Solo una vez Alban había estado en medio de dos bandos. El recuerdo de haber elegido a su madre lo perseguía por las noches hasta lograr el objetivo de ensuciarle las manos. Mientras que por el día, entre grietas que no podían ser llenadas, a veces se preguntaba si el precio de aquella decisión era el amor que se le había negado.
Se rehusaba a creer que Jules y Bianca comenzarían una guerra. No quería que se destruyeran, ni mirar desde afuera cómo lo hacían, ni elegir el territorio de alguno. Sus padres habían batallado desde siempre, pero para cuando él eligió, el amor ya los había abandonado. Jules y Bianca apenas estaban descubriendo cómo era amarse.
Sin embargo, a demasiadas horas desde el último mensaje que había recibido de Jules, supo que aquello jamás sería una lucha: este había perdido incluso antes de entrar al campo de batalla. Y con él, Alban también lo hizo, pues lo habían sacado golpe del primer hogar en el que había encontrado completo regocijo.
Volvió a desbloquear su teléfono; a diferencia de los mensajes anteriores que le había enviado, el último no fue recibido.
Quería creer que no lo había expulsado de su vida sin más. Prefería inclinarse por la opción de que quizás iba viajando hacia París y el teléfono se le había descargado. Aunque no esperaba que se tomara tantas horas para abandonar el pueblo.
Dejó el aparato sobre la cama y observó a Bianca: dormía con la cabeza sobre su pecho y con una mano agarraba el dobladillo de su camiseta. Eran las tres de la tarde y llevaba durmiendo desde antes del mediodía. No la había visto tan frágil como en ese momento y aun así, la fiereza que no había abandonado su mirada le daba la única calma que sentía desde ayer. Bianca se sobrepondría porque era la costumbre que más arraigada tenía.
El que le preocupaba era Jules. No podía borrarse de la cabeza aquella mirada lúgubre, cuando solo horas antes había relucido tanto.
Le envió un mensaje más. Esperó. La confirmación no llegó.
No perdió más tiempo y lo llamó, pero la voz que sonó no fue la que esperaba, sino la de la operadora automática. Se le formó un nudo en el estómago.
Se deslizó por el colchón con cuidado de no despertar a Bianca y, una vez fuera de la cama, le apoyó la cabeza sobre la almohada y la cubrió con el edredón hasta la barbilla. Presionó los labios sobre su frente por unos segundos y en el velador le dejó una nota para informar que iría a Maelstrom a reunirse con Jules.
La sala del apartamento estaba vacía y el silencio daba la impresión de un hogar inhabitado. Alban lo abandonó en una búsqueda desesperada por el bullicio de las calles y rostros entre los que pudiera encontrar a Jules. Pero no estaba allí, y tampoco se sintió capaz de lidiar con la muchedumbre que habría en el metro, por lo que pidió un coche por una de las aplicaciones de su teléfono y viajó hasta la casa púrpura.
Se bajó en la esquina anterior, le pagó al conductor y se dirigió calle arriba, hasta el callejón en donde se ubicaba su hogar. Apenas entró, lo buscó entre quienes jugaban a un juego de mesa en la sala. No se encontró con aquella colorida melena.
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Purplish
RomanceEl primer pensamiento que ocupó la mente de Bianca cuando despertó fue que moriría. Una certeza que iba más allá del conocimiento de que todo lo que nacía, algún día debía marchitarse. Los objetivos con los que escapó de su caótico hogar junto a su...