24 | Magenta mango maracuyá

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La luz que entraba por las ventanas de la sala era natural

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La luz que entraba por las ventanas de la sala era natural.

No tenía sentido, Bianca no dormía siestas y no iba a hacerlo en un espacio tan abierto.

Pero tampoco estaba durmiendo.

Había bajado hasta el primer piso por una razón que ya no recordaba, un concepto que merodeaba por su mente como una imagen difuminada o un vídeo arruinado. Tuvo solo un segundo para agarrar aquel pensamiento con fuerza y entender lo que ocurría: Ian y sus padres gritaban.

Siguió el sonido por el pasillo que dirigía a la cocina, hasta encontrarlos ahí, entre movimientos inquietos y palabras arrojadas con odio, mientras la cocina encendida hacía vibrar la tapa de la cacerola que exigía un momento de respiro.

Respirar. Aquello que era vital y que Ian y Bianca hacían como si se tratara de una actividad controlada. Ese año, más que nunca, el oxígeno se había vuelto un recurso limitado.

Más asfixiante fue cuando su madre, con aquella capacidad que tenía para discutir y hacer algo más a la vez, alzó la mirada desde el pollo que desmembraba con las tijeras hasta su hijo, enervada por lo último que este le había gritado. Y lo empujó. Con aquel objeto transformado en arma. Con las hojas afiladas marcando el torso desnudo de Ian.

Bianca corrió hacia él para que se apoyara en su cuerpo al retroceder.

Ian solo había pedido a gritos que sus padres se divorciaran.

Solo había preguntado si acaso la violencia acabaría cuando uno de ellos matara al otro.

Bianca lo envolvió entre sus brazos, no se quedó a esperar aquel final y lo sacó de allí.

Sus propios sollozos la despertaron.

La luz natural entraba por la ventana de su habitación, pero no había un hogar convertido en campo de batalla, solo la única persona que conformaba su familia.

Ian la observaba con los ojos desorbitados y el pecho tan agitado como el suyo, mientras agarraba el edredón a su lado con tanta fuerza que tenía los nudillos emblanquecidos.

No era solo un sueño.

A una semana de haber comenzado a tomar la nueva pastilla, sus noches se habían vuelto un infierno. Se sentía entre la conciencia y la inconsciencia, y se movía con intención de escapar de su mente al ser invadida por un carrusel de imágenes aleatorias y desconocidas que tenían de protagonistas a las únicas personas que habría preferido olvidar. Pero durante siete días habían sido solo eso, imágenes. Era la primera vez que estas cobraban vida y contaban una historia clara.

No tenía pruebas de haberlo vivido alguna vez, y recordaba haber tenido sueños que se habían sentido más reales que su cotidianeidad; pero la sensación efervescente que le recorría el cuerpo le decía que había algo diferente en esa ocasión.

PurplishDonde viven las historias. Descúbrelo ahora