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Cuando la noche caía oscura y siniestra sobre las calles de la ciudad, Daemon preparaba una taza bien cargada de café para poder tomársela antes de irse a dormir. ¿Acaso la cafeína no le afectaba robándole el sueño? Pues por difícil que pareciera, eso nunca le ocurrió.

Aquella noche en particular, no solo la oscuridad envolvía todo a su paso, sino que una lluvia densa y caudalosa caía precipitándose sobre las sucias aceras y empapando a los transeúntes que se aventuraban a caminar a esas intempestivas horas.

–¡Cogedlo! –gritó alguien con voz alterada–. ¡Puto imbécil de los cojones!

Daemon frunció el ceño al escuchar aquellos improperios y se acercó a la ventana de su piso, abrió con los dedos la persiana destartalada y se asomó un poco por el hueco que se formó. La lluvia apenas le permitía ver lo que ocurría en el callejón que se encontraba frente a su vivienda, pero después de entrecerrar los ojos, consiguió percibir un grupo de cuatro personas, tres de los cuales estaban increpando al último de ellos, un chico joven con el cabello cenizo, igual que el suyo.

Aquellos hombres lo agarraron y comenzaron a intentar golpearlo, pero cuando menos lo esperaba, aquel chico comenzó a devolver los golpes y terminó dejándolos a todos tirados en el suelo.

Una sonrisa se le quedó clavada en la boca cuando vio que aquel chico se metía corriendo en la lavandería de su barrio. Justo la que él iba a visitar esa misma noche.


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Las luces claras y blancas de la lavandería iluminaban toda la calle. La lluvia había cesado, pero Daemon estaba seguro de que no lo haría por mucho tiempo, porque al mirar hacia el cielo, los nubarrones negruzcos amenazaban con volver a descargar todo lo que llevaban acumulado en su interior.

A través del cristal salpicado por la lluvia, Daemon pudo distinguir la silueta esbelta y delgada de aquel chico que vio en el callejón. Llevaba otra ropa, pero al entrar a la tienda se dio cuenta de que simplemente se había quitado la camisa de flores que había llevado durante su pelea, la cual estaba llena de la sangre de sus atacantes y que había lavado en una de las lavadoras del establecimiento.

El chico no le hizo ni el más mínimo caso cuando entró, ni tampoco cuando comenzó a caminar hacia una de aquellas máquinas de lavado, pero Daemon no pudo evitar fijarse en que, dentro de su cesta, la camisa llena de sangre estaba completamente limpia.

–Hala –murmuró en voz alta. El chico se fijó en él por primera vez y sus ojos se dirigieron momentáneamente hacia donde se encontraba. Esa fue señal suficiente para acercarse–. Oye, la camisa... ¿Cómo la has lavado para que te quede tan limpia?

LLUVIA DE MEDIANOCHE | daemondDonde viven las historias. Descúbrelo ahora