Lo que el rango conlleva

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- A todas las unidades, los atracadores han roto negociaciones, fórmense para entrar - Comunicó por radio el subcomisario Holliday, posicionándose a un lado de la puerta del Banco Central para evitar ser un blanco fácil.

- 10-04 señor - Se escuchó casi al unísono mientras los agentes quitaban el seguro de sus armas largas y se colocaban detrás de los patrullas.

Los robos al Banco Central no eran para nada comunes, los atracadores debían estar altamente organizados para evitar que la policía los abatiera antes de siquiera comenzar a negociar. Ésta vez habían roto negociaciones para darse de tiros ahí mismo, sin embargo en el perímetro se había registrado un coche blanco sin matrícula estacionado a una cuadra del asalto. Al no tener pruebas de que era de los atracadores, Gordon se quedó parado junto a él esperando a que llegue la grúa.

El pelinegro estaba de malas porque lo habían dejado de lado para el tiroteo, ya que su jefe quería mostrarle a los alumnos cómo hacer una formación correcta, y excusándose en que le sentaba mejor el papeleo. Se encontraba recargado sobre el capó del vehículo revisando viejos informes en su tablet, cuando empezó a escuchar disparos e indicaciones entre sus compañeros por la frecuencia de radio.

Comenzó a notar pequeños atisbos de ansiedad que se daban por reflejos inconscientes en su cuerpo, como hacer golpecitos en el suelo con la punta de sus zapatos y llevarse repetidamente la mano a la boca para morderse las uñas. Se conocía a sí mismo y sabía que las pastillas no podían combatir con emociones fuertes como el estrés que sentía cuando, a pesar de ser un alto rango de la policía, era subestimado por sus superiores. Respiró hondo convenciéndose a sí mismo de que estaba equivocado y seguramente una vez que se fuera la grúa le estarían guardando un lugar en la retaguardia.

Para intentar terminar de calmarse buscó en su bolsillo la caja de pastillas pero quedó paralizado unos instantes cuando se percató de que no estaban. Revisó numerosas veces en cada uno de sus bolsillos rogando inútilmente por que sus suposiciones no fueran ciertas: las había olvidado en el patrulla. Sintió una fría brisa correr por su nuca y miró alrededor, no había nadie. En el Banco se seguían escuchando tiros incluso a cien metros de distancia, ¿Era posible que ese fuera el vehículo de huída de los atracadores, si por la radio oía cómo sus compañeros se abrían paso escaleras arriba? Era poco probable, pero los minutos pasaban y la grúa demoraba más de lo normal. La adrenalina empezó a correr por sus venas y de un parpadeo a otro ya estaba corriendo hacia su patrulla, repitiendo en voz baja que solo sería un momento y volvería antes de que pudiera decir tres insultos en catalán.

Mientras tanto en el Banco los agentes ganaban terreno y se posicionaban en esquinas estratégicas para tener mejor visual. Los altos mandos iban en cabeza para asegurar que los nuevos cadetes no dieran un paso en falso que pudiera costarles la vida.

Freddy tenía una puntería excelente, había pulido sus habilidades tanto en su pasado atracando como actualmente dentro de la malla. Nadie dudaba de sus capacidades, pero sentía un pequeño disfrute en lucirse frente a los alumnos, por lo que cuando la parte inferior del barandal de la escalera estuvo asegurada, se lanzó sin titubear y con una precisión impecable su bala perforó la entreceja del enmascarado que se encontraba unos metros arriba.

- Buen disparo, Trucazo - Le dijo Gustabo.

- Una kill, ¿Tú cuántas vas?

- Avanzad come pollas - Dijo Conway subiendo los escalones con la pistola apuntando fijamente a la puerta por si allí los esperaba otro maleante dispuesto a sacrificar su vida por llevarse a un par de maderos con él.

El rubio y el comisario fueron detrás suya para cubrirle las espaldas, mientras que en la planta baja cinco agentes custodiaban la zona y dos llevaban a los rehenes hasta la salida. Isidoro tenía órdenes de no avanzar porque su rango se lo impedía, así que para no estorbar en zonas ya cubiertas se puso a registrar el cuerpo de uno de los atracadores tendido en el suelo. A una persona normal le hubiera dado asco palpar la ropa sobre la herida, pero él lo había hecho muchas veces en su entrenamiento en la CIA, por lo que su expresión mostraba total naturalidad. Debajo de la tela humedecida en sangre que tapaba parte de su cara y cuello encontró una radio. Quizo probarla pero nadie respondió, fue entonces cuando, mientras se alejaba del cadáver, se cuestionó la razón de comunicarse con un don nadie al que habían mandado a la puerta para que sirviera de escudo. Si la cabeza de su organización se encontraba escaleras arriba, ¿Por qué necesitaban saber el estado de los peones que tenían en la entrada? ¿Tenían que avisarles de algo o era para saber a qué ritmo iban los polis? Algo en toda la situación era sospechoso. Inspeccionó con la mirada los muros y esquinas que lo rodeaban hasta que se percató de tres pequeñas ventanas rectangulares de decoración que estaban casi pegadas al techo. Sus vidrios obviamente estaban blindados y dificultaban que la imagen del exterior fuera nítida. Fue entonces cuando los cables de su cerebro hicieron una chispa y comprendió la situación. La radio no era para comunicarse con sus superiores, ¡Era para alguien de afuera!

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