Dormía.
La ira inyectada en sus ojos se veia como sangre.
En su mente palpitaba la viva imagen de todo lo alguna vez añorado y perdido.
Un beso bajo la lluvia, algunas palabras de aliento y postres de melocotón, quizá una caricia sin el ardor característico que solo el cuero es capaz de obsequiar con sus besos de fuego.Allí frente a sí, yacía el causante de todo dolor.
Pobre alma la suya. Perdida, vacía, inutil. Los años le habian arrebatado sin piedad todo brillo y fuerza de la misma manera en que a él le habian arrancado la inocencia, la ternura. Tomó el puñal y decidió liberarse al fín.