17. Traidor

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¡Hola! ♡ Pido disculpas por el retraso, fueron días complicados en el trabajo, pero aquí les traigo el nuevo capítulo.
Una vez más, cortesía de sosophalala tenemos dos hermosas ilustraciones para este capítulo. ¡Vayan a darle amor en Instagram, Twitter y Facebook! ♡

Les cuento, aparte, que me hice un Patreon en el que iré subiendo adelantos de capítulos de este y otros fics, escenas extras y, próximamente, ¡cortos sobre la juventud de Crowley y Aziraphale en este universo! Por si les interesa, ¡todo es gratis! Me encuentran como "Reina Dragón". Espero verlos por allá ♡

¡Nos vemos en la próxima parte! ♡

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El sonido de los troncos resquebrajándose en el fuego de la chimenea, junto a la dulce voz femenina que tarareaba una canción de cuna, estaban empezando a arrullarlo. Los párpados se sentían demasiado pesados conforme avanzaban los minutos, volviéndose cada vez más difícil mantenerse despierto y resistir los cabeceos. El caballo de madera en su mano derecha ya había dejado de cabalgar sobre el piso donde él estaba sentado y, de pronto, se dio cuenta de que el rechinido de la mecedora a sus espaldas había cesado.

—Anthony... —escuchó—. Ve a la cama.

Esa voz lo hizo espabilar lo suficiente como para erguirse un poco más.

—No. Todavía no —respondió.

—Siempre pasa lo mismo, mi niño —murmuró la mujer con voz dulce.

Pero el pequeño no quiso escuchar. Terco, como era desde el vientre, se levantó del piso sin soltar su caballo de madera y se asomó por la ventana. Su casa estaba sobre una loma, lo bastante alta como para ver el mar desde allí, pero a esas horas la penumbra se lo había tragado todo. Lo único que podía verse era la luz del faro y las pocas lámparas de aceite que la gente del pueblo tuvo a bien encender.

Eso, junto con los destellos de los relámpagos, no lograban calmar el corazón del joven Anthony.

Los pasos de su madre se escucharon a sus espaldas antes de sentir el reconfortante toque de sus dedos entre sus cabellos rojos.

—Tu padre volverá —le dijo.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó al girar el rostro para verla—. ¿Cómo puedes estar segura? Se fue en la mañana, aunque los del muelle dijeron que habría una tormenta.

La mujer sonrió con ternura, conmovida tal vez por la preocupación de su hijo, tan frágil e inocente, tan puro. Ignorante de las razones que tenía su padre para aceptar un trabajo tan peligroso.

—Lo sé porque me lo prometió —murmuró ella en respuesta, hincándose para mirar a su hijo de frente—. Y yo creo en él, ¿tú no?

Anthony ni siquiera lo pensó para asentir con seguridad.

—Exacto —sonrió la mujer—. Tu padre nunca rompe sus promesas. Tú tampoco debes hacerlo, ¿ok?

Él asintió otra vez. En el beso que recibió en la frente y los ojos de su madre, que ella le heredó, Anthony encontró seguridad y consuelo. Sin embargo, no quiso apartarse de la ventana, no hasta que pudiera ver el barco pesquero o hasta que su padre volviera. Entonces empezó a llover.

Las tormentas nunca habían sido de su agrado.

Allá en Van Horn, un pueblo pobre en la costa, eran muy comunes para su mala suerte. Los huracanes más fuertes siempre llegaban ahí primero, con las furiosas olas chocando en los muelles y agitando los botes como si fueran de juguete. Incluso lejos de la orilla las tormentas golpeaban la casa de madera con tanta fuerza que parecía que saldría volando con el viento en cualquier segundo.

Sin Descanso para los MalvadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora