28 | Violeta libertad

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Habían perdido a Bianca

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Habían perdido a Bianca.

No físicamente, y Alban esperaba que tampoco sucediera en un sentido emocional, pero se había dormido apenas puso un pie fuera del bus y ahora él llevaba su peso muerto sobre la espalda. Jules había tenido que hacerlo desde la parada hasta una calle que habían acordado; a Alban le correspondía continuar hasta Maelstrom.

Los ojos de Jules mantenían el brillo del día pese a ser de madrugada y haber recorrido la ciudad de un extremo a otro. Alban catalogaba ese día como uno de los mejores de su vida. No tenía idea de en qué momento las cosas habían tomado un rumbo tan serio y diferente al que había planeado, pero no había un solo detalle que quisiera cambiar.

Bianca gimoteó y se removió sobre él. Lo próximo fue el llanto mientras balbuceaba algo relacionado a una rata en el suelo.

Alban miró a su alrededor pero no encontró nada, hasta que ella bajó de su espalda y se apresuró hacia la orilla de la calle.

—¡Está muerta! ¡La han atropellado! —gritó entre lágrimas señalando la avenida—. Y a nadie le interesa, siguen sus vidas como si la de un animal no valiera nada. Pero a mí me importa, y me duele.

Caminó hacia ella y posó una mano en su espalda.

—A nosotros nos importa, rata —dijo en un tono suave—. La sacaremos de ahí para que nadie más la siga hiriendo. Tú vas a cruzar y nos vas a esperar sentada en el parque, ¿sí? Donde mis ojos te vean.

Bianca lo miró como si le hubiera prometido el mundo y asintió antes de obedecer.

Jules se encargó de buscar un cartón y Alban, una bolsa. Era una ventaja que la calle estuviera expedita, por lo que pudieron agacharse y sacar al pequeño animal sin problemas para después meterlo en la bolsa. Cuando llegaron donde Bianca, cavaba un hoyo a los pies de un árbol. La ayudaron a conseguirlo más rápido al ver que tenía los dedos heridos.

Fue él quien enterró a la rata y Jules quien abrazó a Bianca mientras ella acariciaba la tierra fría, todavía llorando. Alban no sabía qué hacer con el amor que se le expandía con cada segundo al darse cuenta del enorme corazón que tenía, aunque ni ella parecía ser consciente de eso.

En Maelstrom todavía había un par de personas despiertas cuando llegaron y la sala olía a café. Alban las saludó con un asentimiento y Jules con el ánimo intacto.

—¿Qué le pasó? —preguntó una de las chicas y se levantó del sofá para acercarse a ellos y observarla. Bianca se había dormido de nuevo sobre su espalda.

—Nos colamos en una boda y la señorita acabó vaciando todas las copas de vino y champagne que se le cruzaron en el camino —respondió Alban.

Bianca se quejó y levantó la cabeza de su hombro. Miró a la chica y el entorno con confusión y le tomó unos segundos volver a relajarse sobre el cuerpo que la sostenía.

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