35 | Azul monarca

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No recordaba cómo había llegado al apartamento, solo sabía que había dejado Maelstrom porque Alban no quería verla y que, en algún momento, había llamado a Ian

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No recordaba cómo había llegado al apartamento, solo sabía que había dejado Maelstrom porque Alban no quería verla y que, en algún momento, había llamado a Ian.

Su hermano la esperaba en la estación de metro y la estrechó entre sus brazos con la fuerza que adquirió desde que los roles entre ellos se habían intercambiado. Bianca rompió en llanto como si Ian le exprimiera todo el dolor que cargaba.

No hizo preguntas y en silencio la llevó hasta su hogar. En la seguridad de este, la dejó sentada en el sofá y le preparó el chocolate caliente que Bianca tomaba desde que había comenzado a escribir con Jules.

—Ya les avisé que has llegado a casa —informó sentándose a su lado con una taza de té con leche.

—Con Jules bastaba.

—Alban me lo pidió.

Era injusto que un gesto tan mínimo le sacudiera el corazón ni que Alban siguiera dejando sus huellas cargadas de amor incluso mientras estaba enfadado con ella. Bianca se había ablandado demasiado, por eso había bajado la guardia y se encontraba en esa situación, sin una sola pizca de control en las manos.

Alban ni siquiera era el mayor problema. Con él tenía un plan y no había razón para descarrilarse si se apegaban a la única regla de dar lo mejor de sí mismos hasta que se fuera de Francia. Ella había cumplido. Pero también estaba de acuerdo con él: había sido egoísta, porque mientras ellos tenían coordenadas, con Jules caminaban sin pensar. Bianca se había dejado llevar por las incertezas que algún día la habían desesperado y en la calma olvidó que, tal como Alban, ella tampoco podía quedarse. El problema era que Jules no lo sabía.

Desde el inicio había tenido una batalla interna con respecto a él, porque aquello parecía demasiado bueno para perdurar, pero a la vez, para dejarlo ir. Sin embargo, en algún momento la lucha se había reducido a nada al estar tan ocupada en amar.

Mientras bebía chocolate caliente, observó los tatuajes que mes tras mes le había pedido a Alban que le plasmara en los brazos y las piernas. Ahora sentía la tinta como un castigo que le había dejado por no valorar la vida como él quería que lo hiciera.

Debió dejar el tazón sobre la mesa de centro para no derramar el chocolate al romper en llanto de nuevo.

Se apoyó contra Ian y se sostuvo de su sudadera como si este fuera su única salvación a una catástrofe, y qué ironía era buscarla cuando hacía una hora había soltado el discurso que llevaba repitiéndose durante años a sí misma.

—Desde la terapia de la semana pasada que no dejo de pensar en algo —dijo entre sollozos. Inhaló con profundidad y se agarró con más fuerza de Ian—. Y es que estoy aterrada de ser feliz.

Aquella verdad había aparecido en sus sueños con sutileza, pero fue imposible de ignorar cuando descubrió que muchas de las certezas que le daban calma radicaban en el caos en el que se había acostumbrado a funcionar. Mientras que, todo lo que ocurría fuera de este, tenía más potencial de dañarla, porque Bianca no sabía cómo enfrentarse a ello. A las emociones que le hicieran sentir personas que no eran familia; a tener que solucionar un problema para mantenerlas en su vida sin pensar que no importaba porque de todas formas se iría algún día. No tenía idea de cómo ser alguien más que la hermana capaz de arrancarse el corazón con sus propias manos si de esa forma Ian podía ser feliz.

—Lo sé, Bianca. No nos criaron para eso. —Le acarició el pelo y apoyó la cabeza en la suya—. A mí también me asusta como la mierda darme de cara con todas las posibilidades. Y esta vez no voy a decirte que seas valiente, porque creo que a veces es bueno que solo sintamos esa ansiedad, que no se compara al miedo que nos acompañó siempre, y nos recuerda que si está en nosotros es porque desconocemos lo que nos espera. Y, no sé tú, pero a mí me parece una puta maravilla saber que, al menos, allá afuera no me esperan las palizas de quienes debían amarme.

Lo abrazó con más fuerza, porque aquella seguridad era lo que siempre había querido escuchar de él.

—Creo que no quiero irme de aquí, Ian. —Por la distancia que tomó su hermano para mirarla a los ojos, supo que entendía que no se refería a Francia—. No solo por el amor, porque ahora mismo me duele todo por culpa de este y aun así estoy agradecida de sentir la opresión en el pecho. Pero quiero... —Exhaló, sintiendo cómo sus hombros caían—. Quiero respirar el aroma de cada cafetería que se me cruce en el camino, probar un sinfín de comidas nuevas contigo y que el abdomen me duela de tanto reír. Quiero enojarme y llorar, porque eso significa que algo me importa. Quiero encontrarme con personas diferentes, que me rompan el corazón, sentir que me lo han robado, y luego mirar atrás y darme cuenta de que no era tan relevante como creía.

Confesarle sus deseos a Ian no era la idea más inteligente. La ilusión era una emoción poderosa, era lo que la había conducido hasta el club de escritura, hasta Jules, hasta decirle que sí a Alban, y sabía que podía herir. Pero la ilusión también podía ser un regalo, y después de todo lo que Ian había trabajado para dársela, era justo que ella la compartiera. Mantenerse unidos y compartir era un valor que les habían inculcado sus padres, sin saber que algún día lo usarían contra ellos.

—Puedes tener todo eso. Lo has dicho muchas veces, es tu vida —respondió Ian tomándole una mano—. Y quizás sientas que le estás fallando a la Bianca que se convenció de que no había otro futuro para ella, porque de alguna manera se esforzó en protegerte. O al menos eso ha planteado mi psicóloga sobre mis métodos. —Sus facciones se suavizaron cuando ambos rieron—. Pero puedes dejarla ir cuando quieras, Bi. Incluso puedes regresar a ella si lo que encuentras allá afuera no es como esperabas. O hacer otro plan. O no hacer ninguno y ya.

Su comprensión la tranquilizaba. Hasta ese momento no se había percatado, pero buscaba la validación de Ian para sus decisiones, y ahora era él quien le aseguraba que no necesitaba la de nadie, ni la suya ni la de la Bianca del pasado.

 Hasta ese momento no se había percatado, pero buscaba la validación de Ian para sus decisiones, y ahora era él quien le aseguraba que no necesitaba la de nadie, ni la suya ni la de la Bianca del pasado

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Otro abracito para quienes, como Bianca, temen ser felices porque encontraron seguridad en el caos, por muy irónico que suene.

Les adoro 💜

Les adoro 💜

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PurplishDonde viven las historias. Descúbrelo ahora