El sonido del reloj indicaba que eran las dos de la tarde. Las campanadas resonaban por toda la habitación de Sieglinde intentando generar una reacción en ella. Había quitado el empapelado de las paredes y fueron reemplazadas por pintura blanca y algunos ornamentos dorados. Sieglinde se encontraba en uno de los sillones leyendo, ni siquiera las campanadas la distrajeron. Sólo cuando el sonido se detuvo fue que cerró el libro y se dirigió a su baño, cerrando la puerta con seguro.
El baño era espacioso, con azulejos de patrón blanco y azules. Tenía todo lo necesario, desde el inodoro, lavamanos, regadera y una hermosa y espaciosa tina. Sieglinde se dirigió al perchero donde se cuelga la toalla de mano y la jaló hacia abajo.
Un fuerte crujido sonó de la pared y se abrió una entrada secreta. Sieglinde cruzó esa puerta y la cerró. Cualquier persona que entrase al baño jamás se percataría de eso. En medio de la oscuridad, encontró el interruptor en el lado derecho, lo movió haciendo prender todas las luces del pasillo y caminó a paso rápido. Había algunas escaleras, pero principalmente era un camino recto con pocas curvas. Siguió caminando hasta llegar a una pared con un pequeño ojo de pez que le permitía mirar lo que había del otro lado. Era la oficina principal de Adolf Hitler, quién se encontraba sólo leyendo algunos documentos. Sieglinde sonrió y dio un par de golpes a la pared.
Hitler escuchó los golpes e inmediatamente se levantó de su puesto y fue hacia el lugar. En ella había una lámpara que simplemente jaló hacia abajo para poder abrir la puerta dando paso a su hija. Con una sonrisa, lo saludó con el antebrazo alzado al sonido de un Heil Hitler y lo abrazó con cariño.
El canciller estaba cada vez más receloso de que alguien conociera su verdadero parentesco con Sieglinde, por el cual creó ese camino secreto para que ella pudiera llegar a la oficina principal sin necesidad de salir del ala residencial hasta las zonas de oficina al menos de que tuviera una reunión con algún ministro del Reich y sea necesario que se vea en los pasillos residenciales.
Sieglinde miró por un momento las hojas de los árboles que se encontraban a un par de calles de la cancillería. Sólo quedaban unas pocas de colores amarillentos y naranjas. Soltó un suspiro y sonrió:
—El otoño ha llegado rápidamente. Espero que la próxima primavera esté llena de color y felicidad.
—Así será —afirmó Hitler con una sonrisa— ¿Has venido para algo en específico, Sieglinde?
La mujer asintió con algo de nerviosismo, pero hacía todo lo posible para que su voz se notara lo más seguro posible.
—Ya todo está listo para el viaje, mi Führer. Ayer hablé con el mariscal Göring y el piloto que me acompañará. Las condiciones son apropiadas para el vuelo.
—¿Por qué no usas mi tren? Las vías también están aseguradas.
Sieglinde negó con la cabeza y explicó la situación:
—Es demasiado obvio. Las personas identifican desde la distancia tu tren. Prefiero evitar ese riesgo para los dos.
Hitler coincidió con el pensamiento de su hija y la invitó a sentarse en el sofá junto a él. El rostro del líder alemán estaba algo tenso. No podía ocultar la preocupación por el futuro de su hija en esa reunión. No le importaba sacrificar a Ludwig, después de todo no era su hijo biológico, pero Sieglinde...
—¿Es obligatorio que seas tú quien esté ahí? ¿No es suficiente con que Ludwig sea el representante de Alemania?
Sieglinde soltó un suspiro. Entendía la preocupación de Adolf como su padre, pero en este momento tenía que convencer a Hitler, el Führer de Alemania.
—Llegamos a un acuerdo con el duque de Lancaster en representación de Jorge VI, incluso irá la princesa Elizabeth como garantía. Si no voy, es posible que la situación sólo empeore para el país. Confío en nuestro ejército y sus capacidades, pero debemos considerar todas las opciones. —Sieglinde notó que su padre seguía dudando de la situación y decidió complementar— además, no iré sola. He solicitado acompañamiento de las SS. Dieter y Meridithia también estarán a mi lado.
ESTÁS LEYENDO
Las Flores Malditas del Reich
Historical FictionEs 1943, la segunda guerra mundial está en su punto más crítico. La sangre, pólvora y cenizas pintan el mundo con su horror. Sieglinde Hitler, única hija de Adolf Hitler es atormentada con los demonios de su pasado. Ludwig Hitler, hermano por adopci...