40 | Cian miedo

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Faltaba alguien en la caminata nocturna, Bianca incluso sentía el aire más frío y el pitido ya más suave en sus oídos les restó volumen a las pisadas sobre el asfalto y el canto de los grillos, provocando un silencio que se sentía impropio para la...

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Faltaba alguien en la caminata nocturna, Bianca incluso sentía el aire más frío y el pitido ya más suave en sus oídos les restó volumen a las pisadas sobre el asfalto y el canto de los grillos, provocando un silencio que se sentía impropio para la vida que había aceptado con los brazos abiertos hacía solo unos días.

Pero el vacío que había entre Alban y ella no estaba en su pecho. Deseaba que aquella parte de su cuerpo no pesara, que la decisión de despedirse de Jules hubiera implicado desterrarlo de su corazón también, sin embargo, allí estaba, y como nunca creyó que haría: no hallaba la hora de olvidar. No la existencia de Jules, sino su pasado con él. La avergonzaba el anhelo de vivir en la ignorancia con tal de haber mantenido el presente de aquella tarde mientras jugaban en el tren.

Sus pies se quejaban por la cantidad de recuerdos y verdades que debían cargar, los dedos dentro de los bolsillos de su abrigo le dolían por llevar más de una hora con las manos empuñadas y la cabeza le punzaba. Pero al menos, ya no sentía que perdía la cordura, aun cuando sabía que había mucho que seguía desconociendo de sí misma.

Como esperaban, la estación de trenes se encontraba cerrada. Bianca había insistido con llegar hasta ahí para tomar el primer tren que saliera a París y porque la hacía sentir más segura que pasar la noche entre la hierba a la orilla de la carretera. Por suerte, fuera de la estación había dos bancas y se dejaron caer en una de ellas con las mochilas entre los pies.

Nunca había llorado tanto. No soltó una sola lágrima cuando vio a Ian con el pecho ensangrentado ni cuando despertó en la habitación de un hospital sin saber por qué todos hablaban francés. Su abuela solía decirle: «Llora, que luego un solo suceso hará que llores por todo lo que te guardaste antes». Bianca se preguntó si la cantidad de lágrimas que llevaba derramadas por más de dos horas se debían a eso o al hecho de que el daño causado por Jules era descomunal. De todas formas, su ausencia podía competir con ambas.

—Lo siento por haber creído que formabas parte de esto —dijo con la voz desgastada.

Lo observó durante unos segundos y por instinto se inclinó hacia él, pero se detuvo antes de tocarlo al no saber cómo se sentía y lo que quería después de lo ocurrido. Pero Alban le rodeó los hombros y apoyó la cabeza en la suya.

—Te entiendo, creo que yo también lo habría hecho.

—Gracias por estar aquí, a pesar de lo complicado que debió ser elegir.

—No iba a dejar que vagaras sola.

Bianca suspiró y sacó su teléfono del bolsillo; aún tenía la mitad de la batería. En su mochila buscó el frasco de pastillas y leyó el etiquetado. Hasta ese momento no se había percatado de los pocos datos que tenía. En Google escribió el nombre del medicamento, pero este no arrojó resultados, mientras que la búsqueda del laboratorio no proporcionó información de utilidad.

No quería dejar de tomarlas de forma progresiva si eso implicaba seguir recordando lo que ya no quería volver a vivir; dos veces eran suficientes. Sin embargo, suficiente también había tenido con que otras personas la usaran en ella sin su consentimiento como para arriesgarse a un posible daño cerebral mayor si no actuaba con responsabilidad.

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