El cúmulo de risas se oía como si Bianca estuviera bajo el agua, pero aún con la presión de esta reconocía tres: la de Jules, la de Ian y la de Camille.
Estaba preparada para encontrarse con el local de hamburguesas una vez que el escenario se aclaró por completo, sin embargo, estaba rodeada de extrañas pinturas de intensos colores que parecían derretirse hacia el suelo. Bajó la mirada a sus pies: estaban cubiertos por unos mocasines rojos de plataforma. ¿Dónde habían estado todo ese tiempo?
¿Dónde estaba Alban?
Había pocas personas en la sala, pero ninguna de ellas tenía el pelo negro y desordenado, sus palabras no sonaban con un fuerte acento inglés y aquella entonación juguetona, y sus propias prendas no tenían impregnado su perfume ni el aroma a mora de los cigarrillos que él fumaba.
El pelo le olía a hierba quemada, pero la última vez que se había llevado un porro a los labios había sido hacía una semana, cuando se adentró en aquel terrible viaje que la había dejado llorando por una hora.
Frunció el ceño.
No. Bianca no fumaba desde la discusión con Ian.
Las risas se intensificaron a más metros de distancia. Las siguió y se detuvo en la entrada de la sala contigua. No había nada interesante en las paredes, pero en el centro y colgado desde el techo se presentaba un platillo volador inflable. Era enorme y Jules se sacudía frente a él como si este lo estuviera acribillando. Bianca estalló en risas al ver su actuación.
—¡Oh, Bi, sálvame! —gritó cuando cayó al suelo. Se retorció un par de veces y extendió una mano hacia ella cuando Bianca se arrodilló a su lado—. No me... olvides. —Dejó cae la mano contra el suelo y la cabeza hacia el costado. Los labios entreabiertos y la ausencia de pestañeo daban la impresión de que la escena era real.
El resto del grupo rompió en carcajadas y Bianca y Jules no tardaron en unirse. Este gruñó y la rodeó con los brazos para recostarse con ella en el suelo, extendiéndole la risa al hacerle cosquillas en la cintura.
Sentía que el pecho le explotaría y no de ira ni angustia. No recordaba cuándo había sido la última vez que había llorado y que había leído aquel documento, si todo lo que hacía durante el último tiempo era desear un día más.
Ian, de la mano de su novia y con la mirada puesta en Bianca, brillaba más que nunca. Y si en el otro siempre habían encontrado el reflejo de su dolor, ese día el espejo tampoco falló.
El llanto le desgarraba el pecho. No sabía en qué momento del sueño había empezado a hacerlo, pero la humedad se extendía por la funda de la almohada que agarraba con fuerza y la cabeza le dolía.
No había forma de que aquellas imágenes compusieran por completo un recuerdo, pues la aparición de Jules rompía la idea. Sin embargo, algo de ello era real. Lo sentía en el corazón acelerado, como si por un momento hubiera tocado con la punta de los dedos aquello que durante todo ese tiempo había sentido como perdido y le había dejado un vacío diferente a ese con el que se había acostumbrado a vivir.
ESTÁS LEYENDO
Purplish
RomanceEl primer pensamiento que ocupó la mente de Bianca cuando despertó fue que moriría. Una certeza que iba más allá del conocimiento de que todo lo que nacía, algún día debía marchitarse. Los objetivos con los que escapó de su caótico hogar junto a su...