La tiré en la cama y ella abrió las piernas, no paraba de morderse el labio inferior, aquello me ponía más.
Esos ojos marrones me miraban con amor y deseosos de placer. Me agarró del cuello y rápidamente se subió encima mío, pues a ella le encantaba dirigir.
Estaba sobre mi cuerpo, mi pene erecto rozaba sus glúteos. Empezó a besar y morder cada parte de mi cuerpo, cada una de las gotas de agua que rozaban mi piel.
Fue bajando hasta que llegó a mi ombligo y sacó su lengua. Mi respiración y los latidos de mi corazón aumentaban a medida que llegaba a aquel sitio.
Solo usaba una de sus manos para acariciarme el miembro, mientras que con la otra hacía círculos por la parte de debajo del ombligo. Suavemente note sus fríos y húmedos labios recorriéndome.
Pero antes de poder correrme le avisé, no quería que terminase tan pronto ojalá pudiese pasarme así el resto de mis días con aquella mujer que parecía Afrodita.
