49 | Amarillo verdoso arte

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El 31 de diciembre, Bianca no estaba en un hospital cuando la cuenta regresiva llegó a uno y los fuegos artificiales encendieron el cielo del centro de París

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El 31 de diciembre, Bianca no estaba en un hospital cuando la cuenta regresiva llegó a uno y los fuegos artificiales encendieron el cielo del centro de París. Había cenado con Ian y, más tarde, con una botella de vino en mano, se habían hecho un espacio entre la multitud que buscaba terminar la celebración en las calles. Entre risas, rememoraciones del año y bailes con desconocidos, habían bebido hasta olvidar que un nuevo año implicaba, también, su primera separación.

Al finalizar el festejo, regresaron a casa caminando: Ian, en llamada con Camille, a la que le había rechazado la oferta de cenar con su familia; y Bianca pensando en qué debía de estar haciendo Jules.

La semana pasada había tenido su segunda visita y le había visto mucho más apagade, sin embargo, no hablaba de Alban, no lloraba y no daba indicios de la rabia con la que aquel día había dicho que lo odiaba. Bianca temía que, pese a haberles pedido a los enfermeros que le permitieran enfrentar la situación sin químicos en el cuerpo, no estuviera hablando con nadie sobre ello.

De todas formas, se había quedado allí intercambiando historias: elle le contó sobre sobre datos que aprendía gracias a las hiperfijaciones de los internos y un par de cosas que sucedían dentro, y ella le regaló las últimas vivencias que había tenido en la cafetería antes de renunciar. También, sobre el nuevo trabajo que había tomado como recepcionista en una clínica veterinaria y lo entusiasmada que estaba de rodearse de animales todos los días.

Lo que ahora la preocupaba era que no sabía qué importancia tenían las festividades para Jules, si eran un día como cualquier otro o si deseaba celebrar con la gente que quería, y si acaso se pasaría la noche durmiendo o llorando como acabó ella en su habitación al llegar al apartamento. Por impotencia, porque quería hacer más por elle y no podía. Y por rabia, porque en ese momento, el abandono de Alban le dolía más por Jules que por ella.

Y pese al rencor que se le aferraba al pecho, se durmió pensando en él.

Entre el gentío de las calles se había sorprendido a sí misma buscando su rostro, preguntándose si solo se había ido de sus vidas mas no de París. Pero en su cama, donde él le había susurrado tanto amor sobre la piel, se preguntó si acaso se encontraba en la de alguien más para quitarse el recuerdo de dos pares de manos conocidas del cuerpo. Si acaso se había ido amándoles o si ya había dejado de hacerlo. Si ya les había olvidado o si se pasaba noches en vela pensándoles. Y... por qué. Bianca sentía que se iría a la tumba con aquella pregunta tan sencilla.

El 1 de enero, se despertó temprano para llamar al Centro y pedir a Jules al teléfono.

—¿Quieres hablar de tu noche? —preguntó Bianca después de saludarse.

—No, pero sí quiero saber qué hiciste tú. ¿Qué comiste?

Le contó que Ian tenía la costumbre de comer lasaña en Año Nuevo y que ese día habían experimentado con una nueva receta que llevaba crema blanca. El resultado había sido un éxito. Agregó que luego habían intentado llegar a los pies de la Torre Eiffel, pero fue imposible debido al mar de personas que llenaba el camino. Le contó que se habían sumado a la celebración de un grupo de desconocidos, pero omitió el terrible coqueteo de uno de los chicos y que el beso que había intentado robarle quedó en eso: un robo fallido, porque ella no quería que el primero de su año se lo llevara un extraño.

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