—¿Cómo dices?
Venga ya...
Al parecer, el pasatiempo favorito de Suguru era avergonzar a Satoru todo lo que podía y más. Era algo que nadie había conseguido hacer en todos los años que el chico llevaba navegando por el mundo y eso tenía parte de mérito.
—Te pido que me devuelvas el cuchillo, por favor —intentó de nuevo Satoru.
Satoru se había prometido no bajar a las celdas. Parecía algo demasiado arriesgado que no merecía la pena, aunque nadie en el barco sospechara nada. Lo de aquella mañana había sido una advertencia por parte del capitán, que sabía hasta cierto punto que la sirena mostraría su verdadero poder y asustaría a Satoru. Y el joven no dejaba de ser la posesión más preciada del hombre, al fin y al cabo.
Satoru quería creer que nadie sabía nada.
El chico estaba asustado, sí, ver cómo le arrancaban el brazo a un pirata, por muy desagradable y feo que fuera el hombre, no había sido digno de celebrar. Pero la sirena despertaba otras emociones en él que Satoru se negaba a explorar. Y él ya había tenido suficientes nuevas experiencias en lo que quedaba de año.
Así que Satoru no estaría allí abajo si no fuera porque Suguru tenía en su poder su maldito cuchillo.
—No te he dado las gracias, por cierto —dijo de pronto la sirena.
Satoru frunció el ceño. ¿Cuánto tiempo más pensaba Suguru ignorar la petición del chico?
—¿Las gracias?
—Sí, por la comida de esta mañana.
Suguru soltó la frase e intentó contener las ganas de reír, pero no pudo. Satoru ignoró su risa melódica y se fijó en la afilada dentadura de la sirena. Dientes blancos como perlas le dieron la bienvenida y Satoru tuvo que reconocer una vez más, a su pesar, que Suguru era muy atractivo.
Ni rastro de sangre.
Deja de pensar en sangre.
—Eres muy divertido —respondió Satoru, en un patético intento por reírle las gracias a la sirena—. Pero necesito ese cuchillo.
Suguru fingió que se secaba una lágrima y esperó a tranquilizarse del todo para responder, dejando a Satoru en tensión.
—¿El humano ha muerto?
Otra vez.
—No lo sé —reconoció el chico—. Es posible que no pase de esta noche, pero creo que sigue vivo.
—Oh, lástima.
—Suguru.
Con eso, la sirena dejó a un lado su aire bromista y miró a Satoru. Suguru siempre estaba sentado en la misma posición, alejado de los barrotes de la celda y con su espalda apoyada en la pared del barco, su cola desparramada en el suelo para mayor comodidad. La mano que tenía libre de grilletes descansaba en su regazo, la otra...
Con un rápido tirón, Suguru arrancó las últimas cadenas que lo anclaban al barco y colocó ambas manos juntas, una encima de la otra. Como si nada. Como si Satoru no estuviera teniendo un infarto en ese momento.
—No voy a darte el cuchillo, Satoru —respondió la sirena finalmente, arrastrando cada sílaba del nombre del chico.
Satoru se quedó boquiabierto por diferentes razones. Suguru se estaba riendo en la cara de todo el mundo en aquel navío destartalado. Rompía sus grilletes como si estuvieran hechos de papel, había hecho un agujero en el suelo para esconder el cuchillo de Satoru y era capaz de desmembrar carne con dos mordiscos. Satoru ni siquiera sabía si los barrotes de esa celda podían garantizar su seguridad a esas alturas, pues estaba seguro de que la sirena era capaz de reventarlos con unos cuantos arañazos.
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La noche tiene escamas
أدب الهواةSatoru tiene una rutina que mantiene a rajatabla. Todo lo normal que puede ser tu rutina si tienes un poder especial y acabas secuestrado por un puñado de piratas, claro. Pero Satoru lo tiene asimilado. De verdad que sí. Sólo tiene que utilizar su p...