El verano más largo

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Yaya. Yaya es mi abuela. Bueno, no. Yaya se casó con mi abuelo cuando murió mi abuela, pero como es la única que he conocido como tal: Yaya es mi abuela.

A Yaya le cuesta un poco ver y mucho más andar, pero la cabeza la tiene mejor que nadie. ¿Quién lo iba a decir habiendo celebrado ya los 100 años?

Celebrados, aunque siempre está con la retahíla de que no los cumplirá. Pocos sabemos que no los ha cumplido.

Cuando le hicieron el primer DNI, el funcionario confundió julio con junio y así se quedó para siempre. Sin embargo, su primer documento legal fue el pasaporte que le hicieron en el verano del 36 y en ese, efectivamente, pone «julio» como ella defiende.

Ese verano fue muy especial, el más especial de su vida.

Como muchos habitantes de pequeños pueblos del norte, vivía cerca del mar, pero pocas veces tenía ocasión de verlo. Por las mañanas tenía que subir al prao a por la vaca que su padre había comprado para que tuvieran leche fresca. Menuda rabia, nada más levantarse, tener que subir aquella cuesta interminable. Después ir a la escuela y ayudar en casa y en el negocio familiar. No quedaba mucho tiempo para recorrer varios kilómetros montaña abajo para ir a disfrutar del mar.

Sin embargo, ese verano del 36 su padre le dio una sorpresa, le hizo un pasaporte y le metió en un tren con instrucciones muy claras de como llegar a Marsella, donde iría a pasar el verano con familia de allí.

Fue toda una sorpresa, el primer viaje largo, a otro país, a conocer a una familia que solo conocía por carta, y a una gran ciudad con mar. ¡Menuda aventura! Y esa fue solo la primera de un verano sorprendente.

Sin saber francés tuvo que adaptarse, pero lo disfrutó tanto... Vivió experiencias que nunca habría podido imaginar porque todo era nuevo, y como tal todo era especial. No creció mucho en altura, pero creció un montón en espíritu, en seguridad, en autonomía y como persona. Estaba rodeada de una cultura distinta, una forma de vivir distinta, y cada día era nuevo y diferente.

La familia tenía un puesto de helado frente a una pequeña playa, así que al llegar por la mañana desayunaba café con un buen chorro de helado, de mantecado, su preferido. Cuando no había mucho trajín se escapaba a darse un baño, ¡y nunca quería salir! En el agua se sentía como un pez, era muy distinto a bañarse en el río, y a veces se relajaba tanto flotando que su tía tenía que ir a llamarla para que volviese: "Viens ici, ma chérie! Il est temps de revenir aider au stand."

Al cerrar, si quedaba helado de mantecado en la máquina, cuando no la veían, abría la boca bajo el chorro y disfrutaba de un enorme bocado de helado.

Los días menos soleados, tenía ocasión de visitar la ciudad con sus primos. Era fantástico que todo estuviese tan cerca. Le fascinaba que en pocos metros hubiese tantos establecimientos distintos: una tienda de ropa, una de quesos, la panadería, músicos por la calle, y preciosas cafeterías con pequeñas mesas donde sentarse y ver el mundo pasar.

El verano fue sorprendente, mágico, insuperable. Fue una burbuja que la mantuvo en una nube.

Sin embargo, al acabar, le explicaron que aquello no se acababa. Que todos esos titulares y comentarios que entendía a medias hablaban de que el verano no había sido tan mágico en España y que por el momento no podría volver.

El verano se alargó, pero perdió magia. Cada mes que se alargaba más difícil le resultaba disfrutar. Ya entendía las noticias y no podía hacer más que preocuparse por sus padres, sus vecinos, incluso por la vaca que tanta rabia le daba tener que ir a buscar cada mañana al prao de arriba.

Cuando pudo volver a casa las cosas habían cambiado mucho. Ya no había vaca, ni prao de arriba. Lo habían requisado todo y había hambre y mucha desesperanza. Algún gato tuvieron que comer cuando no había otra cosa, y echaba de menos ese verano interminable en el que se llenaba la boca con helado de mantecado.

A Yaya le cuesta un poco ver y mucho más andar, pero la cabeza la tiene mejor que nadie. Cuando le pregunté qué quería hacer por su cumpleaños este verano, me dijo que morirse de una vez, que estaba harta de pasarlo mal. Así de cruda es Yaya. Pero como sabe que eso no está entre las opciones, eligió volver al mar, sentir el agua llegar a sus cansados pies y contarme lo de aquel verano tan largo que en lugar de unos meses duró unos años.

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⏰ Última actualización: Apr 30 ⏰

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