Vaya este recuerdo para la Promoción XXIX
(No nos cubrió la gloria sólo porque no hubo oportunidad)
La vida recién comenzaba para aquel grupo, o casi. El Universo había prescindido de todos nosotros durante miles de millones de años, hasta hacía apenas trece, según la particular visión borgiana de la vida. Hacía solamente cuatro mil setecientos cincuenta –más o menos- días en que alguien o algo decidió que nuestra presencia aquí, en este mundo, era necesaria. Y eso era todo lo que teníamos en común – nuestra edad- hasta el día que traspusimos las puertas de aquella institución militar, muy General, casi un Espejo litúrgico donde podía verse reflejado no sólo el presente, sino también el incierto futuro de cada uno de ese grupo de –más o menos- doscientas personas. Personas que apenas estaban empezando a vivir, pero en ese entonces no lo sabían. No lo sabíamos.
Luego del transcurrir del tiempo, las cosas y los futuros entre nosotros se habrían de ir haciendo cada vez más comunes, en el sentido de generales. Pero eso sería a futuro y a pocos les importaba, ya que el presente inmediato nos agredía de forma urgente: era toda una nueva vida, completamente distinta que urgía por ser tomada en cuenta. Nuestros superiores, gente de apenas cuatro años más que nosotros, buscaban tal vez la revancha que se hizo esperar por cuatro años para ellos, no lo sé. Y como todo aquel que espera por revancha, agitaban su autoridad en voz alta, recordándonos –o haciéndonos saber- que éramos unos "tagarnas", "bípedos" (cosa que nunca entendí como un insulto, sino como una afirmación innecesaria de la clasificación según nuestra humana forma de desplazarnos... en fin, mucho nunca indagué en el tema) y otros epítetos por el estilo que no vale la pena recordar. Y pasamos de la felina comodidad del hogar a un régimen militar, donde la autoridad del superior es más importante que la de Dios, porque el superior está ahí, a tu lado; y si se le ocurre que corras diez kilómetros como si te persiguiera la Muerte, no se discute. Si te pide que pellizques a la pared hasta que ella se queje del dolor, habrá que hacerlo, alguna razón existirá. Si te cortan todo el pelo hasta que el cuero cabelludo vea por segunda vez la luz solar, por algo será. Años después vinimos a entender que la razón de todo el enojo es una mera hipótesis: la hipótesis de la guerra.
Algo de razón tenían los diseñadores del régimen: en la guerra no hay lugar para titubeos, las dudas deben ser erradicadas. El superior sabe lo que tiene que hacer y no puede ponerlo a consideración de sus subordinados. Nada más lejos de la democracia que los escenarios bélicos; las órdenes se emiten y deben ser cumplidas, porque en el mercado de la guerra los errores y las dilaciones se pagan con el preciado bien de la vida. Si te hacen algún descuento, a lo sumo volvés sin una parte del cuerpo, pero para el caso es lo mismo: se intercambian bienes de un solo uso y que en todo caso, no tienen repuestos. Antigua ley del Ojo por ojo...
La hipótesis de la guerra, por aquellos días era más que eso: cierto movimiento "del pueblo" quería tomar el poder por la fuerza. Y como el mundo vivía un período idealista y romántico, la idea había cobrado fuerza, logrando que muchos jóvenes adhirieran a tamaña boludez. No critico, sólo digo que es una estupidez, aunque estoy totalmente seguro que, de haber tenido unos años más para ese entonces, con toda seguridad el discurso romántico de dar la vida por los valores de libertad, igualdad, justicia social, etcétera, hubiera nublado mi entendimiento y me hubiera arrastrado a esa locura de muerte y destrucción sin sentido. Baste como muestra ver a los "comandantes" del "ejército del pueblo" de esa época llevando hoy una vida acomodada, incompatible con el discurso anti burgués que llevó tanta gente a la muerte.
Del otro lado, mis superiores, se embarcaron en una cacería sangrienta y despiadada. Prometieron acabar con los "rojos" y los "rosados". Y cumplieron, casi con todo; hubo poca obediencia de vida, mucha acción, como en las películas... sólo que la sangre no era de utilería; lo que resulta llamativo es que la mayoría de los jefes de la guerrilla sobrevivieron. Seguramente eran gente adinerada. Este país siempre fue así: la gente de raza negra molestaba –luego de ser abolida la esclavitud- entonces fueron masacrados en la Guerra del Paraguay; los indios del sur incomodaban, entonces una expedición al desierto se encarga de que ya no quede ninguno. No había razón para permitir tampoco la subsistencia de la guerrilla, y también se adoptó una actitud radical: muerte. Las balas primero, las preguntas después, justo al revés de lo que indica la ética, la moral y las buenas costumbres. Tamaña inversión de prioridades vino a justificarse en el fragor de la batalla. Una mentira de patas bien exiguas.
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EL CRISTO INMOVIL
FantasyDe lectura necesaria en caso de falla del avion, hundimiento del barco o taponamiento del inodoro en casa ajena