C u a t r o

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Daemon se quedó petrificado cuando sintió la calidez de los labios de Aemond contra los suyos. De todas las reacciones que esperaba recibir por su parte, esa era la que menos se había imaginado.

Aemond lo besaba con ardor, como si su boca fuera lo único que le diera la fuerza para poder seguir con vida. Y Daemon no dudó ni un solo segundo en corresponderle con la misma intensidad.

Había deseado besarlo desde que lo vio aparecer en su puerta, pero se había contenido porque no quería incomodarlo, porque para él, un beso era mucho más que un beso. Entonces ocurrió lo impensable, y lo masturbó... Casi estropea lo que habían conseguido formar entre ellos, pero ahora, Aemond era quien lo estaba buscando a él.

Sus manos se aferraban con fuerza al cuello de su camiseta, tirando hacia sí mismo porque no quería que Daemon se alejara.

El mayor, al sentir su urgencia repentina y su abrasador deseo, se alejó unos centímetros para poder mirarlo. La mirada azulada y violeta del platinado era voraz, ansiosa, posesiva... la del mayor era dulce, sorprendida, anhelante...

Aemond soltó su ropa y sus manos fueron hacia su rostro, dejando suaves caricias sobre su piel, comprobando que era real, que estaba ahí con él, que había ido a buscarlo... Entonces lo atrajo hacia él de nuevo, uniendo sus labios con más suavidad que antes.

Cuando sus lenguas se hartaron de entrelazarse la una con la otra, cuando sus bocas ya estaban llenas del sabor del otro, se separaron.

Daemon se rascó la nuca y miró hacia el suelo.

–No esperaba que las cosas acabaran de esta manera... –confesó.

–¿No te gusta? –preguntó Aemond algo confundido.

La mirada del mayor se elevó y se clavó con determinación sobre su rostro.

–¿Tiene pinta de que no me guste? –preguntó con una sonrisa de lado.

El platinado miró hacia un lado, arrugó la frente y chascó la lengua.

–Joder... –Aemond acercó sus manos hacia él, acariciando el borde de su cuello– ¿Lo haces con todo el mundo esto de soltarles comentarios graciosos mientras juegas con sus pollas?

Sus manos fueron descendiendo poco a poco, abriendo la camisa y dejando a la vista sus enormes pectorales. Estas siguieron bajando hasta que acabaron sobre la cremallera de sus pantalones.

–No...

Los ojos de Daemon no se separaron del recorrido de sus manos, observando cómo Aemond bajaba poco a poco la cremallera que mantenía cautiva su dura excitación.

–Entonces, ¿qué? –su mano se adentró en el pantalón, palpando su erección por encima de la tela de sus calzoncillos–. ¿Te pongo cachondo? –comenzó a frotar aquella zona abultada–. ¿Te excitaba un tío herido que no podía ni moverse? –Daemon no era capaz de elevar la mirada, ya que estaba fijo en cómo el más joven movía la mano–. Querías que te chupara algo más aparte de los dedos, ¿eh?

LLUVIA DE MEDIANOCHE | daemondDonde viven las historias. Descúbrelo ahora