aquella verdad. Una cosa era que su rutina cambiara, pero otra muy diferente era que lo hiciera por amor. Su hermana le dedicaba casi todas sus tardes a Alban, y aunque calzaba a la perfección con Ian, que tenía una vida que vivir como le había prometido, no podía evitar preguntarse hasta qué punto era bueno.

—Y tú, y el libro, y Jules —respondió, y pese a la sonrisa que había aparecido rebelde en sus labios, su voz sonó tan monótona como gran parte del tiempo—. ¡Gané! —Sacudió los brazos en el aire y bailó en su lugar—. Te toca lavar los platos, perdedor.

Se puso de pie y desapareció en el baño mientras Ian cumplía con la consecuencia de haber sido un terrible jugador de dominó. Minutos más tarde, salió desmaquillada y se dirigió a su habitación. Se detuvo en el umbral de la puerta.

—Empezaré a tomar la pastilla hoy, así que no sabré del mundo mientras duerma. Si el edificio se quema, tendrás que despertarme.

—Vale, te lanzo por el balcón.

—¡Gracias! —dijo antes de cerrar la puerta.

Suspiró, cortó el agua del lavaplatos y se recargó contra la encimera. Se había preparado para entregarle las pastillas durante esa semana y Durand le había enviado un mensaje esa misma mañana para preguntar si ya las tenía, pero no esperaba que Bianca empezara el tratamiento tan pronto. Tenía más de una hora para retorcerse en la culpa de adentrarla en una experiencia que no había consentido y que ni él sabía muy bien cómo la afectaría.

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