Luego de recorrer Londres arriba de los famosos buses rojos de dos pisos, en los que mi madre al parecer soñaba con subirse alguna vez, visitamos otros lugares turísticos. Debe ser la ciudad donde más fotografías nos tomamos, y no sé si fue porque yo estaba más emocionada que días anteriores, o porque Iker parecía interesarle mucho la arquitectura medieval.
Tonteamos en el paso de peatones de Abbey Road, donde todos querían hacerse la típica foto de los Beatles, caminando en fila cruzando la calle. Nos refugiamos de la lluvia en una de las cabinas telefónicas rojas, tan características y recorrimos hasta que se nos hizo de noche.
Por primera vez en nuestro viaje, tuvimos una diferencia de opinión con Iker; yo quería regresar a París esa misma noche, pero él esperaba quedarse un día más y visitar Stonehenge.
Después de discutirlo un momento, ganó la batalla diciendo que accedió a que lo acompañara, con la condición de seguir sus decisiones. Así que al día siguiente nos levantamos de madrugada, ya que daba la casualidad de que estábamos en el solsticio de verano, y al parecer eso era algo espectacular de ver. Casi como si lo hubiese planeado desde el principio.
Casi como si lo hubiese planeado desde el principio.
A pesar de que miles de personas abarrotaban el lugar, cargaba con un sueño acumulado de hace días y el frío calaba con sus bajas temperaturas nocturnas, no me arrepiento.
Quise tener una libreta en blanco para escribir mi propia lista de deseos y marcar este momento en el primer punto.
—Quisiera tener otra libreta —murmuré, mirando como el sol se elevaba entre las piedras mientras todos aplaudían al espectáculo.
—¿Para qué?
—Para marcar este momento. En mi propia lista y dibujar este paisaje, pintarlo o sacarle una fotografía. Sin duda es algo que jamás olvidaré.
Iker tomó su móvil y se giró y capturó una selfie de ambos con las vistas a nuestras espaldas. Luego, rebuscó algo en la mochila pequeña que llevaba para viajes cortos como este y sacó una libreta de su interior.
—Toma, para que hagas tu propia lista —dijo, con una sonrisa.
Lo miré asombrada antes de reparar que aquella libreta era mía. La que había perdido al inicio de este viaje.
—¡Fuiste tú! —Le reclamé, quitándosela de las manos y golpeándolo con esta—. ¡La tuviste todo el tiempo!
—Iba a devolvértela cuando encontraras un mejor uso —se burló.
Lo odié. Pero me olvidé de eso por un momento y arranqué las hojas donde había escrito el itinerario de Malmö. Pasé de la primera página y en la segunda escribí «Amanecer en Stonehenge» y lo subrayé.
Empecé a capturar algunas líneas de un boceto rápido que terminaría después. Tenía una excelente memoria para estas cosas.
Me tembló la mano cuando los brazos de Iker se cerraron por encima de mi estómago, y se agachó para apoyarse en mi hombro mientras miraba mi dibujo.
—Qué talento —susurró.
Sonreí evitando perder la concentración para captar la mayor cantidad de detalles del lugar. Después de que tuve algo trazado, cerré la libreta y me aproveché del poco espacio que había entre nosotros para pegarme más al pecho de Iker y descansar un momento junto a él.
Al regresar a Londres esa misma tarde, tomamos nuestras cosas y nos embarcamos en el tren hacia París. Nos dormimos uno sobre el otro. A estas alturas, necesitábamos cualquier momento para descansar.
ESTÁS LEYENDO
Donde el sol se esconde
Storie d'amoreA veces no sabemos cuáles son nuestros sueños, hasta que se aparecen frente a nosotros. Esto es lo que le ocurre a Samantha, cuando horas antes de su boda, encuentra un antiguo diario de viajes de su madre, con una lista de destinos que no pudo term...