Las lágrimas y angustias quedaron empacadas junto a nuestras cosas, en la habitación de hotel que compartíamos. Salimos ligeros, no solo de pertenencias, también de emociones, dudas y cuestionamientos.
Recorrimos Siena, visitando el sinfín de catedrales y otros edificios históricos, que nos transportaban a una época medieval, mientras caminábamos por sus estrechas calles empedradas.
Iker se lució con las historias de la ciudad, hablando de todo lo que conocía mientras recorríamos cada rincón, disfrutando de la gastronomía italiana.
Por la noche, nos fuimos de fiesta. Bailamos y nos olvidamos de quienes éramos. Solo un par de desconocidos que comparten un beso apasionado mientras la música los envuelve. Corrimos de regreso al hotel, en medio de risas, como un par de quinceañeros haciendo travesuras.
Al día siguiente, tomamos nuestras mochilas, nos subimos al auto y partimos a Roma. No sin antes, detenernos en una última parada.
—¿Falta mucho? —pregunté jadeando,
—No tanto —respondió Iker, que sostenía mi mano entrelazada con la suya, mientras me jalaba animándome a subir.
Luego de un par de horas de caminar, llegamos hasta las Cascadas del Monte Gelato. Era una verdadera obra de arte natural.
—Es hermoso —susurré, caminando más cerca del río para observar la caída del agua—. Impresionante.
—Lo es. Siempre quise venir a este sitio. —Se adelantó, parándose sobre una roca mientras tomaba fotografías.
Yo también hice una, guardando un recuerdo de aquel muchacho que recorría el mundo, buscando atesorar memorias de las vistas que se empeñaba en recordar.
—Ven, colibrí. Ven conmigo.
Tomé su mano, disfrutando de un momento relajado donde nos tomamos algunas selfies y grabamos videos, intentando acercarnos a las cascadas sin mojarnos, fallando estrepitosamente.
Nos quitamos la ropa y nos sumergimos en el río, a vista de todos los turistas que poco les importaba si estábamos en bañador o solo en ropa interior.
Éramos unos desconocidos. No solo para ellos, sino también entre nosotros.
—¡Vamos! —Me animó Iker, nadando hasta estar debajo de la cascada.
Lo seguí, chillando de emoción cuando el agua dio en mi cabeza con tal fuerza que sentí como todo se despojaba, fluyendo con el resto del río. Todos los males y preocupaciones se marchaban con la corriente, rio abajo.
—¡Es mucho ruido! —grité, cuando nos ocultamos detrás del manto de agua, en una pequeña cueva que se formaba debajo de las rocas—. ¡No te oigo!
Sea lo que sea que dijo, se perdió en el sonido de la cascada, antes que sus labios chocaran con los míos, abrumándome en un beso apasionado que me robó el aliento.
Sus ojos verde-oliva me observaron un momento largo, mientras sus manos rozaban mis mejillas, en una mirada que no necesitó palabras.
Porque cuando dos corazones están en sintonía, las almas tienen su propio idioma.
Al llegar a Roma, aún nos quedaban un par de horas antes de tener que subirnos al avión que nos llevaría a Madrid. Iker insistió en volar conmigo hasta España, donde mi vuelo haría escala antes de regresar a Chile. Ahora que tenía decidida su vida, quería hablar con su padre para comentar su decisión y así continuar su aventura más tranquila.
Aprovechamos el auto rentado para visitar algunos sitios turísticos que no podía perder. «Nadie puede estar en roma sin ver el coliseo» se burló Iker, por mi obsesión de hacer planes para no perder ningún lugar.
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Donde el sol se esconde
RomanceA veces no sabemos cuáles son nuestros sueños, hasta que se aparecen frente a nosotros. Esto es lo que le ocurre a Samantha, cuando horas antes de su boda, encuentra un antiguo diario de viajes de su madre, con una lista de destinos que no pudo term...