Jules no quería estar ahí, solo, en una habitación desconocida donde los demonios pudieran encontrarlo con más facilidad después de haber llegado a la meta de un plan en el que nunca había querido participar. Pero retorcerse en su propia miseria y culpar a cualquiera que lo había condenado con ella no le devolvería a Bianca lo que él le había robado, Ian se lo había dicho. Debía aceptar porque no tenía nada para ofrecer más que a sí mismo.
Dean lo había preparado para el vacío, repitiéndole que la oportunidad de estar de nuevo con ella era un préstamo con fecha límite, pero haberlo tenido todo en las manos no formaba parte del plan. En las conversaciones iniciales no había existido un Alban que acabara regalándole un «te amo» incluso después de haber conocido su mayor error. Las instrucciones no consideraban a dos personas que lo quisieran con la misma intensidad en la luz como en la oscuridad, ni bailes desincronizados, risas que le alimentaban el alma y la oportunidad de, por instantes, despojarse de la vergüenza de ser quien era.
Creía que estaba preparado, sin embargo no podía estarlo si había abrazado mucho más de lo que había perdido. Ese era su castigo.
Si cerraba los ojos, casi podía vivirlo todo de nuevo, cada tarea que había tachado en la lista que había memorizado. Acercarse a ella en el club de escritura. Generar conexión a través de historias íntimas pero no tanto como para espantarla. Regalarle algo que ya le hubiera dado en el pasado para así remover emociones. Se había negado a obsequiarle los mismos corsés que Ian le había devuelto en una caja después del accidente, y había hecho unos nuevos porque jamás habría piezas suficientes en las que pudiera plasmar su amor por ella.
Si cerraba los ojos, todavía podía sentir el escalofrío provocado por la segunda primera vez que Bianca posó la mirada en él. Sus manos aferrándose a su espalda baja en aquel abrazo que Jules había deseado por meses y el alivio que lo inundó cuando volvió a tener sus labios sobre los suyos.
El aroma de su propio perfume se cruzó entre sus recuerdos; lo tenía impregnado en la ropa al igual que el de Alban y Bianca.
Se levantó de golpe, tomó la toalla aún húmeda por la ducha que se había dado horas atrás y se dirigió al baño. Dejó que el agua fría le pausara los pensamientos por un momento y comenzó a refregarse el cuello con fuerza.
Había querido cambiar de perfume para sentir que no era la misma persona que le había arruinado la vida a otra, de la misma forma que había querido deshacerse del rojo del pelo; pero había tenido que obligarse a vivir con aquellos detalles bajo la esperanza de que jugaran con los sentidos de Bianca y la trasladaran al año en que se conocieron. Lo mismo ocurría con los lugares a los que había tenido que llevarla en caso de que pudiera encontrar familiaridades del pasado, pese a que él ya no quería regresar.
Cuánto le había dolido tragarse la verdad cada vez que lo miraba y sus ojos resplandecían con un amor que quizás no se había esfumado nunca o que estaba destinado a ser tan fuerte como para encenderse de nuevo. No era ego, Bianca simplemente era demasiado transparente al amar, aunque no se diera cuenta; pero quien había sido amado poco podía notar fácilmente cuando realmente lo era.
Ninguna persona que se expusiera dos veces a la misma historia con tan terrible final saldría ilesa de ambas. Sin embargo, el consuelo de Jules era haberle devuelto la semilla que necesitaba y que por fin podría plantar sin maleza a su alrededor.
No se percató de que había empezado a arañarse la piel en el proceso de arrancarse las huellas que le dejaron las manos de Alban y Bianca por el cuerpo, marcas que no eran visibles pero que sentía como si todavía no hubiera despertado de aquel sueño. Le tomaría tiempo olvidar el tacto firme de Alban y los patrones que ella solía dibujarle con los roces de sus dedos. Lo que desconocía era qué se encargaría de borrar los besos con los que le habían curado el corazón, si aquellas marcas eran lo único que prometían eternidad.
Entumecido por el frío, regresó a la habitación, puso seguro en la puerta y entre la penumbra buscó su teléfono. Se rehusaba a encender la luz y encontrarse con un espacio carente de rastro de quienes amaba.
El aparato mostró su ubicación a la orilla de la cama cuando se encendió con un nuevo mensaje de Alban, que con otro «te amo» intentaba sostener las manos de ambos. Jules permitió que su corazón se entregara una vez más.
El último mensaje se lo envió a Ian para informarle que estaba hecho y agradecerle por todo.
Dejó el teléfono bajo la almohada y, cubierto con las mantas y el egoísmo esperó que, pese a las últimas palabras de Bianca, las flores que le regaló en aquella cafetería cumplieran su promesa y le susurraran su deseo de no ser olvidado.
¿Alguien puede ir a buscar a Jules, sacarle de ahí y envolverlo en una manta como un burrito, por favor? Me destroza.
Les adoro. Gracias por leerme 💜
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Purplish
RomanceEl primer pensamiento que ocupó la mente de Bianca cuando despertó fue que moriría. Una certeza que iba más allá del conocimiento de que todo lo que nacía, algún día debía marchitarse. Los objetivos con los que escapó de su caótico hogar junto a su...