Capítulo 12. Otra vida

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Una mujer mayor, pero guapa y con clase, se acercó con los brazos llenos de joyas, extendidos hacia Iker. Murmuró frases en italiano como una metralleta, justo antes de darle dos besos en las mejillas, como lo haría una tía adinerada que no ha visto a su sobrino en muchos años.

Junto a ella, un hombre se acercó, saludándolo con un gran abrazo mientas le palmeaba la espalda con confianza.

Iker parecía abrumado con tanta atención. Me miraba como si estuviera pidiéndome perdón anticipadamente por algo que no supe comprender hasta ese momento. Solo me sentía ignorada en un rincón mientras ellos mantenían una conversación en un fluido italiano que era imposible de seguir.

No sabía que Iker hablaba italiano tan bien. Sin duda era un hombre con muchas sorpresas.

Extendió su mano y me dio un apretón, mencionando mi nombre. No necesitaba ser políglota para saber que me estaba presentando.

Extendí mi mano, mientras me hablaban en italiano sin comprender. Sonreí nerviosa, mientras Iker explicaba cosas por mí.

Sus gestos eran de desaprobación y nunca me sentí más vulnerable de no comprender que estaban diciendo.

—¿Quiénes son ellos? —pregunté en un susurro, acercándome a Iker.

Pero antes de que pudiera responder, una nueva voz llegó a nuestra espalda.

Ambos nos giramos, y si el momento ya estaba siendo suficientemente incómodo para todos, la pelinegra delgada y con clase que se acercaba, lo haría mucho peor.

—¡Iker! —saludó, tomándolo del rostro, besándole ambas mejillas.

Le habló con ese tono que no necesité comprender su idioma para saber sus intenciones. Y que me ignorara deliberadamente a pesar de estar tomados de las manos, lo hizo aún más evidente.

Los ojos de Iker se cerraron, y dejó caer los hombros, rindiéndose.

—Sam, ella es Ludovica. Lu, ella es Samantha, una amiga.

No tenía derecho a reclamar ningún título, pero lo de amiga me llegó directo al pecho.

—Mucho gusto —respondí en español. Si Iker me presentó de esa manera, es porque ella lo entendía también.

Me sostuvo la mano, dándome una mirada despectiva.

—Hace días que no sé de ti. La noticia de tu padre nos sorprendió, no esperábamos que fuera tan pronto.

—Sí, bueno. Tenemos que irnos —dijo, dándome un tirón.

—Espera, espera. —Ludovica tomó a Iker de un brazo, envolviéndolo con sus largas uñas—. Quédate un momento, hace mucho que no nos vemos y tienes muchas cosas que contarnos.

—Lu, en serio. No ahora.

—Fue un alivio saber que asumirías el puesto —continuó, ignorándolo—. Todos creímos que Francesco heredaría el imperio D'Alessandro, pero su nuevo negocio le viene muy bien a la familia.

—¿Imperio? —susurré, tratando de que solo Iker me oyera.

—¿Qué no lo sabes? —cuestionó Ludovica, mirándome por primera vez, pero con gesto condescendiente. Como si explicara a un niño como atarse los zapatos—. Iker es el segundo hijo de Mauro D'Alessandro.

El nombre no me decía nada en absoluto, pero todos esperaban alguna reacción de mi parte que no supe cómo interpretar. Ante la mirada penetrante del grupo, decidí que lo mejor era salir de ahí.

—Iré... por una copa —me excusé, deshaciendo el agarre de Iker sobre mi mano.

Su mirada fue una disculpa sin nombre. Sin idioma. Un gesto de alguien que pide perdón, incluso antes de saber el motivo por el que lo hace.

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