22. DESAYUNO

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"Jamás me he vuelto a ver
en otros ojos como me vi
en los tuyos."
— Fredy Jiménez.

García y Navarro se encontraron de inmediato una vez ambos se despertaron y tomaron (supuestamente) las respectivas medicaciones.

Rieron juntos por los pasillos por lo ocurrido de ayer, cosa que ahora Gonzalo recordaba como algo divertido y un acto de compasión precioso. La lealtad crecía entre ellos dos, o al menos por parte del de ojos castaños.

Mientras esperaban a que los de la cafetería se dignaran a abrir sus puertas y servir su desayuno seco, el sonido de una voz chillona femenina llamó su atención. Ambos giraron la cabeza en dirección al sonido y pudieron reconocerla: Clara Castro.

Gonzalo y Gustabo, a mi despacho. — Se le entendió vocalizar al fin, haciendo que estos dos se mirasen entre ellos y accedieran a ello sin más remedio.

Caminaron susurrándose de lo que podría querer hablar Clara con ellos dos hasta que finalmente llegaron, quedándose en silencio en frente del escritorio de la mujer, callados como niños castigados.

—¿Que está pasando? — Preguntó seriamente a los hombres, cruzándose de brazos.

—¿A qué te refieres exactamente Castro? — Osó a preguntar el rubio, su amigo limitándose a asentir lo que sea que estuviera diciendo.

Eso de iros de paseo con vuestra niñera. Pensé que dejé claro que tenéis que cumplir esta condena aquí, cosa que a ti te confíe por temas secundarios, Gustabo.

Verá... — dio una pausa y se sentó en una silla enfrente del escritorio, viendo como su amigo copiaba también este acto. —Parece que no sabe quién entra y sale de aquí, porque la CIA nos ha venido a buscar: a los dos. — admitió, notando como se les ponía los pelos de punto a cada uno de ellos.

—¿Qué? Continúa. — La mujer posó sus codos ahora en la mesa, mirando a Gonzalo y nuevamente a Gustabo.

Me han pedido colaborar con García en una misión. — Continuó el semirapado, mirando fijamente a la pelirroja. —Unirme a la malla y...

Y vigilar por ahí. — Interrumpió García, no muy seguro de si contarle todo a la mujer. Castro miró extrañada a los amigos, pensando el porqué de no haberle dejado terminar a Navarro.

—¿Vigilar el qué? — Insistió, sabiendo que Gustabo quería ocultarle algo. El semirapado miró al ojiazul. —Me voy a enterar de todas formas. García, suéltalo. — condenó, provocando que el rubio se rindiera.

A Conway. Vigilar a Conway. — Suspiró, ahora ambos mirando a la mujer que soltaba un suspiro cansado.

—¿Él lo sabe? — siguió el interrogatorio.

Se lo hemos contado, sí. Se lo ha tomado a la ligera.

Tres golpes suaves en la puerta provocaron un silencio, viendo ahora a un señor de uniforme del centro entrar con una caja marrón.

Doctora, han dejado este paquete, pone que es para Gustabo García y... — se paró a leer lo que ponía en la nota en letra pequeña. — Y su perro — añadió extrañado, cosa que provocó una risa silenciosa en los amigos y una mirada asesina por parte de Clara.

El rubio. — respondió la pelirroja, viendo como el hombre se acercaba y le dejó la caja encima de su regazo. Notaba algo de calidez y un olor desprendiéndose.

Huele que alimenta. — Susurró Gonzalo.

Podéis iros a desayunar, anda... — Cedió la mujer, mirando como ambos goteaban saliva al oler lo del paquete. Ambos se levantaron de inmediato y García dejó pasar a Navarro primero.

30 Entrenamientos. [INTENABO AU]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora