En el reino de lo cotidiano, Otto se erigía como un monarca de su solitaria existencia, despreciando las plebeyas interacciones que para él no eran más que distracciones triviales. Su reflejo, cómplice de su arrogancia, era el único que recibía su sonrisa matutina.
Aquella mañana, sin embargo, el espejo le devolvió un vacío desconcertante. Intrigado, Otto se aproximó a la superficie reflectante, palpando el frío vidrio en busca de su imagen perdida. En un giro inesperado, su cuerpo se desplomó hacia adelante y, en lugar de encontrarse con la dura realidad del cristal, se precipitó hacia una dimensión desconocida.
El impacto nunca llegó. En su lugar, Otto se encontró de pie en un baño idéntico al suyo, pero impregnado de una atmósfera cargada de urgencia. Los sonidos distantes de una sirena y voces susurrantes lo impulsaron a abrir la puerta con recelo.
Lo que vio lo dejó sin aliento: su reflejo, ahora una figura inmóvil en el suelo, con un arma a su lado, mientras los policías circundantes tomaban notas y conversaban en tonos sombríos. Invisible en esta realidad paralela, Otto sintió un impulso irrefrenable de huir.
Sin un momento de reflexión, se apresuró de vuelta al espejo. Con un empuje desesperado, atravesó la barrera invisible y se encontró una vez más en la seguridad de su baño, el eco de la otra dimensión resonando en su mente.
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Otto otto
Bí ẩn / Giật gânEl mejor amigo para algunos, quien te recibe todas las mañanas, y tal vez con una gran sonrisa, desapareció sin rastro alguno de la vida de Otto.