26 | Violeta invierno

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La calle estaba repleta de personas que circulaban de un lado a otro; se sentía como una niña perdida entre tantos cuerpos desconocidos y acelerados

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La calle estaba repleta de personas que circulaban de un lado a otro; se sentía como una niña perdida entre tantos cuerpos desconocidos y acelerados. Ruido de coches, risas de infantes, ladridos de perros y mensajes comunicados en un idioma ajeno comenzaban a alimentar un grito en su garganta. Pero una mano sostuvo la suya y el bullicio frenó. Por un segundo, era su abuela. Luego, un hombre al que solo podía verle la mandíbula definida.

Alban.

Su rostro se completaba conforme más personas dejaban atrás, pero Bianca lo reconocía. Sus dedos largos y delgados entrelazados con los suyos, los anillos con los que rompía narices, la frialdad de su piel.

Solo cuando abandonaron la muchedumbre, Alban le sonrió. Y no importó qué tan fría estuviera su mano; la vida de Bianca ya no lo era.

No necesitó girarse al sentir un toque en el hombro. La mano de Ian era la que más peso tenía.

En la esquina del Louvre, se encontraron con una multitud organizada en círculo alrededor de una persona que no alcanzaba a divisar. Algunos reían y aplaudían, otros registraban el momento con sus teléfonos.

Alban trazó un camino para Bianca e Ian entre la gente y se detuvo al llegar al frente.

El foco de la atención era un mimo.

Con el rostro maquillado de blanco, los labios de púrpura y el delineado de ojos y los corazones dibujados en las mejillas de negro, gesticulaba con una capacidad extraordinaria para transmitir.

El mimo brincó por la amplitud del círculo, con una sonrisa amplia y el sombrero intacto pese a la energía de sus movimientos. Frenó los pasos frente a la persona que se encontraba delante de Bianca. Ladeó la cabeza y, solo con una mano, le pidió que se hiciera a un lado. Su sonrisa se extendió cuando desapareció la barrera entre él y Bianca.

Bajo las capas de maquillaje estaba Jules.

La observaba con aquel cariño que le hacía pensar que la realidad era eso, un sueño, porque fuera de la imaginación y las andanzas del subconsciente no había raciones suficientes de suerte para una misma persona que deseaba por dos.

Jules descendió la mirada hasta su mano y volvió a subirla con una interrogativa. Confundida, Bianca la alzó para él, que la tomó y dejó en ella un delicado beso. Su dorso quedó manchado de púrpura. Sin embargo, la expresión del mimo se transformó en segundos con un puchero mientras fingía llorar.

—¿Qué ocurre? —Alejó la mano—. No llores —susurró.

Con los dedos frente al rostro de Bianca, Jules le dibujó una sonrisa. Ella y Alban rieron. Hasta ese momento, no se había percatado de que estaba tan enfocada en admirar su trabajo que su expresión era de seriedad absoluta. Y él quería que sonriera. Cuando lo hizo, asintió repetidas veces con la cabeza, causando las risas de los espectadores.

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