Damirae perdidos en el desierto

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El aire denso y caliente golpeaba el rostro de Damian mientras luchaba por recuperar la conciencia. Su cabeza latía con fuerza y su cuerpo se sentía pesado e inútil. Abrió los ojos con esfuerzo, encontrándose tendido sobre la arena caliente, bajo un sol abrasador. Lo último que recordaba era la misión, la infiltración en la base de la Sociedad del Silencio, el combate... y luego, un agudo pinchazo en su cuello.

"Dardos tranquilizantes," gruñó para sí mismo, incorporándose lentamente. Sus ojos buscaron a su compañera, encontrándola a unos metros, inmóvil sobre la arena. "¿Raven?" La llamó, su voz áspera por la sequedad de su garganta.

Se arrastró hasta ella, notando la palidez de su rostro y la respiración superficial. Le tomó el pulso, aliviado al encontrar que aún latía. "¿Raven, despierta," susurró, sacudiéndola suavemente por los hombros.

Unos segundos después, los ojos violetas de Raven se abrieron lentamente, confusos. Miró a Damian, luego al cielo azul y al paisaje desértico que los rodeaba. "¿Dónde...? ¿Qué...?"

"Nos descubrieron," respondió Damian, con la voz tensa. "Nos dispararon dardos tranquilizantes. No sé dónde estamos, pero no parece un lugar agradable."

Raven se incorporó, con la cabeza aún dando vueltas. Sus poderes demoníacos parecían debilitados por el tranquilizante, dejándola con una sensación de vulnerabilidad que no le agradaba. "¿Crees que fue la Sociedad del Silencio?"

"Es lo más probable," respondió Damian, escaneando el horizonte con la mirada. "Tenemos que encontrar un refugio y una forma de comunicarnos con la Liga."

Se pusieron de pie, tambaleándose ligeramente, y comenzaron a caminar por el desierto. El sol implacable les quemaba la piel y la arena se les metía en los zapatos. La sed y el hambre comenzaron a hacerse sentir, pero no había señales de agua ni comida en la desolación que los rodeaba.

"Esto es un desastre," murmuró Raven, su voz apenas un susurro.

"No te preocupes, encontraremos una salida," respondió Damian, con más confianza de la que realmente sentía. "Somos Robin y Raven, hemos pasado por cosas peores."

Raven le dedicó una mirada que era una mezcla de escepticismo y esperanza. "¿Y qué se supone que haremos? ¿Luchar contra el desierto?"

Damian se detuvo y la miró directamente a los ojos. "Lucharemos contra lo que sea necesario," afirmó con determinación. "Juntos."

El sol continuaba su descenso, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rojizos. Raven y Damian, exhaustos y deshidratados, se apoyaban el uno en el otro para seguir adelante. A pesar de la adversidad, una chispa de esperanza se mantenía encendida en sus corazones. No se rendirían, no mientras tuvieran el uno al otro.

El sol comenzaba su descenso, pintando el cielo con tonos rojizos y dorados. Raven y Damian avanzaban con dificultad por las dunas, exhaustos y con la piel quemada por el sol implacable. La sed era un tormento constante, y el hambre roía sus estómagos.

"No podemos seguir así," murmuró Raven, su voz débil. "Necesitamos encontrar agua."

Damian la observó con preocupación. La palidez de su rostro y sus labios resecos le indicaban que su compañera estaba llegando a su límite. "Resiste un poco más, Raven. Encontraremos algo."

De pronto, un sonido agudo llamó la atención de Damian. Una serpiente de cascabel del Mohave, con su cuerpo grueso y su distintivo patrón de diamantes, se erguía amenazante a pocos metros de Raven.

"¡Raven, cuidado!" gritó Damian, pero fue demasiado tarde. La serpiente se lanzó con la velocidad del rayo, hundiendo sus colmillos en el tobillo de Raven.

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